Perder la guerra, perder la paz

Publicado en El Salto Extremadura el 4/01/2025: https://www.elsaltodiario.com/memoria-historica/perder-guerra-perder-paz

En el norte de Noruega, 220 km al norte del Círculo Polar Ártico, hay un puerto de mar que nunca se hiela gracias a que, al menos de momento, tenemos la Corriente del Atlántico Norte. Lo que hizo que Hitler y Churchill quisieran hacerse con Narvik fue que era (y es) la salida del mineral de hierro que se sigue extrayendo en Kiruna, en Suecia. Hace falta mucho hierro para producir todo el acero necesario para mantener una guerra mundial.

Esa pugna por quedarse con Narvik le costó la vida a mucha gente porque cuando los ingleses, franceses y polacos llegaron a Narvik a primeros de abril de 1940, los alemanes ya estaban allí desde el día de antes. En la escabechina que tuvo lugar durante los siguientes dos meses, Narvik quedó laminado, la mitad de la marina de guerra alemana acabó en el fondo del fiordo (donde todavía sigue) y los alemanes sufrieron su primera derrota de la guerra, aunque de poco valió porque Francia estaba derrumbándose y los victoriosos aliados tuvieron que dejar tirados a los noruegos.

Hay una foto de esa retirada que muestra a unos legionarios franceses llorando desconsolados, despidiéndose de los borricos que habían transportado sus suministros, habían pasado por las mismas penurias que ellos y a los que debían abandonar en manos del enemigo. Una parte importante de la Legion Extranjera francesa se nutrió en esos años de españoles y muchos de ellos están enterrados en el sector francés de cementerio de Narvik. En aquella época, quienes se unían a la Legión Extranjera lo hacían bajo un alias de su elección (ahora adoptan nombres y nacionalidades de países francófonos), pero tanto si los nombres en las lápidas y monumentos del sector francés del cementerio de Narvik son alias o nombres reales (que de todo habrá), no hace falta mucha imaginación para atar cabos y ver ahí republicanos españoles y a sus hermanos de armas internacionales, brigadistas alemanes, austriacos, italianos y polacos.

En las lápidas aparecen Clement Belsa, Basilio Beltran Bel, Bautista Bernabé, Carlo Bianco, André Buhler, Aniceto Carrillo y del Cerro, Abraham Edelszein, Luis Lorenzo, Louis Felippe, Dario Galli, Mariano García, Daniel Lucas Pérez, Yvan Pujol de Vilallonga… Hay una para Antonio Sierra, natural de Pinos Puente, Granada, muerto el 30 de mayo de 1940 en Narvik a los quince (¡15!) años de edad. La lista es larga y descorazonadora.

En 1940 se crea en Orán la 13e Demi-Brigade de Légion Étrangère (13ª Semi-Brigada de la Legión Extranjera). No es de extrañar que entre los miles de refugiados que acabaron en el norte de África hubiera muchos que, a pesar del trato infame recibido en demasiados casos por parte de las autoridades francesas, decidieron unirse a los franceses en la guerra que comenzó meses después de acabar la que acababan de perder. La unidad era de montaña y como tal se la equipó. Eso significa llevar muchísimos cachivaches. En el Museo de la Guerra se puede ver el equipo que acarreaban. Los jerseys de lana parece que tienen que pesar once kilos, las radios cuarenta y las botas parecen botas de buzo. Se planta uno frente a esos accesorios tan hostiles vistiendo goretex ultraligero, descansado, seco, bien alimentado y (lo más importante) sin nadie disparándole a mala leche y cuesta imaginar hasta qué punto ayudaba y cuánto perjudicaba ese material.

Las tumbas cuentan una historia. El sector del cementerio mantenido con primor por la Comisión de Tumbas de Guerra de la Commonwealth tiene lápidas de lo que ya a estas alturas se me hacen niños. Pilotos de caza, marineros de 17, 19, 21 años. Restos de marineros no identificados relacionados con un buque británico pulverizado. Hay una que resuena de una forma especial: ¿quién le hubiera podido decir a un niño nacido en Nueva Zelanda que moriría pilotando un caza británico y sería enterrado al norte del Círculo Polar Ártico antes de cumplir los 22? Hay también un monumento polaco lleno de flores y banderas, aunque los polacos tengan su propio cementerio en otro pueblo de la zona porque montones de ellos cayeron allí. Los marinos noruegos tienen su lugar también, sobrio, en el centro del cementerio; con un banquito para sentarse frente a él cobijado bajo un árbol. Un monumento con nombres, puestos y edades. La mayoría de ellos no podía siquiera beber legalmente. Qué desperdicio de vidas. Algunos de ellos eran tan jóvenes que hay gente muy mayor que nació antes que ellos y todavía están vivos.

Irónicamente lo primero que se cruza al entrar al cementerio “nuevo” de Narvik es el cementerio alemán, que pusieron en lugar preeminente durante la ocupación. En este visita no pude dar con alguna de las placas que recuerdan a miembros de las SS allí enterrados. La próxima vez que vaya les escupiré dos veces. El estado alemán tiene una agencia que cuida de los cementerios que sus predecesores se encargaron de regar por medio mundo. A los pies de la gran cruz de piedra que lo preside crecían todavía las flores, porque estábamos en agosto. Al ver que hay flores rojas, amarillas y moradas pienso (en voz alta) que lo que había que hacer es robarle unas cuantas flores a los soldados del mal y ponérselas a los que si hubieran podido no hubieran estado allí. Mi compañera de viaje me dice que los muertos muertos están. Quizás es esta cosa tan nórdica de evitar los excesos, los exabruptos y saltarse las normas. Arrancar flores en un cementerio es todo eso y más, eso es verdad. También es verdad que incluso cuando parece que no hay otra opción luego resulta que sí. Muchos fueron gustosos, pero no todos. Y ni unos ni otros llevaron nada bueno a Noruega vistiendo el uniforme alemán. Solo miseria, hambre, brutalidad y desgracias.

El caso es que si los alemanes se hubieran quedado en su casa atendiendo sus cosas, que bastante hubieran tenido, no habría miles de muertos llegados de medio mundo regados por todo Narvik, tanto en tierra como en el fondo del fiordo. En el cementerio viejo, que se cruza para llegar al nuevo, hay una lápida de un niño nacido poco antes de la invasión alemana y muerto durante la misma. ¿Lo mató la escasez, el racionamiento, un bombardeo aliado o se tenía que morir de todos modos por alguna otra razón? No lo sabemos. Pero una vez más, hay gente que nació antes que este niño que aun está viva.

Los alemanes desplegados en Narvik estaban bajo el mando del General Dietl, jefe de tropas de montaña que acabaría estando al mando de las tropas alemanas en toda la región ártica de Europa. Responsable último de matanzas de prisioneros soviéticos, polacos y yugoslavos (perpetradas en bastantes casos por colaboradores noruegos notablemente entusiastas hasta para estándares nazis) y uno de los responsables del uso del trabajo esclavo en todo el norte de Noruega. Miles y miles de víctimas (muchas de ellas imposibles de cuantificar o rastrear) lo fueron gracias a sus decisiones.

Dietl fue miembro del partido nazi desde 1923 y estuvo preso con Hitler tras el Putsch de Munich de 1927. Tan nazi era que decidió ignorar que las SS estaban ya impulsando la reproducción de sus miembros con mujeres noruegas (hecho que desembocó tras la guerra en decenas de miles de mujeres y criaturas teniendo vidas espantosas y demasiado cortas) y prohibió por escrito a las tropas bajo su mando en todo el norte de Finlandia y Noruega casarse con mujeres locales porque no eran lo bastante arias. En el despoblado austríaco donde se estrelló en 1944 el avión que le transportaba hay un memorial que le recuerda y hasta no hace mucho había una calle en su pueblo natal y un cuartel del ejército de la República Federal Alemana llevaban su nombre.

El acero de bajo fondo o pre-atómico (acero producido antes de las detonaciones atómicas) es necesario para producir equipos de medición muy sensibles. Una fuente abundante de este material está en los buques hundidos en los fiordos noruegos durante la guerra. Y no dudo que los noruegos sean también una potencia mundial construyendo estos dispositivos, pero de lo que no hay duda tampoco es de la socarronería de la que hacen gala en cuanto tienen ocasión. En Oslo usan placas de blindaje del acorazado Tirpitz (hundido por los británicos en 1944 tras muchos intentos y avatares) rescatadas en los 40 y 50 para una tarea muy distinguida: esas planchas metálicas se usan hoy en día para que peatones y coches puedan pasar sobre zanjas abiertas en el pavimento. No dan puntada sin hilo, no.

Lo primero que se ve al entrar al Museo de la Guerra en Narvik es la bandera roja con la cruz gamada que ondeaba en el cuartel general de la ocupación alemana. Como solían hacer, se instalaron en un hotel y sobre el sitio donde estaba ese hotel ahora hay uno más moderno en el que casualmente nos alojamos. En la recepción hay unas vitrinas con objetos de épocas pasadas que exhibe en lugar preeminente un retrato de la fundadora y dueña por muchos años del hotel con un texto que dice: “es mucho más agradable tenerles a ustedes como huéspedes que a los alemanes que fuimos obligados a alojar durante la ocupación”. Junto al retrato hay un casco alemán y en la balda inferior algún periódico y un montón de cartillas de racionamiento. La maravillosa, hospitalaria, voluntariosa gente de Narvik (los narvikings) no olvida.

En un sitio como Narvik puede verse la gestión de la memoria desde el punto de vista de quienes perdieron la guerra pero ganaron la paz, de quienes ganaron la guerra y la paz y de quienes perdieron la guerra y la paz. Ah no, para ver esto último hay que ir a España.

Aunque lo de los españoles enterrados bajo bandera francesa porque su España ya no existe tampoco está mal.

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Asilo-leku sakratua

Argia aldizkarian 2025eko urriaren 08an argitaratua: https://www.argia.eus/albistea/asilo-leku-sakratua

Asilo-leku sakratua

Asilo-leku sakratua Erdi Aroko lege bat zen, zeinaren bitartez justizia atzetik zituztenek elizaren eta monasterioen babesari hel ziezaieketen. Akaso, bi mila urtetan ongia egin zuten apurra. Eta, jakina, ahal bezain azkar, lege hura desegitera jo zuten, desagertu zen arte. A ze gauza ona, asiloa. Nik portu segurua izan nahi dut, asilo-leku sakratua.

Emakume irlandar batek kontatu zidan britainiar ziegetan urteak eta nekeak eman ondoren etxera itzuli zen gizon baten istorioa Ipar Irlandan, Irlandako Errepublikako mugatik (ausaz jarritakoa, britainiar inperioak jarri zituen guztien antzera) oso hurbil. 80ko hamarkada zen, eta gauza asko orain baino gutxiago ezagutzen ziren. Horietako bat trauma ondorengo estresa da, eta haren ubikuotasuna eta epe luzeko eraginak. Espetxetik irten zenean, morroi hura konturatu zen inork ez zuela espero berriz ere saltsatan sartuko zenik (izan ere, espero zuten halakoetan sartuko ez zela) eta bere bizitzarekin jarraituko zuela. Erraz esaten da. Bere bizitzarekin jarraitu. Barrurantz itzulia, nortasuna zatituta, printzipioak pitzatuta, bisitatu nahi ez zituen oroimenekin eta imajinatu nahi ez zuen etorkizunarekin. Hiltzea baino gauza okerragorik badela sentitu duen edonork bezala; eta merezi izateak ez du zerikusirik.

Artaburuak baino baserritarragoa zenez, familiaren etxaldera itzuli zen, eta etxalde hartan zaldiak zituzten. Han jabetu zen zaldi batzuek ondotxo eskertzen dutela esperientzia izugarri horiek pairatu dituen norbaiten jokatzeko modua. Inguruarekin komunikatzeko kanalak nahiko birrinduta zituela, bitarteko horiek berriz sortu behar izaten dira, eta tipoa mantso mugitzen zen. Zaldi askok —izaeraz harroak eta sentibera— horrelako pertsonak maite dituzte. On egiten ziola ohartu zen, eta bera bezalako beste batzuei aldiz, dena gaizki zihoakiela. Beraz, adiskideak, ziegetatik atera berriak, zaldiengana eramaten hasi zen, zaldiekin denbora eman zezaten.

Eta, mundua oso txikia denez, norbaitek ezagutzen zuen norbait ezagutzen zuena Israelgo ziegetatik irteten ziren palestinarrekin harremana zuena, bera britainiarretatik atera zen bezala. Palestinar pitzatu, zartatu eta zailduak beste planeta horretara heltzen hasi ziren, laino itxi eta tea baino euri mota gehiago dituen herrialde berde horretara. Eta, zelai zabal asko, belardi asko, eta belardi horietan, zaldiak.

Zaldi haiek, beren presentzia soilarekin, barrurantz jiratutako jende mordo bati lagundu zioten. Nahita ere konektatu ezinean zenbiltzanak, edo apika, nola konektatu gogoratzen ez zutenak. Edo, ez ausartzen ikastera behartu zituzten, beren arimak hautsiz metodikoki.

Kartzela bisitari gisa ezagutu dut, eta gerra oso zeharka (uki dezagun egurra), baina badakit gerratik eta ziegatik inor ez dela hobe ateratzen. Aldatuta, agian. Zorte handiarekin, berdin-berdin. Kartzelaria ere ez da hobe ateratzen kartzelatik. Hori esanda, eta distantziak gorderik, behin baino gehiagotan egon naiz zisku eginda. Gehiegitan heldu batentzat, dio lagun batek benetan zenbatu ezin den eta txarra den zerbaitez ari garenean. Eta, askotan lagunen etxeetan egon nintzen, eta jaso ninduten lagunek, pixka bat nire kasa utzi, eta noizean behin pasieran ateratzen.

Eta, ziurtatzen zuten tarteka jan, edan eta erre egiten nuela. Beheko suari begira utzi ninduten behar beste orduz, eta ordu asko izan ziren. Ardoa ematen zidaten, eta ura aldatzen. Inon zaldirik ez, batean izan ezik, baina txakurrak denetan. Zein onak diren txakurrak arimarentzat. Nola dakiten nor dagoen barrutik lehertuta, nor lotu behar den motzean eta matraka gehiegi ez eman; nor xaxatu pasieran eraman zaitzan arte, janari extra eman arte, edota inork baino festa gehiago antolatu arte. Horrelakoak egiteko gauza den txakurra ekaitz erdian itsasargi bat da.

Etxe horietan egun batzuk eduki ninduten, eta asteak ere. Aste asko ere. Ez naiz gogoratzen. Baina, ez ninduten etxe horietako batetik ere bota. Batzuetan gehiago eta besteetan gutxiago egin nuen. Batean hesi bat berreraiki nuen (gaizki), beste batean altzariak margotu nituen (oso gaizki), eta hurrengoan egur-terapia egin nuen, aizkoraz egurra moztu, gerora askotan praktikatu izan dudana. Gehiegi heldu batentzat, agian.

Egurrak zazpi aldiz berotzen omen zaitu:

• Zuhaitza bota duzunean, dakitenek propio markatu duten zuhaitza heriotzaz zauritua.
• Enbor zatiak mozten dituzunean (Maniguako pizti bat bazara)
• Zati astun horiek motordun ibilgailu batean kargatzen dituzunean
• Jomugara iritsita motordun ibilgailutik deskargatzean.

• Enbor zatiekin subilak egiten dituzunean, beheko suan edo estufan sartzeko modukoak.
• Bizitzaz lepo dagoen Tetris gisako hormatxoan subilak jartzen zoazenean.

Zazpigarren aldian, jakina, subila horiek erre egiten dira.
Egur hori lehortzen geratzen da bi, hiru urtez. Egurra etxean geratzen da eta,
ez bakarrik etxean bizi direnentzat, bisitaz agertzen direnei ere berotzen eta elikatzen ditu enbor horrek. Elkarri uzten diogun mezua da.

Noizbait aterpe hori, sostengu hori, telefonoz izan da.
Urrutitik. Infernuan ere lagunak behar dira. Batez ere infernuan, diote. Baietz ba. Jendetza bat ez da bakardadearentzat lagungarri, eta etxerik onena ez abegikor bihurtzen da. Lagunak izan ditzazula, eta ez itzazu zalantzan jarri. Baina, lagunak izan ditzazula.

Nik neuk asilo-leku sakratua izan nahi dut beren baitan bildutako lagunentzat, bere zilborrean galdutakoentzat, zailduentzat eta hautsientzat. Zaintzak ezkertiarrak dira. Nortzuk arduratuko dira zaintza lanez? Eskuina? Baina, ondo ikusi al duzue? Nik asilo-leku sakratua izan nahi dut, mundu guztia ez baita zaldiekin ondo moldatzen.

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Estrujar cinco veces una rama de tomillo

Publicado en El Salto Extremadura el 11/07/2025: https://www.elsaltodiario.com/migracion/tomillo

En Suecia las sustancias estupefacientes ilegales están tan perseguidas que incluso el consumo es un delito. La gente cuenta historias de uno que volvió de Amsterdam de hacer lo que tanta gente hace en Amsterdam; en el aeropuerto le pasaron un papel tornasol por el cuello de la camisa y le metieron un paquete estupendo porque cuarenta y ocho horas antes había estado en un coffee shop y se conoce que la ropa todavía le olía a panceta y el sudor también.

No obstante, en este barrio de Estocolmo que cruzo con frecuencia, no es excepcional que un adolescente, que un crío, te pregunte si quieres comprar hachís o marihuana cuando él y tú sois las únicas personas que hay en ese momento en ese bulevar larguísimo donde solo hay nieve sucia y hielo pisado mil veces, que es lo que lo hace resbaladizo de mil demonios; no hay nadie más para recibir el bofetón de ese viento gélido que viene del sur, del norte y del oeste al mismo tiempo y no trae nada bueno para nadie. Muchos jóvenes, muchos niños son utilizados por las bandas criminales. Muchos entran en ese mundo porque quieren las cosas que ven que otros tienen y las quieren ya. Y algunas veces es así, las obtienen ya. Entran en ese mundo que tantas puertas de entrada tiene y que dicen quienes lo conocen desde dentro que solo tiene dos salidas: la cárcel o el cementerio. Eso si no es una y luego el otro. No hay muchos pasos entre la ropa cara, los chismes brillantes (el “blink-blink”) que parecen perseguir como si fueran urracas, y el salir a “trabajar” (a vender drogas a las tantas de la mañana en mitad de un temporal de nieve o algo mucho peor) cuando nadie va a estar por la calle a ver qué se encuentra. Salir a vender porque no queda otra, porque hay gente que es amistosa pero en seguida son todo problemas. Criaturas que viven en apartamentos atestados, con un montón de hermanos y hermanas, todos al cargo de la madre, que hace lo que puede con su vida y con la un montón de críos, que no hablan el idioma del país, que a veces no saben ni leer los nombres de las calles. Sin la red de cobertura del país de origen y sin el equivalente sueco por miedo a que le quiten a los críos. Van al súper, hacen los recados y para casa. Tienen trabajos en los que se gana muy poco pero donde no hay que decir nada.

En ese barrio también hay un zorro que a estas alturas seguro que come de la mano. En el grupo de Facebook del barrio se reportan los avistamientos del zorro como la celebridad local que es. Y como tal, te puede pasar andando como si fuera una gaviota, una paloma o un gato. Parte del paisaje. Uno más del barrio.

Las tiendas de verduras tienen el género en la calle y huele desde lejos, algo poco frecuente en un país al que mucha fruta y verdura llega en avión y se elige por el aspecto que tiene. Decoración. Corcho. El atrezo más caro que he visto nunca. Pero en estas tiendas de barrio venden las espinacas frescas, la sandía en trozos de varios kilos, los mangos buenos y el cilantro en manojos que parecen ramos de flores, que hay gente de Chile por todas partes. Y de muchos otros sitios. Los trabajadores de la frutería donde suelo parar son cada uno de un continente y el dueño de otro.

De camino a pagar por la fruta me pegó al ojo un tiesto de tomillo. Cultivado en Italia con todas las bendiciones de impacto medioambiental, sin pesticidas y ojalá que quien lo produjo se lleve la mitad de lo que cobran por él. Como he hecho toda la vida, aunque nunca lo había hecho con un tomillo en un tiesto, estrujé cuidadosamente las hojas cinco veces y esperé a que me llegara el olor. ¿Cómo no me iba a llevar esa planta?

De todas las cosas que llevaba en las manos, el tipo sentado detrás de la caja registradora solo le prestó atención verdadera a una.

– “Luktar gott”. Huele bien — me dijo.

– Huele como cuando era pequeño — respondí.

– Gracias — respondió. Con la mano en el corazón, que es como subrayan lo dicho en muchas partes del mundo.

Dicen que los de pueblo son todos del mismo pueblo. Como la cantante de Mongolia que estaba de gira mundial reventándolo todo con esa capacidad suya de cantar con dos voces al mismo tiempo (¡una de ellas desde el estómago! Hay que verlo para creerlo), a la que hubo que llevar a toda prisa a que pasara la tarde con caballos sueltos por un prado vasco para que dejara de languidecer, porque se estaba apagando. Se estaba muriendo porque la llevaban de un sitio a otro pero en ninguno había prados ni caballos. ¿Se puede decir que la llevaban a matacaballo? Hay a quien le pasa con el mar. Dicen que los de ciudad-ciudad también se reconocen entre ellos, sean de Madrid o de Nueva York. Y, si no se ponen de acuerdo, discuten por las mismas cosas, aunque no sea entre ellos. Acaso los trasplantados seamos todos también del mismo bancal y, sin saber cuándo, tenemos estos momentos que otros no siempre comprenden.

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En la calle el Che (y en la casa Pinochet)

Publicado en El Salto el 10/05/2025 https://www.elsaltodiario.com/heteropatriarcado/calle-che

Todos somos los buenos de nuestra película. Los malos casi nunca. Si acaso un rato. Todos tenemos un mal día, una mal mes y hasta un mal año. Y un par de cada pues también, por qué no. Y aun así todos somos los buenos de nuestra película.

No me entra en la cabeza que haya muchos hombres por el mundo que le cuenten a otros hombres cosas como “¿Esa? Yo a esa la dejé como un erial. No volvió a ser la misma. Yo fui el último que la conoció entera. La rompí como persona y con los trozos que quedaron he oído que ha logrado ser una persona más o menos funcional de nuevo. Pero la misma no es, ya te lo digo yo. Laminada la dejé. Antes era un vergel y después era un aparcamiento de caravanas. Salvo un viernes al mes, que es un mercadillo. Creo. Por lo que me han dicho”.

Seguro que los habrá. Yo no los conozco. O quizás los conozco y lo que pasa es que no los trato. Los hay y los habrá. Hay más tontos que feos y de malvados nunca andaremos cortos. Como no faltan las hormigas que le rían las gracias al misógino más televisivo. Sé bien que hay quien tiene un efecto casi letal, transformador en el peor sentido de la palabra. El napalm hecho persona. Pero yo creía que vivía en un cierto tipo de entorno. Me sorprendió darme de boca con códigos de silencio (a veces muy específicos, a veces sorprendentemente dados por hecho) en un ambiente en el que, al menos en teoría, los hombres se conducen de una cierta manera, aunque solo sea por oposición a una derecha cada vez más “libertarian” (es decir, cada vez más hedonista, egoísta e individualista). La debilidad de la izquierda también se nota en esto. Yo creía que ciertos valores y comportamientos eran más bien exclusivos de las derechas. Creía vivir en una burbuja, cuando donde vivo es en una parcela.

 “A man must have a code”, dice Omar Little en The Wire. Omar es un mangui de mucho cuidado, pero tiene su código de conducta y este código tiene unos límites, unas líneas rojas estrictas que nunca cruza. Y no le entra en la cabeza que la gente que sabe quién es y cómo se conduce por la vida crea siquiera posible que se las salte.

 Por concretar. No estoy hablando de quienes aseguran ser versos libres, ni de los que no ocultan que tienen menos formalidad que un gato en una matanza, ni de quienes aseguran que siguen un estricto código ético (por ejemplo el que les contaron cuando les explicaron un solo libro, ese de origen bastante mágico y bucólico-pastoril) y luego hacen de su capa un sayo. Hablo de quienes siendo de izquierdas lo aplican (o lo intentan, como hacemos todos) pero solo de la puerta para afuera. “En la calle el Che, en la casa Pinochet”, decía la astuta, precisa, certera pintada. Cuánta verdad en tan pocas palabras. Una vez más, no quiero hablar ahora de los lobos con piel de cordero, de ciertos monstruos que habitan entre nosotros. Quiero hablar del enésimo código de silencio y de algunos, muchos, demasiados hombres y hombrecillos. De qué grado de monstruosidad estoy hablando prefiero dejarlo a quien lo sufre.

Pudiendo pasar media hora leyendo las denuncias anónimas que publica Cristina Fallarás no sé cómo es posible que haya hecho falta el caso Errejón para decirle a los hombres “¡eh! ¿Pero qué está pasando aquí? ¿Qué tiene que pasar para que hablemos de esto y no paremos? ¿Qué tiene que pasar para que lo conectemos con casos cercanos A NOSOTROS? Cuando las mujeres dicen que todas tienen alguna historia de agresiones (micro o no) desde bien temprana edad pero los hombres no conocen a ningún agresor, están clamando al cielo porque ellas lo saben y los hombres lo sabemos también. Todos conocemos agresores.

 Hay un código de silencio muy concreto que se espera que los hombres sigamos unos con otros. Ejemplos conocemos todos. Puede ser el que parece que en viajes o eventos de trabajo actúa como si tuviera bula o estuviera en una relación abierta, aunque no lo esté. Y no es que lo tengas que ver para enterarte, es que si no estabas allí ya te lo cuenta él desde el hilo hasta el pabilo. O el que en el mismo párrafo te cuenta que está enamorado hasta las cachas de una nueva pareja (por supuesto no con esas palabras, porque eso denotaría vulnerabilidad) y que se crea una cuenta en una app de ligar y se busca otra mujer en otra ciudad que en cuanto empieza a intentar controlarle (le preguntó si todo eso que bebe no será mucho, qué idea disparatada) la bloquea. Para protegerla. El ghosting ético, señoras y señores, el bombardeo emocional selectivo por tu bien. O el padre ausente en lo emocional que, con una responsabilidad emocional tan pobre que abochornaría a un cuco, se convierte en el catalizador de que pareja, ex-pareja, hijos, hijas y miembros de la red de soporte de toda esta gente vayan a terapia y él siga sin ir porque pitos y porque flautas, por muchas hostias y barquillos que haya. Y luego que si Palestina y que si pollas en vinagre. Pero generalmente de Palestina poco y de pollas bastante. Bueno, de polla. La suya. Hay otras pollas en el mundo pero esta es la suya. Rapsoda en las calles, marine en las sábanas.
 
Variantes más o menos elaboradas del gigantesco relato muy poco épico que entra como anillo al dedo bajo el título de “La pena de Murcia”. El Gilgamesh de la desvergüenza con un pin del triángulo rojo. La desfachatez, la soberbia y la epatante seguridad en uno mismo que hace falta para no ver más allá. La ignorancia, la dejadez en cuanto a las consecuencias que va a traer (a otros, ¡muchas veces criaturas!) la falta de responsabilidad y autocrítica; todos los platos que se van a romper a corto y medio plazo debido los actos (por acción o por omisión) cometidos bajo el palio sagrado e intocable del “es que yo, yo, yo, yo, yo”. El uso del “ah, pero es que yo la estaba metiendo en caliente” como la versión actualizada de echarle la culpa a lo bebido, y tantos otros éxitos eternos de ayer y de hoy. Como si un mierda borracho no fuera un mierda sereno pero borracho. En resumidas cuentas, el típico tío donde uno no se lo espera. Donde yo no me lo esperaba.
 
A un lado de un espectro que me acabo de inventar está el aceptar felicitaciones por comportarnos como un adulto más o menos funcional; luego estaría el trabajo de mínimos, porque total, el listón está tan bajo que hay que cavar para encontrarlo. En el extremo opuesto nos encontramos al depredador, al sádico, la bestia de las pesadillas más horrorosas. Y esparcidos a lo largo de este espectro están estos hombres y hombrecillos que ojalá se pusieran de lado, pero no lo hacen. Los que se encuentran (¡o crean!) la impunidad y la usan.

Y te cuentan. Y los hay que te intentan reclutar. Debe ser como una recaída en el consumo de lo que sabes que no debes consumir, que sigue siendo una cagada pero es menos amarga con cómplices y ser un mierda parece que es menos mierda si lo haces en comandita. Parafraseando al maestro Cuerda, acaso vean que a leyenda no van a llegar y lo mismo si nos juntamos unos cuantos pues es epopeya y eso que nos llevamos. El “bro code”, el código de los “bros” parece que se va abriendo paso transversalmente (como el tierraplanismo, lo antivacunas…) y lo aguanta todo. Lo que pasa en Las Vegas se queda en Las Vegas. Y Las Vegas es donde digan mis cojones morenos. ¡Viva Las Vegas!
 Igual que no hay racismo de baja intensidad ¿por qué tenemos que aceptar la irresponsabilidad emocional (que no es sino misoginia en estos casos) como algo que hay que entender, aceptar y hasta animar porque cada cosa tiene su momento? ¿hay racismo, antisemitismo, homofobia o misoginia aceptable? ¿Es porque es de baja intensidad? ¿De verdad que esto es baja intensidad? ¿hay “misoginia bien” según quién la ejerza o cuándo?

¿por qué se sigue esperando de un hombre, por ser hombre, el respeto de ese código de silencio? ¿Por qué se espera ayuda en caso de necesidad y palmadas en la espalda, cuando lo que suele amparar es casi siempre triste, lamentable o bochornoso cuando no sórdido, cruel o repugnante? 
¿Qué hay que hacer para que no nos llamen a la puerta con estas mierdas?
 ¿qué tenemos que hacer?

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¿Y aquí cuándo se piensa?

Publicado el 24 de Febrero de 2025 en Muga Kultura https://mugakultura.eus/opinion/y-aqui-cuando-se-piensa/

El otro día había en el metro de Estocolmo unos carteles de Hjärnfonden, la fundación sueca para el cerebro. Hjärnfonden recauda dinero para la investigación y la información sobre el cerebro y sus enfermedades, lesiones y discapacidades.

Estos carteles dicen muchísimo de cómo vive la gente en Suecia y más aún en Estocolmo, donde se junta la cultura sueca, que suele tirar bastante a lo que, para otras culturas, es introversión, y además lo que es la cerrazón tan habitual en esta ciudad. Tan habitual que, incluso, en el resto de Suecia es lugar habitual el considerar Estocolmo como el lugar donde mejor que lleves tú los amigos ya puestos o tengas mucha vida interior, porque lo llevas claro para hacer amigos.


Los carteles dicen:

“Únete al club local de running, por tu cerebro”

“Habla del tiempo con alguien en el bus, por el bien de tu cerebro”

“Puedes encontrar más información sobre los beneficios del contacto social para el cerebro y de cómo afecta el estilo de vida a la salud mental en https://www.hjarnfonden.se/hjarnhalsa/

“Inicia conversaciones con los vecinos en la lavandería por el bien de tu cerebro”

Nota: la gente que vivimos en edificios de apartamentos usamos una lavandería que, si hay suerte, está en el mismo edificio y si no, está en uno bastante cerca.

Estos carteles cuentan muchas historias de cómo se vive aquí. Por ejemplo el detalle de que en el cartel se dice que hables con extraños en el bus y el cartel esté en una estación de metro. Si mencionara el metro, seguramente añadiría unos niveles de ansiedad social inaceptables para muchos. Alguno protestaría. Sería, por tanto, un cartel mucho menos útil. ¿Hay que decir estas cosas? Sin duda. ¿Están contando algo nuevo para alguien? Seguramente no. Pero cuanto menos te relacionas menos quieres, y al final acaba todo el mundo en su rinconcito, con su telefonito, su Netflix, su gato (que no hay que pasearlo o se pasea solo) y sus redes sociales. Y nadie te ha visto desde hace seis meses. Y nadie sabe en el trabajo si eres soltero o casado. Hijos no tienes, porque no desapareces cuando los críos tienen vacaciones de invierno ni cuidas de ninguna criatura cuando enferman.

Dicho todo esto… si el gobierno vascongado montara un chiring… una agencia similar (Burmuina 3000, Gomuta o alguna cosa parecida), ¿qué carteles pondría?, ¿qué le pediría a la gente que se replanteara?

Se me ocurren unos cuantos:

“¿Cuándo fue la última vez que, para relajarte del estrés de la semana, NO te pusiste como Sid Vicious?”

“Si lo dejas cuando quieras, ¿puedes dejarlo siquiera una semana?”

“¿Cuánto crees que van a tardar en casa en saber que todo ese entreno lo haces para no pasar tiempo con ellos?”

“Dicen que la gente va a terapia porque alguien de su entorno debería haber ido y no fue; ¿Has pensado en ir DE UNA PUTA VEZ?”

O sin ponernos tan dramáticos:

“¿Sabes que también se puede no hablar a grito pelado?”

Sobre la escandalera constante, el guirigay como paisaje sonoro en el ámbito público, hay mucho que hablar. No hay silencio nunca, en ningún sitio. Un amigo vasco que vive aquí tiene una esposa sueca que adora Euskal Herria, y quizás por eso entiende de las luces y las sombras del país. En una de esas visitas, de txoko en txoko, de comidas que se alargan y pasan a ser cena, de ir visitando a unos y a otros sin parar, le preguntó a su esposo ¿pero y aquí cuándo pensáis?

Si eso no es tomar la medida del zapato…

Porque una cosa que en Suecia se sigue viendo (aunque cada vez menos, gracias a los cascos y sobre todo a los teléfonos inteligentes) y no hay que explicarlo ni defenderlo, es a alguien sentado en solitario, en silencio. Pensando.

Cada vez que nos juntamos le digo a esta mujer (que es escritora e investigadora, entre otras cosas) que menudo libro podría escribir. Una guía explicando Euskal Herria a los suecos. Un libro tan especial que tendría que incluir en lugar señero, acaso en el título, que para la mentalidad sueca, esta gente no calla, no para un momento, ni para pensar y aun así las cosas salen. ¿Pero aquí cuándo se piensa? Qué librazo sale de ahí. Y qué interesante sería ver ese libro publicado en euskara. Una mirada certera, informada, desde el cariño pero no por eso deshonesta. Al pan, pan, y al vino, vino. Qué bien vendría ese libro a un lado y a otro de esta historia. Cuánto nos podríamos reír todos. Con lo bueno que es eso para el cerebro.

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Un poquito más de lo que les mandaron

Publicado en El Salto Extremadura el 24 de Febrero de 2025: https://www.elsaltodiario.com/memoria-historica/un-poquito-lo-les-mandaron

Un poquito más de lo que les mandaron

A escasos días del 80 aniversario de la liberación del campo nazi de exterminio de Auschwitz-Birkenau me encontré de nuevo con Conspiracy, titulada en castellano “La solución final” porque qué sabrá el autor que no sepa el distribuidor, que es listísimo y para eso distribuye y no es autor. En esa película, protagonizada por Kenneth Branagh en el papel de un Reinhard Heydrich tan exultante como escalofriante, se nos muestra la reunión en la que se orquestó el exterminio de los judíos de Europa con la vista puesta en el mundo entero.

Así es. Hasta el exterminio industrializado de millones de personas requirió de una reunión y de un montón de burócratas. Una docena de uniformes de distintos colores en torno a una mesa y dentro de casi todos esos uniformes había un abogado, aunque solo unos cuantos ejercían como tales en ese momento. Vamos a decirlo todo.

Un detalle importante es que el exterminio de los judíos y de otras minorías ya había comenzado años antes de esta reunión. Lo que se arrancó ahí fue la industrialización del proceso y el darle la máxima prioridad, por encima de cualquier otra durante una guerra en varios frentes y contra medio mundo. Otro detalle, muy relacionado con la industrialización y sobre todo con la mecanización, es que hasta ese momento el exterminio de judíos en el Este de Europa, donde millones de ellos quedaron tras las líneas alemanas a medida que avanzaba la invasión nazi de la Unión Soviética, había sido a mano. A tiros. Con armas cortas y largas y muy de cerca. Incluso con episodios igual de sanguinarios pero mucho más rudimentarios contando con la ayuda entusiasta de antisemitas bálticos, rumanos o ucranianos. Hablaremos otra vez de estos deshechos humanos un poco más tarde.

El asesinato a tiros de comunidades judías completas, a veces miles y muchísimas veces cientos y cientos de personas de todas las edades en un solo día, era perpetrado por los Einsatzgruppen, unidades especiales bajo la autoridad de las SS dedicadas específicamente al asesinato de supuestos enemigos del Reich, bien gracias a listas como las recopiladas por la minoría alemana de Polonia, bien reuniendo a los judíos de una población mediante mentiras y con la muerte como alternativa. Qué ironía. La muerte recurrente.

Antiguos miembros de los Einsatzgruppen se reincorporaron a sus antiguos puestos en la policía de Hamburgo al volver a casa como si tal cosa hasta que en los 60, a cambio de inmunidad o penas menores, testificaron y dejaron su testimonio. En él relatan en primera persona, a veces revelando más por lo que callan que por lo que dicen, que los asesinos lo eran voluntariamente y nadie, jamás, fue castigado por negarse a participar en las matanzas. No abundan los registros fiables sobre lo que pasaba en estas unidades, así que solo podemos asumir que lo que pasó en esta pasaba también en otras. Porque hubo muchas. Esos mismos testimonios señalan que la cantidad de alcohol que se les servía antes y durante las matanzas era muy elevada. Cuentan también cómo muchos de ellos habían votado a partidos de izquierda, tenían un pasado sindicalista y hasta de militancia socialdemócrata. Que muchos de esos policías reconvertidos en asesinos de masas pasaban de los treinta y hasta de los cuarenta años de edad, es decir, no habían crecido adoctrinados por la propaganda nazi. Padres de familia liquidando familias enteras a tiros. Hacían lo que les mandaban y sucumbían a la presión del grupo en caso necesario, pero todas las matanzas requerían voluntarios y nadie fue castigado nunca por no dar el paso al frente y participar. Ni siquiera por dar un paso atrás y decidir no seguir. Participar en tales actos representaba horas y horas de sonidos, olores y fluidos que quebrarían incluso a los veteranos más curtidos tras años de guerra. Un puro espanto de sol a sol, un día tras otro, una y otra vez hasta borrar del mapa a los judíos de una zona y pasar a la siguiente.

Llegados a un cierto punto los burócratas de las SS empezaron a darse cuenta de que la integridad personal de los perpetradores, que se suponía férrea, empezaba a fallar y el necesario secreto de lo que estaba pasando “en el Este” se estaba desvaneciendo. Mandaban fotos de las “operaciones” a sus familias, contaban detalladas historias alegremente cuando estaban de permiso… además, unidades militares que no tomaban parte activa en este tipo de acciones no podían sino ver lo que estaba pasando, si es que no tenían que ayudar también de alguna manera. Los nervios de muchos de aquellos asesinos fallaron de tal modo que las SS organizaron una red de residencias en las que devolver a sus heroicos verdugos a un estado operativo, pero no tardaron en saltar las alarmas debido al estado en el que llegaban y la cantidad de personal que tenían que atender. La vuelta al servicio de estos sujetos tampoco era fácil ni rápida de conseguir. Para rematar, nunca mejor dicho, los verdugos empezaron a matar por su cuenta, sin órdenes al respecto. Esa ruptura de la disciplina militar era inaceptable.

Siempre hay un roto para un descosido y siempre hay un listo e inoportuno que se podía haber callado pero apareció con una solución para el problema: La industrialización del proceso. Los experimentos con cámaras de gas móviles, instaladas en camiones, ya habían comenzado en Austria y luego en Polonia. Pacientes de sanatorios mentales de toda Alemania, republicanos españoles reventados a trabajar en Mauthausen y curas polacos en Gusen fueron algunos de los primeros usuarios de aquellos ingenios diabólicos. Un poco más de tiempo, un poco más de dedicación de algún degenerado que otro obsesionado con la eficiencia y protegido por las órdenes adecuadas y menos de un año después se pasó de la cámara de gas móvil con sitio para pocas decenas a instalaciones industriales optimizadas para la matanza industrializada de cientos y cientos de seres humanos, el procesado de sus pertenencias y la eliminación inmediata de sus restos en un solo día. Esto era así en varios campos dedicados exclusivamente al exterminio, mucho mas pequeños que Auschwitz porque ahí solo vivían los que trabajaban en él. Auschwitz era inmenso porque el exterminio era el producto estrella, pero también era un templo dedicado al trabajo esclavo con el que las empresas alemanas seguían funcionando y las SS amasaban inmensas fortunas alquilando mano de obra esclava fácilmente reemplazable. Quienes llegaban en el tren a estos otros campos especiales iban directos al gas y a la fosa común o los hornos. Apenas quedan restos identificables de estos campos.

Para hacerlos funcionar como un reloj tenían (aquí vienen los colaboradores necesarios no alemanes) personal especializado y entusiasta y unos cuantos mandos alemanes para dar las órdenes y mantener la máquina produciendo. Y por supuesto todo el personal que hacía que los trenes llegaran cuando y a donde tenían que llegar. Quien quiera saber más sobre toda esta bajeza, horror y maldad, que quedó prácticamente impune porque se escaparon por todas las rendijas la mayoría de ellos, puede buscar información sobre Trawniki, que era el campo en el que formaban a la escoria de los colaboracionistas del centro y del este de Europa para convertirlos en los asesinos de masas más eficaces de la historia. La historia de los hombres de Trawniki y la estela que fueron dejando en los campos y en los lugares por los que fueron pasando es una pesadilla, el infierno en la tierra.

Las cámaras de gas y los crematorios industriales no se crean por la prisa o la eficiencia. Se crean gracias a la necesidad de delegar y de proteger a sus creadores de las consecuencias clínicas de algo que a cualquier persona de cualquier estrato social o nivel educativo se le hace evidente: que asesinar a hombres, mujeres y niños por ser, por el hecho de existir, está mal.

Y esto se consiguió gracias sádicos entusiastas borrachos de sangre e impunidad, pero también gracias a burócratas, listos con soluciones, gente que supo delegar, gente que quiso (y pudo) nadar y guardar la ropa y por supuesto la colaboración imprescindible de un montón de gente que hizo cada día un poquito más de lo que les mandaron porque se lo mandaron otros y eso hacía que la culpa no fuera suya. Porque a quién no le da satisfacción el trabajo bien hecho. La maldad, la crueldad, el fanatismo y la barbarie fueron el azúcar glass sobre este pastel de boda de ocho pisos.

Los humanos no tenemos remedio.

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La resistencia cultural

(Publicado el 11 de Septiembre de 2024 en https://www.elsaltodiario.com/culturas/resistencia-cultural-rural-mujeres)

Un amigo mío me decía hace muchos años, cuando él ya estaba casi en los cincuenta y yo estaba entrando en los treinta, que a partir de los cuarenta hay que celebrar, sin perdonar uno, todos esos días en los que se levanta uno de la cama y no le duele nada.

Mi amigo murió hace años, desgraciadamente no de viejo y cuando le debería haber tocado a muchos otros antes que a él, y le intento hacer ahora más caso del que le hice en aquél entonces. Este amigo mío se fijaba en las cosas.

Hace todavía más años, a mediados de los 90, trabajaba yo a veces de lucero (es decir, el de las luces) de una compañía de teatro intrépida, indómita e infatigable. Una compañía de teatro a punto de profesionalizarse que estaba trabajando sin tasa con cada vez más energía y recursos puestos en que el movimiento se demuestra andando: Para profesionalizarse había que hacer un montaje serio, grande y profesional y allá que iban, paso a paso y haciendo bolos para un público casi siempre infantil y a veces en sitios donde lo de ser intrépidas, indómitas e infatigables era lo mínimo posible para salir adelante, no un extra. Yo estaba metido hasta las cejas en el rock precario (con suerte cobrar en cervezas, generalmente ni eso) y lo de echar una mano a gente tan maja y que encima me pagaran me parecía maravilloso, la antesala de muchas cosas. En aquellas furgonetas todo el mundo estaba en la antesala de algo.

La cosa cultural de una comunidad autónoma inventada en un fin semana en el Parador Nacional de Sigüenza les organizó una gira por el Campo de Calatrava, una comarca de la Mancha Baja cuyo nombre viene de una orden militar y religiosa casi milenaria del mismo nombre. En esa zona muchos pueblos llevan “de Calatrava” en el nombre, están a la sombra (es un decir) de un castillo mucho más grande que el pueblo y hay mucha, mucha, mucha historia en esas piedras. Y se bajaba uno de la furgoneta y no veía mucha historia, pero las antesalas a veces son así.

El plan solía requerir llegar con tiempo para ver dónde había que montar todo, porque no era raro que lo que nos ofrecieran fuera un espacio a ras de suelo en mitad de un parque desangelado y sin sombra alguna, para que a las ocho de la tarde, todavía “a la solanera”, intentáramos (bueno, intentara yo) competir con el sol manchego del casi verano con las cuatro luces que llevábamos y sin posibilidad de poner detrás de las actrices nada más que un teloncito que era casi peor ponerlo que no.

Antes de entrar en harina decidimos ir al bar a beber y desbeber y luego ya que fuera lo que tuviera que ser. Estos pueblos están construidos a lo ancho y no a lo alto, que por allí hay mucho sitio, así que preguntamos por el bar, porque al azar no había manera. Antes de explicarnos cómo llegar, el paisano al que preguntamos metió bien la cabeza dentro de una furgoneta llena de mujeres y preguntó:

– ¿Sois los cómicos?

El director de la compañía confirmó la sagacidad de aquél señor, que más hueco que un palomo nos explicó cómo llegar a la primera al bar al que él quería que fuéramos. El bueno. El de la plaza.

Como yo era el lucero y además el único rockero de la expedición obviamente entré al bar el primero, aunque no fuera el primero en salir de la furgoneta. Estaba yo juntando dos mesas y arramplando con las sillas pertinentes para toda la compañía cuando hete aquí que me encuentro con que aquella segunda mesa está vacía en cuanto al número de sillas ocupadas, pero sobre ella había no uno sino dos tricornios. Jamás en la vida se ha visto dicho ridículo accesorio sin que muy cerca, si no es justamente debajo, haya un tío carente de sentido del humor hasta un grado superlativo.

Me giré ciento ochenta grados intentando no mostrar demasiado y sobre todo no salir corriendo y en efecto ahí había dos guardias civiles. Muy sonrientes. Uno de ellos se me dirigió de esta guisa:

– Hola. Son ustedes los artistas ¿verdad? Les hemos visto llegar antes.

Y se identificó con grado militar y apellido y como el jefe del puesto. Me presentó a su subordinado, cuya mano estreché también. Me presentó al farmacéutico, a un señor que tenía no sé qué empresa y al veterinario, que justamente se incorporaba en ese momento al vermú. No voy a decir que no eché de menos al cura en esta jarca porque faltaría a la verdad.

Sentarme a hombros de gigantes es siempre una buena opción, así que elegí a don José Sazatornil e intentando emular su voz y su prestancia me identifiqué como “Josevicentecarrasco, técnico de luminotecnia”. Se acercó en ese instante nuestro director y como tal le presenté a mis nuevos contactos locales, engolando tanto la voz que nuestro director creo que se enfadó un poco porque se olió un (inexistente) retintín. A las artistas, que eran tres y se quedaron a una distancia bastante fácil de comprender en esas circunstancias, las presenté tal cual como “las artistas” y según yo lo recuerdo las miraron de pies a cabeza como si fueran visitantes desganados en una feria de ganado. Hay tiempos y lugares en el mundo donde hay muchos tipos de ganado y no todos requieren revisiones del veterinario, ya sabemos todas de qué estamos hablando.

La función se hizo a pesar del peligro mortal de la caja de electricidad donde había que conectar las luces, o la escandalera de algo que pasaba por detrás, o algunas ventanas que no se podían cerrar o no se podían abrir, o el ensayo del alarde de bombo y cencerro, o vaya usted saber cuántas cosas más o cosas menos, pero el público infantil llegó cuando tenía que llegar, se lo pasaron como los indios y en cuanto acabó el asunto allí solo quedábamos la compañía y el personal docente del colegio local, que yo creo que eran tres nada más. Dos mujeres y un hombre, mayores que nosotros (la antesala una vez más) pero bastante jóvenes.

El personal docente del colegio local estaba entusiasmado con la obra y con todo lo demás y nosotros arrastrábamos la paliza de varios días yendo y viniendo, porque a veces el bolo estaba tan lejos que era una paliza, pero no tan lejos que hubiera que quedarse a dormir. A veces era el presupuesto y a veces era un “si total…”. No veíamos el momento de cargar y salir zumbando y el personal docente que no, que unas cervezas, que nos quedáramos a cenar, que allí todas tenían casas enormes con un montón de habitaciones y que nos quedáramos y dale y vuelta la borrica al trigo. La diferencia entre (la mayoría de) la gente del teatro y (la mayoría de) los rockeros es que a los rockeros a veces no hay ni que pedirles que se queden, mientras que la gente del teatro ya se lo puedes pedir cincuenta veces, que tienen su plan y no hay más que hablar. Y dio igual la de veces que nos dijeran y que nos pidieran por favor que nos quedáramos, por favor. Por favor.

Me cuentan que hoy en día, treinta años después, han cambiado muchas cosas y otras no: seguramente ya no nos preguntarían si somos los cómicos; hay algunos teatros y hay muchos salones de actos que reciben ese nombre, el ente autónomo se gasta el dinero en lo que sea menos en cultura y en ese bar de los tricornios están los mismos pero más viejos. Lo que ha cambiado es que en muchos de esos pueblos, los que tienen vino y los que pierden gente desde antes del encuentro de dos culturas previo al genocidio y expolio, sobre todo en la España vaciada, hay unas células de resistencia que mueven, organizan, convocan y reinciden todo lo que haga falta.

Estas células son casi siempre mujeres, con suerte unas cuantas, demasiadas veces solamente una o dos. Estas mujeres son las que, contra viento y marea, llevan teatro a sitios donde el único cine cerró en los 80; embajadoras tozudas de la cultura que mueven Roma con Santiago para llevar cultura en bloques como cuando la gente tenía despensas y los frigoríficos eran armarios que conservaban la comida a base de partir barras de hielo y aprovechar los trozos.

Esas mujeres son las que organizan en marzo todas las actividades que pueden durante el mes y van dejando su marquita. Y la Marquita se ve si uno se fija en las cosas, porque luego ahí te cruzas a la señora octogenaria que muy tozudamente también (será por falta de tozudez en Castilla) se bambolea bajo ese paraguas lila que le han dado por el Día de la Mujer. Y esa señora tiene más paraguas pero las que se lo han dado hacen cosas buenas. Esas mujeres que han vuelto, a las que han arrastrado las circunstancias de vuelta al lugar, que no salieron o que han rebotado y que ahí están, donde es más difícil ser lo que son y por eso lo hacen. Esa gente que seguramente no llegue a ver las consecuencias a largo plazo de todo lo que hacen. Esas que a veces dicen “la vida” como un comodín que lo contiene todo y sonríen la mayor parte del tiempo. Esa gente feroz, indómita y audaz. Esas mujeres.

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Bertolt Brecht: Gedanken über die Dauer des Exils

Bertolt Brecht: Gedanken über die Dauer des Exils
I
Schlage keinen Nagel in die Wand Wirf den Rock auf den Stuhl.
Warum vorsorgen für vier Tage? Du kehrst morgen zurück.
Lass den kleinen Baum ohne Wasser.
Wozu noch einen Baum pflanzen?
Bevor er so hoch wie eine Stufe ist Gehst du fort von hier.

Zieh die Mütze ins Gesicht, wenn Leute vorbeigehn!
Wozu in fremden Grammatiken blättern?
Die Nachricht, die dich heimruft
Ist in bekannter Sprache geschrieben.

So wie der Kalk vom Gebälk blättert (Tue nichts dagegen!)
Wird der Zaun der Gewalt zermorschen Der an der Grenze aufgerichtet ist Gegen die Gerechtigkeit.

II

Sieh den Nagel in der Wand, den du eingeschlagen hast: Wann, glaubst du, wirst du zurückkehren?
Willst du wissen, was du im Innersten glaubst?

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La semiótica, la hermenéutica y la tontería

(publicado el 2 de Julio de 2024 en https://www.elsaltodiario.com/opinion/semiotica-hermeneutica-tonteria)

Estaba el otro día pensando en voz alta con una amiga (que es como se piensa bien) sobre las cosas de la izquierda española. Que yo ahí ni pincho ni corto y no tengo vela en ese entierro, pero quiero que le vaya bien.

Hablo de la izquierda de vocación estatal, aunque a veces lo digan con otras palabras lo que quieren decir es estatal porque las naciones son otra cosa; de la izquierda que está a la izquierda del PSOE,  lo bastante a la izquierda como para poder argumentar la duda de si el PSOE es izquierda de verdad, pero no lo bastante como para no recibir una 
decepción tras otra, porque el PSOE siempre acaba decepcionando a todo el mundo menos a los mercados. Esa izquierda.

Una diferencia significativa que veo entre la izquierda española y la izquierda con vocación nacional (de naciones sin estado principalmente, aunque no solo esa) es que en estas izquierdas hay cambio generacional y hay una línea ininterrumpida, una reguero de hitos, pedruscos, marcas en la pared (de espray, de tiros de unos y de otros, de carteles, de fuego y de saraos) desde hace décadas que a pesar de las consustanciales 
purgas, porque si no, no sería izquierda, permite que al menos parte de la experiencia acumulada y no solo el archivo histórico vaya avanzando con los tiempos. Y puede uno ver eventos sociales o directamente ir a su bar de cabecera y hay gente que se jubiló hace tiempo, hay chavalería que todavía no puede votar pero ya está en el ajo y hay padres y madres con el cochecito y las criaturas. No estoy hablando solo de ir a beber
vino y socializar en el mismo espacio. Veo a la izquierda española reinventando la rueda cada quince o veinte años, desdeñando toda la experiencia (buena o mala, pero experiencia) de la generación anterior y haciendo un “anda, quita, que tú no sabes” a gente que tiene el culo pelado. Cuando el gobierno amnistió a los hiperpolitizados resistentes 
al servicio militar que venían del tardofranquismo quienes veníamos detrás no hicimos mucho caso de toda su experiencia porque teníamos un mundo nuevo en nuestros corazones. Que siempre es verdad, pero tampoco es tan nuevo como pudiera parecer. Quiero decir con esto que no estoy señalando lo mal que lo han hecho otros; cuando señalo hablo en primera persona también.

La izquierda le dio la espalda a los que más habían luchado en el tardofranquismo y la “transacción”, como ellos hicieron con la generación anterior, que a su vez hizo lo mismo con la gente que hizo la guerra. La excusa es que la perdieron, supongo, pero hubiera dado igual; nos sobra energía, maña y mala leche para con los que están más cerca para esto y para mucho más.

En la última década, la izquierda española ha intentado (y casi lo consigue) meter la cuchara hasta el codo en el puchero del poder mediante una división acorazada de gente super-preparada académica e intelectualmente. ¡En España! En el país en el que sigue siendo lo normal humillar al empollón, ningunear al que sabe porque sabe, donde se 
acepta el vocingle como recurso estilístico y la burricie no es un baldón salvo para cierta gente, muy poquita. El país donde Hitler ganó la guerra y uno de los nietos del dictador es Pocholo y en el que uno de los yernos del rey robó tanto que hubo que meterlo en la cárcel (aunque fuera de mentirijillas) y el otro tuvo un infarto cerebral (quien no sabe por qué tiene menos calle que el chófer del papa) y ahora a ese accidente cerebral específico se le llama “Marichalazo” por su apellido.

Y muy bien hecho, han cambiado muchas cosas y se han hecho muchas cosas que no se hubieran hecho si no. Pero me partía el alma ver en debates a uno que obviamente (¡obviamente!) se había preparado el debate como si estuviera defendiendo “a cara perro” su tesis doctoral sin tener en cuenta que tanto a él como a tantos otros les estaban mandando una y otra vez a peleas de barro con botarates que iban ahí con cuatro tarjetas en las que ponía:

– rebota, rebota y en tu culo explota
– el tuyo que es más zurullo
– Venezuela
– la eta

Hubo incluso quien pensó que era plausible presentar a Juan Carlos Monedero (carismático académico y chispeante rapero) de candidato a la alcaldía de Madrid, España. A competir con jumentos que saben muy bien que con esas cuatro tarjetas basta y s
sobra porque no entran en argumentar, ahí no tienen nada que ganar. Razonar no tiene
sentido, tener la razón no sirve de nada contra los de “vivan las caenas” y “muera la
inteligencia”. La derecha española no usa la razón ni la democracia misma porque nunca
les ha hecho falta. Tampoco tengo claro que supieran si tuvieran que hacerlo, tendrían que
traer un Steve Bannon democrático (valga la contradicción) como cuando el susodicho
se hizo una gira europea de las de triunfar por todo lo alto, a la vista están los resultados.
Aceptar su discurso es rendirse a su barbarie, pero ignorar completamente que las
escasísimas reglas del juego que aceptan son marrulleras, sucias y destructivas, a largo
plazo es ingenuo, elitista y a la larga está dando los resultados que está dando. Es ir a
hacerle trucos de cartas a un gato.

Era trágicamente cómico ver a Albert Rivera (para entonces quizás era Alberto otra vez, no me acuerdo) soltando boutades o directamente bobadas huecas tan de su estilo y los suspiros resignados de Pablo Iglesias fuera de cámara como diciendo “¿pero este nivel de ser tonto se lo prepara uno o viene así ya de casa?”. Trágico porque el bodoque se va a su casa contento con el enfado que se ha agarrado el otro y con eso ya le parece que ha ganado y el otro se va para su casa agotado de la mala leche que le ha puesto el bodoque.

Tras el populismo jacobino de derechas llegó la ultraderechita cobarde y ya como colofón el Chiquilicuatre del fascismo. Y va la Sara Palin de Sumadrí y llama hijo de puta al
presidente del gobierno de su país y la ocurrente salida, perla sin par de la oratoria, es que
en realidad dijo “me gusta la fruta”. Y allá van sus palmeros y palmeras con su “Me gusta la fruta” en el pecho porque son la gente de la cultura de la excelencia y el trabajo duro por encima de todo.

Me pregunto si todo el énfasis, la centralidad en asuntos muy necesarios pero acaso no lo
troncales que deberían ser (vamos a llamarlo “batuquización de la política y la protesta” porque aunque sean un tostón yo tocaba la batería y no me parecen del todo mal), el dejar
de lado el “sota, caballo y rey” (valga la expresión) que todo el mundo va a entender, todos
esos asuntos fundamentales que si se apartan del fogón nos los levantan los rojipardos y demás joseantonianos en mayor o menor grado, si fue una buena idea, si fue la mejor idea
que había.
 
Tiene que haber una manera de hacer todas esas cosas que no se hubieran hecho y
además tener siempre, siempre en el centro del tablero todo lo que es izquierda y que lo
pueda reconocer el adolescente y la nonagenaria de toda condición. No hay otra. Porque
vienen. Que vienen. Que vienen pegando voces calle abajo y tienen como referentes las 
imágenes de épica almibarada y cutre de novelillas históricas donde los Mel Gibson
carpetovenónicos han (re)creado sus Blas de Lezo, quieren sacar a Millán Astray y a Mola
de la catacumba y a todos esos genocidas que tienen calles o marcas de brandy con su retrato. Porque una cosa es España y otra esPAña, que esa es la suya. La del acento en la pa.

Leí sobre uno de los ecos del golpe de Casado y la traca final que tuvo lugar días y horas antes del final de la Guerra Civil, ese cuadro tristísimo con los anarquistas y los comunistas matándose unos a otros con los italianos echándose un cigarrito con la moto al ralentí 
esperando a la entrada del pueblo a que acabaran los tiros. Lógicamente 
la inquina no acabó el primero de abril de 1939.

Durante la ocupación alemana de Francia unos de un lado por lo visto usaron a la Gestapo como martillo para atizarle a los del otro lado. Si los que se chivaron a los nazis sobre los republicanos que se resistían mal eran anarquistas o estalinistas, o del POUM o de Izquierda Republicana no viene al caso porque los denunciados y los denunciantes 
llegaron medio muertos a exactamente el mismo campo de concentración (a Mauthausen-Gusen, el campo del que no tenían que salir vivos) con unos pocos días de diferencia. Otra tragicomedia. La moraleja constructiva está en que alguien que ya llevaba años en el campo tuvo el suficiente juicio y los veinte dedos de frente necesarios para dar un puñetazo en la mesa, imponer que lo de fuera ya no contaba, que se había terminado la tontería y ahí no había más enemigo que los nazis y sus (abundantes) cómplices y títeres. Y así se hizo y fueron parte del grupo que sería referente de resistencia, organización, disciplina, cuidado de los suyos y de otros y espíritu inquebrantable hasta el final. Es decir, llegados 
a la situación límite más extrema imaginable (por desgracia lo posible se superaba en ese sitio de forma rutinaria) las cosas se hicieron. Y se hicieron bien.

Sobre los deportados a los campos también hay que decir que una parte
desproporcionadamente alta de los que entraron a los campos murieron poco después de llegar, una parte desproporcionadamente alta de los que vieron la liberación murieron durante el primer año de libertad debido a las secuelas del cautiverio y la mayoría por no decir todo arrastraron graves secuelas físicas y psicológicas hasta el final de sus días. En resumidas cuentas, en la peor situación imaginable todo son pegas.

La semiótica, la hermenéutica, la etimología, la etología y el simbolismo de si son galgos o son podencos creo que ya está probado y requeteprobado.

¿De verdad que hay que reinventar la rueda una y otra vez?

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