Memoria

Publicado en Mugalari.info el 18/05/2018: https://mugalari.info/2018/05/18/memoria-vicente-carrasco-bixen/

Hay quien persigue la creación de nuevas historias, de nuevas canciones, de nuevos colores. Quien captura los que unos pueden ver y otros quizás no. Y hay quien está atrapado por recuperar la memoria de quienes no pueden contarla. Acaso por eso, porque no pueden contarla. Porque no pudieron.

Esos que no se fueron sino que se los llevaron y por eso no pudieron contar ni su historia ni la Historia. Los que vieron su vida truncada y su memoria cubierta por la grava y el polvo de una cuneta, su recuerdo por la represión, ese mismo polvo pegado a las gargantas de los que quedaron. Los que murieron más de una vez, acusados de haberse ido con la querida, de haberse fugado con el dinero del sindicato, de haberse ido a América y han aparecido 70 años después no lejos de la casa de la que lo arrancaron, en un agujero de cualquier manera junto a otros como ellos. A veces con las manos atadas con alambre. Los que salieron de tu pueblo y desaparecieron en un crematorio alemán, siguen metidos en un buque británico hundido en el Atlántico, perdidos en un risco noruego o en un bosque eslovaco.

Hay quienes, de un modo u otro, están atrapados en esa búsqueda. Y cada día es la efemérides de un hecho luctuoso, cada lugar que visitan es una sucesión de fusilamientos, esto era una cárcel, aquí había un campo de concentración, aquí se juzgó a muchos, aquí no se sabe cuántos hay enterrados, debajo de este aparcamiento están, que se sepa, todos estos y aquellos son sus familiares, vamos a saludarles. A veces es la efeméride de la primera vez que aquellas mujeres que vemos en una película un poco borrosa, acelerada y sin sonido pero música muy viva, pudieron votar; porque no todo son desgracias, pero cuando se sabe mucho de quienes perdieron una guerra hay muchas flores y poco laurel.

Y si además se trata de este caso único en el mundo, quienes perdieron una guerra, perdieron la posguerra y perdieron la paz posterior, casi ni flores hay. Que haya dónde poner flores es casi un privilegio.

Detalle del monumento a los republicanos españoles muertos en Mauthausen. Erigido en territorio francés porque España nunca ha reclamado un trozo de tierra para homenajearles. · Foto del autor

Algunas, bastantes de estos libros ambulantes que son estas personas recuerdan demasiado. Hace poco veía una charla de un tipo que tras 20 años de servicio en unidades de élite del ejército de EEUU ahora es autor y conferenciante. A pesar de su físico impresionante no intimida por eso, sino porque cuando habla no puedes sino imaginar la cantidad de gente que este tipo ha matado con sus manos (y la de gente que ha muerto por y a sus órdenes). Casi puedes ver el montón de cadáveres detrás de él. Estas personas, decía, algunas veces recuerdan demasiado. Pero en su caso recuerdan porque alguien tiene que recordar. Y a veces también ves ese montón de muertos, ahí detrás, cuando se cuenta su historia. Una fecha, un lugar, un nombre no les trae a veces más que recuerdos de muerte y de olvido. De olvido para otros, que no para ellos. Porque alguien tiene que recordar todo el tiempo para que todos podamos recordar un poco. Para que los buenos sólo mueran una vez. No sólo saben cuándo mataron a quien y dónde; y algunas veces quiénes fueron y cuánto cobraron, que está todo apuntado en algún sitio. Saben de aquella obra de teatro que se hizo y de la que se escribió pero no se pudo representar, del libro, de su autor y de dónde acabó, si fue en una fosa o fue en un rincón de un edificio perdido donde le hicieron esconderse guardando su vida empaquetada en recuerdos como si por haber perdido estuviera equivocado, si estuviera loca, como si lo que hubiera visto y hecho nunca hubiera sucedido. Como si lo único real fueran mortajas para los vivos y fosas anónimas para los muertos.

Detalle de la mesa de disección que está junto a los hornos crematorios del campo de concentración de Gusen, donde miles de republicanos fueron asesinados. Foto del autor.

Ese amigo, esa amiga que trabaja en Memoria Histórica. Que bucea en archivos, que ha sacado una, diez, ciento cuarenta y cuatro personas de fosas con sus propias manos, de tumbas más o menos identificadas pero sin ataúd, cruz ni placa que la identificara. Tomaos un café con él, con ella. O un vino. Un vino no estaría mal. Están haciendo algo bueno para todos, algo que es muy difícil y que a todo el mundo acaba rompiendo un poco por dentro de cuando en cuando. Hay que echarles una mano. Si llevarles al archivo o acompañarles a uno de esos lugares de muerte (que también son de esperanza, porque lo que hay ahí son semillas, no nos olvidemos) es demasiado, siempre se puede ayudar de alguna otra forma.

Van quedando pocos testigos vivos y pocas ocasiones de pasar la tarde con uno de esos abuelos de apariencia tan normal y un pasado tan repleto de aventuras, muy a su pesar. Ahora esos hitos que conectan lo que pasó, lo que podría haber pasado y lo que podría pasar son los militantes de la memoria, sus libros, sus trabajos.

Es mucho peso y son pocas manos.

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P.D.: Mientras escribía esto un amigo me dice por Whatsapp que uno de esos nombres que la ARHM está difundiendo porque son cuerpos que estaban con Timoteo Mendieta en una fosa y no había familias que los reclamasen resulta ser su abuelo, al que sí fusilaron (el otro se libró porque el que dirigía el pelotón de fusilamiento y él eran del mismo pueblo).

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A Rolex o a setas

Publicado en Mugalari.info el 30/01/2018: https://mugalari.info/opinion/a-rolex-o-a-setas/

La última vez que estuvimos en Euskal Herria un amigo nos regaló vino.

En realidad varios amigos nos regalaron vino. Lo que quiero decir es que siempre que vamos, siempre que voy, vuelvo con vino en la maleta. A veces es del que no se puede comprar aquí en Suecia. Luego me paso de peso, la maleta me hace un extraño y por sujetarla llevo desde semana santa en rehabilitación y lo mismo me operan como a esos que juegan al balompié.

Lo que hacemos a veces porque los amigos son como son. Pero no nos desviemos.

Voy a hablar específicamente del vino que un amigo nos regaló la última vez que estuvimos en Euskal Herria. Un Rioja Alavesa joven, “un vino divertido”, según nos dijo este amigo del que tanto he aprendido. Por poner un ejemplo, si quieres que alguien pruebe un vino soberbio lo que haces es regalarle dos botellas.

Este vino por lo visto ha ganado un concurso en Francia, en Alemania o en algún sitio de Europa. No le entra en la cabeza a nadie que haya sido el bodeguero quien moviera un solo dedo para participar en nada, así que debe haber sido por pura casualidad o porque el vino bueno quieras que no tiene las patas largas. No quiere exportar porque total, le va a dar mucho más trabajo y es posible que más dinero, pero no mejor vida. Va a tener que hacer más papeles, más intermediarios se lo van a llevar crudo por estar entre él y el que se lo bebe y al fin y al cabo lo que él quiso cuando se puso a hacer vino hace cosa de diez años era vivir mejor.

Todo el trabajo lo sacan adelante entre dos personas (él y otro que le ayuda cuando hace falta), producen unos cuantos miles de botellas al año y con eso vive bien. Y como suelen hacer los bodegueros que trabajan bajo el paraguas de una denominación de origen, ese pico de la producción que no pueden sacar a la venta con todas las de la ley (etiqueta, holograma, número) sale sin etiqueta. Esas botellas sin nombre son las que me traje para Suecia. Una botella así, sin una mísera etiqueta, de partida hace sospechar a la gente del norte verdadero que está frente a algún brebaje salido de una destilería tan cutre que no da ni para imprimir unas pegatinas pero que, poco familiarizados con el vino joven, les pone a bailar como cobras desde el momento mismo de descorchar y dar a oler.

Quizás estoy dando a entender que con un vino así en Suecia, entre lo rico que está y toda la historia que tiene detrás, gano puntos de exotismo. Un exotismo que no tengo ni voy a tener me ponga como me ponga. Pero esa es otra historia. La de otro, supongo.

Yo cuento esta historia y enseguida veo si a quien tengo delante lo quiero para un rato nada más o vamos a hablar de más cosas. Si hay que abrir esa botella o no. Si estamos a lo interesante o a lo importante.

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Aguante, Pititxu

Publicado en Mugalari el 27/11/2017: https://mugalari.info/opinion/aguante-pititxu/

He vivido en media docena de ciudades y he vivido en más de una docena de casas. En una de ellas, la que era para toda la vida, lleva diez años viviendo una familia que no es la mía. ¿Pareja para toda la vida? He tenido. Mejor no voy a enumerar porque no quiero ir ese sendero muy a menudo. Sigo batallando con la escasez de palabras de todos los idiomas al mismo tiempo para describir a la que fue tu sobrina pero ya no lo es y a la que fue tu hija adoptiva y ahora no sé lo que es. Todo cambia y casi todo se puede perder, ir, romper, casi desaparecer. Pero tengo amigos de toda la vida que posiblemente acaben siendo para toda la vida.

Nunca se sabe pero ahí sigo, esperando lo mejor.

Y vivo con un gato. Un gato que ha estado conmigo en tres de esas ciudades, en seis de esas casas y muchas de esas parejas para toda vida.

Tampoco le quedaba otra porque es un gato de interior, pero ahí ha estado.

Lo adoptamos porque era un poco especial. Prefería juntarse con los humanos y eran los perros de la casa quienes lo mantenían limpio y calentito. Sus hermanos le pasaban por encima, no le dejaban agarrarse a la teta. Era el más pequeño de la camada, el único negro. Le gustaba quedarse dormido frente al fuego, a poder ser sobre la barriga de alguien. Si era alguien a quien no le gustan los gatos mucho mejor.

Acabó convencido de que era un perro más, no salía a aprender a cazar pájaros y ratoncillos con su madre y sus hermanos. Pero llegó el momento en el que en los caseríos se aplica la ley de que ahí todo el mundo trabaja y quien no trabaja desaparece. 15 días aguantó como único superviviente de la camada, para total confusión de su madre (de nombre Pussy, para más señas), que posiblemente estaba preñada otra vez y había dado por perdido al alicate de su hijo el negro chiquitito y amigo de los humanos y los perros.

Hubo que convencer a mi novia de entonces, que siendo de caserío no veía bien el tener a un animal en un piso, pero a un piso acabó viniendo.

Aterrorizado todo el camino. Aterrorizado al salir del transportín. El amo de toda la casa dos horas después de llegar, tan pequeño él que no podía subir sólo al sofá para poder dormirse en la tripa de alguien que no aceptaba su presencia y cada día se quedaba dormida en el sofá después de cenar, exhausta con dos trabajos, y cada vez se despertaba con un gato negro durmiendo sobre su plexo solar.

El gato en cuestión fue bautizado como Piti por un niño de 18 meses, así que lo mismo no era eso lo que le decía. Pero un gato negro llamado Piti me pareció perfecto porque “Pakean utzi arte” y el otro Piti murió un 18 de agosto, que es mi cumpleaños y el del gato también. Así que Piti.

Aunque era una gata, pero luego resultó que no.

Una noche que estaba ronroneando como era su obligación una de sus asistentes preguntó al otro:

– ¿Tú sabes si las gatas tienen clítoris?

El otro asistente tuvo que reconocer que no tenía ni idea, pero claramente en el bajo vientre aparecía en medio de todo aquél suave pelo negro un pequeño objeto de forma casi balística, rojo furioso, que quizás se trataba de un clítoris. Por qué no.

Cuando llevé a vacunar a Su Alteza el veterinario se rio a mandíbula batiente. Me hizo observar desde atrás al gato, en concreto esa bolsita que había aparecido justo debajo del ano. Luego me dijo que si me resultaba familiar.

Así que Piti fue registrado como varón con el nombre de Piti Ashler.

Como el barón Ashler, para perpetuar la memoria de lo txotxolos que éramos sus asistentes.

Muchas mudanzas después, después de no haber recibido reiki como su hermana en una escala parisina sino un poco más de valium en un aeropuerto alemán, después de haberse vuelto totalmente majara con los días sin fin de su primer verano nórdico, de haberse vuelto loco por salir a la nieve, tocarla e inmediatamente decidir que si quieres salir tú bien, pero él ni en broma; después de todas las cosas que han pasado a su alrededor y a él mismo, nuestro Pititxu está enfermo.

Ya ha sobrevivido a problemas renales y un problema de tiroides por el que estuvo una semana en el hospital, incluyendo 24 horas en la UCI y varias semanas convertido en El Gato Radioactivo. Pero ahora lleva meses enfermo y medicado a diario. A veces mejor, a veces peor, pero no dan con lo que es. Y sufre. Y a veces sangra. Incluso empezó a dormir en sitios raros, apartado de todo. Ahora siempre duerme pegado a mí. Viene a mí para que haga algo. Para que le ayude. Le pide ayuda a ese simio totalmente imprevisible que casi nunca entiende lo que quiere decir cuando le mea los periódicos, la ropa o le chilla lo que necesita. Pero tampoco le queda otra, así que me pide ayuda a mí.

El pasado domingo fui a urgencias con él para que le dieran algo porque estaba sufriendo y el dolor casi siempre es totalmente innecesario.

Le dije a la enfermera que llevamos meses con pruebas y más pruebas, que está sufriendo y que pedí por teléfono algo para el dolor y no me lo quisieron dar, así que allí me planté. Me preguntó por la edad del gato.

14 años, le dije.

– Claro, son muchos – dijo ella.

Al rato volvió con un formulario marrón (¡marrón!) y me dijo que ahí tenía que decidir si quería incinerarlo y qué hacer con las cenizas o con el cuerpo en caso necesario.

¡Nonononononononono! Le dije espantado.

Humor, drama, humor. Siempre es igual. La enfermera se ruborizó con tal intensidad que pensé que iba a tener un ictus y no me cabe la menor duda de que va a estar roja hasta la primavera. A la gente muy pálida se le nota mucho y aquí estamos pálidos todos.

No pude más que reír de buena gana. Me pidió perdón 20 veces, pero yo le di las gracias porque si necesitaba algo en ese momento era echarme unas risas. Y un veterinario. Las risas ya las tenemos, porque se acabó riendo hasta ella, ahora quiero un veterinario. Y un veterinario tuve casi sin esperar.

Me dieron analgésicos (de los buenos, según mi experto de cabecera en opiáceos) y otra cita para más pruebas tres días después. Le han tomado muestras de piel, de orina, de tejido del hígado y del bazo, le han hecho radiografías del tórax, ecografías del bajo vientre y del cuello, pruebas de sangre no sé ya cuántas veces. No será porque no lo estemos intentando.

Ahora estoy esperando a que me den el resultado de estas últimas pruebas, pero el momento en el que hay que aceptar los hechos y dejar de hacer sufrir al animal puede estar a la vuelta de la esquina. Me han ido dejando caer ya la idea de que hay un momento en el que lo mejor es darle una muerte digna y evitarle sufrimientos innecesarios y que obviamente ellos pueden aconsejar pero el que decide soy yo. Y me darán ese formulario marrón (¡marrón!) y esa vez habrá pocas risas.

Hay una colinita en un bosque no lejos de casa donde la gente ha organizado un cementerio de mascotas. No tengo ninguna prisa por ir allí con una pala que todavía no he comprado. Pero catorce años para un gato casero no son demasiados. Ahora algunos viven diecisiete, incluso veinte años. Durmiendo casi todo el día, moviéndose despacito de una siesta a otra, a la comida especial para gatos muy viejos y vuelta a la siesta.

Quizás un rato al sol cuando tenemos un poco. No estaría mal buscarme una de esas lámparas que recomiendan para sintetizar la vitamina D.

A mí me vendría bien y seguro que a él también.

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La tortura explicada a un lector de La Razón (y por qué debería preocuparle)

Publicado en Mugalari.info el 18/04/2017: https://mugalari.info/opinion/la-tortura-explicada-lector-la-razon-deberia-preocuparle/

Lo normal es escribir para la parroquia de uno, los que sabes que te van a entender la gracia o la falta de ella porque la mayoría escribimos para que nos quieran más, digamos lo que digamos cuando nos lo preguntan.

Voy a escribirle ahora a ese que no se cree “lo de las torturas”. A ese que se cree que eso viene en el “manual de ETA” ese que aunque se les hayan metido hasta la cocina mil veces nunca aparece. Y ni siquiera estoy hablando de los que le dijeron a la cara a Martxelo Otamendi cuando habló en el parlamento vasco que aquello era un teatro. Conozco gente, y no poca, que está realmente convencida de que la policía no tortura nunca. Que la policía española, cualquiera de ellas, podría, se lo pide el cuerpo muchas veces, y si pudieran hacerlo lo harían en el nombre de un bien mayor. Pero no lo hacen porque no pueden, porque se les caería el pelo. Por torturar. Ya ves tú. En fin, que me despisto.

Hablo de gente que seguramente no se enteró siquiera de que acaban de juzgar a cuatro guardias civiles acusados de torturar a Sandra Barrenetxea. A ellos les pedían más años de cárcel (19) de los que le hubieran caído a Sandra si hubiera firmado lo que querían que firmara.

Pero ni ella firmó nada (y no fue porque no fueran persuasivos, los muy canallas) ni les van a caer 19 años, porque los guardias civiles fueron absueltos. Ojos que no ven corazón que no siente, dicen.

Dicen.

Dicen los que no saben que hay mazmorras donde suceden cosas mucho peores que morir.

Los casi cinco mil testimonios documentados de torturas en Euskal Herria desde finales de los 60 (a saber por qué número hay que multiplicar ese número si se cuenta todo el Estado ¿Por 10? ¿Por 20?) son propaganda, fantasías alunadas, lamiquejos generados acaso por un bofetón que se escapó, dos manotazos en la mesa y cuatro voces. Y cuatro amenazas.

“Habla o te vas a cagar” y se ven solos, con hambre, con sueño y eso hacen. Se cagan. Normal.

Yo le escribo a quien se cree estas cosas. Le escribo esto también al que cree que si se tortura bien hecho está y poco se hace para todo lo que se tenía que hacer. No sé si tengo alcance como para que me lea alguno de estos, pero por intentarlo que no quede. Yo le escribo al que mira para otro lado porque todo eso le pilla de lejos.

Sé que no te vas a creer el miedo que pasa quien sufre la tortura, da igual que sea quien teme que le saquen lo que no quiere decir como si es un infeliz, una infeliz que no tiene nada que decir y lo va a pasar igual. No te vas a creer el miedo de quienes conocen y quieren a esas víctimas de la tortura. Del miedo que transmite el saber que un ser querido, un conocido siquiera, está ahora mismo en una mazmorra y tú no.

Y tú no de momento. No te vas a creer el miedo de los que detuvieron con Mikel Zabalza y salieron vivos, que no de una pieza. La tortura es la violación del alma de un pueblo. De más de uno. Del que la sufre y también del que la aplica. Hay un antes y un después. Unos lo llevan mejor y otros peor, pero la huella está ahí. La tortura destruye a muchísimas más personas de las que toca directamente. Hay cosas peores que morir. No muchas pero hay.

En los mundos de Yupi tienen que demostrar que el acusado es culpable.

En la cruda realidad a veces vas a ser tú quien firme lo que haya que firmar. Hay quien les pide la muerte para que paren. No vas a firmar.

Firmas la muerte de Manolete, el crimen de Cuenca y el desembarco de Normandía. Y el de Alhucemas, para que haya un triunfo y un desastre. Lo que sea. Pero que paren. Luego ya en el juicio ya veremos. Y en el juicio es tu declaración y la opinión de los peritos, que son los que no vieron nada o los mismos que te lo hicieron todo.

¿Y por qué te escribo y te cuento todo esto que no te vas a creer? Pues porque cuando lo dejan, cuando ascienden, cuando se jubilan, esos tipos dejan las tierras bárbaras donde tenían impunidad, malos horarios, mala vida pero podían con todo (su miserable versión del “uno recuerda donde fue pobre pero feliz”) y los mandan a donde vives tú.

A llevar la vida que soñaban cuando todo iba tan rápido que no soñaban. Son los que te paran en la carretera, te identifican en el aeropuerto, es tu vecino, es el padre de la mejor amiga de mi sobrina, es tu compañero de gimnasio, el yerno de tu hija, el novio de tu hermana, tu hermano cofrade, el borracho ese que no habla hasta que no está bien pedo y se le ve su cara de verdad, es ese otro borracho que sacó la pistola en el bar ni se sabe cuántas veces (y la chorra al menos una vez) porque volvió roto de “la Guerra del Norte” y porque además está casado y con dos hijas pero cuando se emborracha sólo a medias es gay entero pero no puede serlo y aquí está su pistola y aquí sus cojones.

Si crees que haber hecho todas esas cosas no les pasa factura estás muy equivocado. Y es mejor que tengas todos los hechos porque así entenderás estas cosas que pasan algunas veces. Y más que van a pasar. Menudo ganado os llegó de vuelta a los mundos de Yupi. No te lo puedes ni imaginar.

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Al ‘sembrao’

Publicado en Mugalari.info el 10/04/2019: https://mugalari.info/opinion/al-sembrao/

¿Qué se hace cuando ves a un amigo repitiendo el mismo error una y otra vez, una y otra vez, una y otra vez?

Cuando ves que va de cabeza a darse con la misma pared, tras tropezar con la misma piedra. Y allá que va otra vez el tío. Que bien sabe él que por ahí no es, salvo que busque darse otra vez con la misma pared. Y además, más fuerte. Porque cada vez se las da con más ganas, que no se sabe de dónde las saca. Ay, si le pusiera las mismas ganas a otras cosas. Pero no.

¿Es parte de ese peso que llamamos educación judeocristiano que es la losa católica que muchos llevamos en la mochila, aunque sea en trozos, el ir por ahí rescatando gente? ¿No entenderemos nunca que se puede rescatar a alguien de un peligro, de una idea, incluso más de una vez, pero no se puede rescatar alguien de sí mismo?

¿A partir de cuántos amigos diciéndote que te vas al “sembrao” puede uno empezar a considerar que efectivamente se está uno yendo al “sembrao” y eso a lo mejor no es bueno? ¿dos? ¿siete? ¿Doscientos quince? ¿Quién tiene doscientos quince amigos que le digan las verdades? ¿Y siete? ¿Y dos?

¿Es verdad que a partir de un cierto momento en la vida entramos en razón? ¿Es verdad que nos alcanza el sentido común, aunque lo rehuyamos?

Porque después de que salgan las muelas del juicio no es, eso seguro. Y después de que te las saquen todas tampoco.

Quien tiene amigos que quieren que les vaya mucho mejor de lo que les va ¿alcanzan con el simple paso del tiempo el derecho a reclamar la soberanía personal, el poder decidir por sí mismos que sus errores son suyos porque son decisiones y las decisiones, como las opiniones, son libres? ¿A partir de qué punto puede esa persona renunciar al privilegio de preocupar a otros y saltar al vacío, poder seguir haciendo el tonto pero ya sin público sobrecogido?

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Las cosas pasan

Publicado en Mugalari.info el 22/12/2018: https://mugalari.info/opinion/las-cosas-pasan/

Una niña nace muerta. Muere un día antes de venir al mundo sin que nadie pueda hacer nada que no sea ayudar a la madre a que dé a luz una criatura muerta. A raíz de la experiencia, esa madre, nacida y criada en una cultura carente de la necrofilia católica, con sus cementerios cerrados a cal y canto durante la noche y llenos de sarcófagos de piedra, vírgenes llorosas, cristos hiperrealistas, caras gimientes esculpidas junto al nombre del difunto y muchas flores naturales y de plástico, esa madre celebra el cumpleaños de esa criatura perdida (que tiene nombre) cada año en casa con sus tres hermanitos más pequeños. Y en el cementerio. En ese cementerio que es un bosque y un jardín al que yo voy porque sí, porque me encanta que no sea lúgubre y no esté lleno de sarcófagos y vírgenes llorosas.

A mí me llevaban cada 15 días a uno de esos bien tétrico con sus cipreses y sus estatuas terribles a ver (y a rezar delante de) mis abuelos paternos y maternos, mis tíos y mis tías. Estos niños van a celebrar con su hermana mayor durante un ratito todo lo que tienen que celebrar a lo largo del año, no solo el cumpleaños y el día de difuntos. Cada cual hace lo que puede para sobrellevar la pérdida. ¿Cómo se procesa el parto de una niña muerta? ¿Y un embarazo completo seguido de la muerte del bebé tras unas pocas semanas? ¿Y confirmar lo que los médicos dijeron en el cuarto mes, si queréis seguir adelante es contra nuestro consejo, nacerá pero no sobrevivirá?

Al principio de un embarazo las posibilidades de que se pierda son mucho más altas de lo debido para poder relajarse del todo. Acaso por eso mucha gente no dice nada y lleva su incipiente embarazo con el mayor de los secretos. ¿Entonces ya es oficial? Pregunta alguno al recibir la noticia. Tres o cuatro pruebas de embarazo (de distintas marcas y en distintos momentos del día) y una visible tripita no es bastante para poderlo contar, por lo visto.

Pero se pierden. Muchos. Muchísimos. Con madres muy jóvenes o con las cada vez más frecuentes madres de más de 40. Los hombres revoloteamos alrededor de este inmenso agujero que se traga a tantas criaturas que pudieron ser y no fueron haciendo, en el mejor de los casos, lo posible por ayudar. Podemos intentar asumir que a veces ellas saben y punto y nosotros lo aceptamos o hacemos el gilipollas otro poco, que total es algo que podemos hacer sin mayor esfuerzo. En el peor de los casos… ¿quién no ha visto lo que un hombre puede hacer en el peor de los casos?

Al contar la pérdida de un embarazo, que al principio del principio no es sino un pegote de células sin espina dorsal, sin cerebro y sin ese corazón enloquecido que se ve en las primeras ecografías, llegan todas las historias que tanta gente ha mantenido de puertas adentro y confirman la sospecha de este que lo cuenta que no es, de largo, lo peor que podría haber sucedido. Aquí intentan salvar a prematuros a partir de la semana 22, pero hay quien tuvo que expulsar un feto en la semana 21 en el baño de un hospital. En un cubo. Al menos no fue en casa. ¿Qué haces con ese muñeco de 21 semanas si te pasa en casa? ¿Vas al bosque y lo metes en un agujero? Mujeres que reciben el diagnóstico de que sus posibilidades de concebir son remotas. Se van a su casa con el alma hecha pedazos y se quedan embarazadas, pero efectivamente pierden el feto en las primeras semanas; y dos meses después conciben y todo va perfecto y hay por ahí danzando un mocetón que ya está aprendiendo a leer con sus mofletes sonrosados.

No veo la razón para que no piensen esas mujeres en algunos momentos que las tratan como a ganado. Recoge este sobre a tu nombre con las pastillas metidas en sobrecitos más pequeños que tienes que tomar para soltar toda esa materia inútil que todavía tienes dentro de ti y que hace que tu cuerpo siga creyendo estar embarazado aunque ya no lo estés. Dentro del sobre tienes las pastillas necesarias (y más, por si acaso) y todas las instrucciones. Para que pases miedo de verdad, en este país en el que los analgésicos potentes son más escasos que la pomada de uranio te vamos a meter dos dosis de opiáceos para que las uses en caso de que tengas dolor alto, que todo puede ser. Si tienes alguna duda llama a este número. Si llamas a ese número una grabación te dice que tienen el cupo de llamadas cubierto para ese día y que pruebes el próximo día laborable, que en este caso es dentro de cinco días. Aunque llames a las 8:30. Vas a tener que llamar al servicio centralizado donde una enfermera atenderá tus preguntas leyendo de una lista de pasos a seguir porque nadie puede saberlo todo pero en ese número reciben llamadas sobre todo lo que puede pasar y pasan muchas cosas. Muchas.

De todos modos el embarazo que dio origen a esta historia es la sorpresa que tenía preparada la naturaleza a una madre que exactamente dos años antes estaba fajando un cáncer muy agresivo y un padre que hace menos de una década pasó las paperas, algo que implica un 50% de salir estéril del trance. Hay que disfrutar las cosas por lo que son, no por lo que podrían ser. Porque las cosas pasan y la mayoría son malas. O regulares. Y las malas son malas de verdad. Pero también hay buenas.

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Sobre el fútbol

Publicado en Mugalari.info el 02/07/2018: https://mugalari.info/opinion/sobre-el-futbol/

No me interesan los deportes de equipo. No me han interesado nunca, lo que pasa es que de pequeño no había manera de librarse de ellos, así que entre pitos y flautas desarrollé una sólida carrera como paquete supremo en varios deportes; siempre de los últimos en ser elegidos para acabar de portero (a veces) o de poste (muchísimas) veces. Creo que he hecho hasta de canasta. El caso es que no me interesan para practicarlos y mucho menos para verlos. Con los años he construido a mi alrededor una burbuja en la cual no se habla de fútbol. Nadie me pregunta más allá de la primera vez si he visto tal partido o me he enterado de tal resultado. Durante el (campeonato) mundial (de fútbol) cuando me preguntaban si lo seguía preguntaba con toda la honestidad del mundo que el mundial de qué. Como si estuviera al tanto de cuándo es el campeonato mundial de algo.

Cuento esto no para demostrar lo interesante y especial que soy (que es una cosa que salta a la vista una vez se repara en que cuelgo los calcetines en el tendedero por colores y funciones) sino porque estoy intentando plantear un asunto y necesito esta introducción.

Los seguidores de deportes de equipo, principalmente fútbol, son legión. Están, estáis por todas partes. No hay ya brecha de género, ni de edad, ni de clase social, ni de nivel educativo ni clase social que la cosa del fútbol respete. La mayoría de la gente está al tanto, muchísimos se preocupan demasiado por ello y una barbaridad de gente pierde los papeles y si es necesario echa espuma por la boca y pierde hasta el apetito a cuenta de lo del fútbol.

– Es un sentimiento, me dicen. Si no lo entiendes no lo vas a entender nunca, me dicen.

Después de darle muchas vueltas llegué a la conclusión de que es la parte del deporte de equipo con la que uno conecta o no. Y esa conexión sucede de un modo tan bestial que a quienes no nos afecta (esos que durante años pensamos que estábamos estropeados porque cómo íbamos a ser capaces de no disfrutar o sufrir con lo que todo nuestro entorno lo hacía) nos deja totalmente fuera de lugar. A ver si íbamos a ser de esa gente que no le gusta el jamón ibérico, por poner un ejemplo raro. O las croquetas. Alguno habrá que no le gusten, seguro.

Para mí, la parte importante es cuando quien está metido de verdad en el ajo dice cosas como “hemos perdido”, “hemos ganado”, “cuando nos robaron la Eurocopa” o “es que esos (los del equipo de los malos, no el suyo) son” y ahí entran adjetivos que si se refirieran a los negros vendría de un miembro del KKK y si se refiriera a los gays vendría del Trump brasileño, maldita sea su estampa. Con frecuencia este uso de la primera persona del plural, ese “nosotros” (los once en pantalones cortos y el que dice estas cosas) viene de gente que en cualquier otro ámbito de la vida tiene mucho más sentido común y muchas más luces que yo, algo que me confunde mucho. El contraste, digo. Que haya quien tenga más luces y más sentido común que yo es público, notorio y felizmente muy común.

Cuando un esquiador gana un campeonato sus seguidores (que los hay a miles) no dicen “hemos ganado”. Cuando un boxeador renueva el titulo nadie se apunta al carro con la salvedad de los que han apostado y ganado. Y ni por esas. El boxeador ha ganado y tú también, pero nadie se calza los guantes por poderes. Pero vamos a hacer una pirueta a ver si es lo gregario lo que causa este lío.

Cuando uno de mis grupos favoritos saca un disco nuevo ni yo ni los demás fans enloquecidos por su música decimos que hemos sacado disco y que a ver si es bueno. “Vaya disco vamos a sacar muy pronto Ruper Ordorika y yo”, podría decir. Ya me gustaría, pero no. Ruper Ordorika va a sacar un disco dentro de unos días y yo voy a aplaudir y escucharlo con cuidado, como debe ser. El público de una noche de monólogos o una obra de teatro de esas diabólicas donde tienes que participar y lo mismo acabas en el escenario nunca dice “vaya bolo bueno hemos echado hoy y eso que me he levantado medio resfriado”. Durante años un amigo y yo hemos hecho bromas con coches tocando la bocina hasta las 3AM celebrando que le han dado el Nobel de Física por fin a quien se lo tenían que dar y sobre los seguidores de Murakami que a este paso no van a ver cómo le dan el Nobel de Literatura pero es que ellos están ahí “pa sufrir” y miran las banderas y las vuvuzelas oficiales de Murakami almacenadas en su armario desde hace demasiado tiempo y les dicen “este año tampoco, pero va a suceder; será el año que viene quizás, acaso será el que viene”. Y su gato maúlla, seguramente por casualidad.

Ahora que el otoño y el invierno juegan a ver quién puede más salen los defensores y los detractores del frío, del calor, del otoño, del hielo y de la nieve, de la chicharra veraniega y de la condenación y vida miserable que acarrean todas las estaciones. Imaginemos por un momento que yo mismo, eterno defensor del otoño como paraíso del color, adorador de la nieve, el frío y la oscuridad que conlleva porque “maite ditut maite gure bazterrak” y sanseacabó, arranco una conversación mañanera con un jovial “vaya mañana buena hemos hecho… ¿y qué me dices de esta noche? Hemos bajado a -7 y podíamos haber llegado a -10, pero no hemos podido.” ¿Cómo de loco sonaría, no ya como defensor sino como creador del frío y el invierno, partícipe de de las borrascas, arte y parte de la borrasca que viene de Rusia y le hiela el alma a los flojos y veranitas?

¿Os dais cuenta, mis queridos futboleros, mis queridas futboleras, de lo locos que parecéis estar cuando decís esas cosas?

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Bon vent i barca nova

Publicado en Mugalari.info el 05/07/2018: https://mugalari.info/opinion/bon-vent-i-barca-nova/

Se llama Nora Axelsson Håkanson y es miembro del partido político sueco F! (Feministiskt Initiativ, Iniciativa Feminista). En Agosto de 2017 escribía en un articulo publicado en Aftonbladet: “Da igual que bloquee números. Al cabo de una hora el teléfono vuelve a sonar. Más fotos con desnudos, un texto erótico conmigo como protagonista, más acoso”. Cuando escribió esto tenía 17 años, ahora tiene 18. Con 17 años se definía como “una niña que sabe demasiado sobre agresión sexual porque, como casi todas las demás, ha estado expuesta a ella”. Se preguntaba también por la reacción que esperaban esos hombres al enviarle fotos de sus penes.

Le pedía a Robin, a Peter, a Anders, a Tim, a Mikael, a Gustav y a Martin, porque son todos blancos y 100% suecos en su inmensa mayoría, que le explicaran qué es lo que hace que se comporten así. Si es la cultura sueca, la fiesta de Midsummer o el arenque lo que les hace agredir a niñas sexualmente.

En el centro del foco de atención de los hombres que están detrás de este comportamiento está F!, el partido feminista en el que Nora milita, pero el problema afecta a todos los partidos politicos suecos, incluyendo a la extrema derecha populista (que por si no hubiera bastante tratándose de nazis trajeados liderados por un ludópata, tienen además sus sórdidas tramas internas de discriminación, agresión y abuso sexual). La pasada semana una mujer que se dedica a la política informó a la policía de haber recibido casi 400 llamadas de hombres desconocidos, varias decenas de amenazas de violación y otras tantas amenazas de muerte. En una semana. Así las cosas, las mujeres suecas activas políticamente son cada vez menos en lugar de ser cada vez más. A dos meses de las elecciones generales.

Suecia es una sociedad totalmente abierta, donde datos como la dirección, el numero de teléfono o la fecha de cumpleaños de cualquier residente son públicamente accesibles para todo el que tenga internet y que no lo sean no es sencillo. Salvo que exista una razón de peso, no hay una forma rápida y eficaz de proteger los datos personales básicos de las personas, así que es muy difícil proteger algo tan básico en una democracia consolidada como la participación libre en política de una gran parte de la población. Poco más o menos la mitad de la población.

Es una historia que debe contarse. Con el problema añadido de que, cuanto más lo cuentan, más les dan. Como el abusón del patio que, al oír “por favor, no me pegues más” redobla sus esfuerzos y le da más, con más mala leche y donde más duela a su víctima caída en el suelo, a su merced.

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¿Qué clase de historia sería esta?

Publicado en Mugalari.info el 24/05/2018: https://mugalari.info/opinion/clase-historia-seria-esta/

Si leyendo las versiones oficiales de los sucesos de Altsasu, según los cuales una pelea de bar se convirtió en un ataque coordinado perpetrado por una horda de abertzales versados en artes marciales que no pudieron sino arañar un poco a dos hombres hechos y derechos (y sus respectivas allí presentes) me pusiera a fantasear, quizás se me pudiera ocurrir algo como esto.

Unos cuantos hombres están de celebración en un bar de un pequeño pueblo del sur de Bizkaia. Estamos en los estertores del siglo XX. Una noche entre semana como ese nadie podría esperar que hubiera más de tres en ese bar, pero solo con esa cuadrilla el bar está lleno, porque no son muchos pero beben mucho y hacen mucho ruido. Ocupan el centro del bar, que como tantos bares vascos es un pasillo con una barra a un lado y si te quedas a mitad del bar todo el que entra o sale lo hace cómo y cuando tú quieres. Son de fuera y son policías. Que son de fuera se puede ver a kilómetros y que son policías lo dicen ellos a cada rato de palabra y obra.

Si estuviera fantaseando todavía, diría que celebran que un juicio contra ellos se ha quedado en nada. Ese juicio sería, por decir algo, para dirimir si un militante de ETA que se cayó por una ventana de la comisaría mientras estaba sin esposar y acompañado de un solo agente realmente se cayó por esa ventana, realmente estaba acompañado solo por un policía y si ahí todo fue como dice la versión oficial. Otra de esas versiones oficiales. El juicio no sería por otra cosa que por imprudencia temeraria con resultado de muerte, que uno puede elucubrar pero tampoco se chupa el dedo.

Que son policías tampoco haría falta que lo dijeran porque se les notaría a la legua, prosigo con mis cavilaciones. Pero lo dirían gustosamente como explicación de que todo eso que se estarían bebiendo no lo pensaban pagar. A la camarera, que está casi sola en el bar y muerta de miedo, le darían recuerdos para el dueño del bar, que está en prisión preventiva, lo detuvieron ellos, le dirían. Los tres viejillos presentes apurarían sus vinos y se largarían a toda mecha. Uno de aquellos hombretones de la celebración, porque estoy lanzadísimo, le diría a la camarera que mucho se tendrían que torcer las cosas si esa noche no iban a acabar follando ella y él. Y otro pediría más copas dando palmadas en la barra. Que esa camarera se le distraía con una mosca que pasara, coño.

Todo son imaginaciones mías, pero cuando detuvieran al dueño del bar se llevarían a media docena más. Cuando se lo llevaran de su casa su padre allí presente no podría consentir que los señores agentes se fueran de vacío y les prepararía café. Acaso porque con toda su buena intención creería que podría suavizar las cosas un poco y le pegarían menos a su hijo. O porque hay gente para todo. Mejor dejarlo así. A otro de los que se llevaron le abriría la puerta a los hombres de Harrelson su hermano, que estaba despierto hasta las tantas. Cuando se lo llevaran, su hermana pequeña, por animarle, le diría “Eutsi gogor! Tinko!” y a él se le pasaría por la cabeza que quizás su hermana podría callarse un rato y no dar a aquellos sujetos la impresión de que no habían encontrado nada pero quizás lo habría porque aquella chavalita en pijama no parecería aterrorizada ni mucho menos. Cartas, fotos, libros, apuntes de la universidad… todo en cajas y nunca más se supo. Para dar un toque de humor disparatado dentro de la inmensa seriedad que destila todo esto, pondría a un hombre de Harrelson intentando llevarse una ikurriña que estaba puesta en la pared como prueba y a la secretaria del juzgado diciendo que no, que una ikurriña no es prueba de nada y que basta ya. Y el robocop que sí.

Puestos a imaginar diría que habían ido a “quitar el agua al pez”, es decir, detener a los sospechosos y también a su entorno más o menos inmediato, todo el mundo al furgón, pero en mi imaginación lo harían tan tarde y tan mal que sólo fueron a por los que pensaban que quizás tenían algo que ver con algo, pero sobre los que no tenían nada que no fueran conjeturas y suposiciones sujetas con pinzas. Ni escuchas, ni nadie les había señalado, ni les habían visto ni oído hacer nada. Porque la imaginación es libre y la mía ahora lo es mucho y quienes sí pensaran que podrían ir a por ellos esa noche (estamos en un contexto donde esos pensamientos son mucho más reales que la pura paranoia, un contexto de pura fantasía como es mi cabeza ahora mismo), se avisarían discretamente unos a otros y esa noche se irían a dormir a otro pueblo. Nadie se creería que se pudieran ir a dormir todos juntos al mismo pueblo, porque serían una cuadrilla demasiado grande, que inevitablemente se perdería de bar en bar hasta que llegara la hora de irse a dormir, algo que sucedería bastante tarde primero por la adrenalina y luego porque una vez dentro del laberinto tanto da blanco que tinto. ¿Quién se podría creer una majarada como esa?

Pero no puedo parar. A ese militante de ETA lo estuvieron buscando en muchos sitios antes de detenerlo. Y uno de esos sitios era este pueblo con muchos bares, a veces vacíos y a veces no. En la plaza del pueblo aparecería una furgoneta que nadie conocería de nada, lo normal en un pueblo pequeño. Nadie la vería llegar y nadie vería a nadie entrar ni salir de ella. Una furgoneta que de puro discreta llamaría la atención.

Totalmente anodina. Tan anodina que prácticamente todo el pueblo hubiera estado al tanto de que hay una furgoneta muy rara en una esquina de la plaza. Al cabo de unos días la furgoneta, que poco a poco se hubiera quedado totalmente rodeada de espacios vacíos donde nadie querría aparcar, desaparecería como había llegado. Sin ruido. Sin poner nervioso a nadie.

Ese militante de ETA sería detenido en esta película que me estoy montando, pero para añadirle más salsa al asunto diría que envió una carta a sus compañeros unos días antes de que le echaran el guante y en ella contaría una historia todavía más loca que la que estoy contando, que la policía autónoma vasca le había detenido, drogado, interrogado durante días y luego soltado para ver qué hacía. Como hay que implicar a todo el mundo menos a los miñones de la diputación foral alavesa, añadiría que en estado de gran confusión sería la policía municipal de algún sitio la que lo hubiera detenido, la policía autónoma vasca la que le interrogó en primer lugar y por alguna razón acabaría en manos de la policía nacional, que es cuando se acabaría cayendo por una ventana.

Unos días antes otra detenida por las mismas razones, pero sin relación alguna con él, moriría de un ataque cardíaco en un cuartel de la Guardia Civil cerca de Madrid. Su foto estaría en todas las esquinas, con ikurriñas con crespón negro, antorchas, pebeteros frente a la foto y la bandera. Tan real me parece esta imagen que me estoy montando en la cabeza que, cuando en invierno los comerciantes suecos hacen lo que pueden para iluminar la oscuridad total de las calles y la entrada a sus comercios y bares ponen pebeteros y yo me acuerdo de aquellos pebeteros, aquellas fotos y aquellos crespones negros que me imaginé en recuerdo de esta detenida que hubiera muerto en una mazmorra y no cayéndose de la ventana de una comisaría, que qué ocurrencias tengo.

Estoy en canción y no puedo evitar imaginarme que el ardor guerrero y el pijama de su hermana pequeña no hubiera preparado a nadie para nada, pero mucho menos para un interrogador dialogante que se presentaría como fascista y (casi) sin violencia de ningún tipo. Para caracterizarlo yo pondría una bandera con el pollo en el archivador, un retrato del rey y un recuerdo de la policía de El Salvador para que se vea que ha visto cosas. No todo va a ser la caricatura propagandística del interrogatorio sanguinario con bañera, bolsa, simulacro de ejecución, gritos de un familiar desde la celda de al lado, drogas en el agua, privación de sueño o inserción de objetos en el ano con los ojos tapados. Pura propaganda. En este caso pura ficción, pero sería la de otros.

La mía presentaría un tour de force entre un interrogador que sabe que no tiene nada y un detenido que sabe positivamente que no tienen nada porque se lo ha llevado a él, lo cual por un lado da tranquilidad pero por el otro puede ser malísimo porque si no tienes nada que contar no puedes evitar que te martiricen durante días y días. Eso si hubiera martirio, que seguro que no lo hay. ¿Cómo va a haber tormento en una mazmorra?

Bueno, un poco de chicha sí que tengo que meter. Digamos un policía ya veterano, con una nube de olor a alcohol que le precede y que se queda flotando allá donde para; un asturiano que le está dando de hostias hasta aburrirse a otro de los detenidos, pero que a este en concreto solamente le da unos sopapos. A ver por dónde respira, digamos. Todo esto ante la atenta mirada de un policía jovencísimo que no hace ni dice nada, que mira y calla. Y aprende.

El tour de force llega al clímax cuando el detenido escucha las voces de otros detenidos y se da cuenta de que en efecto se han llevado a los cuatro que han podido, a los que corrían menos, por así decirlo, lo cual no dejaría de ser bastante preciso en este caso. El sagaz interrogador asumiría su derrota de cuchufleta (¿qué abnegado agente antiterrorista hubiera aceptado detener a alguien que sabía que no tenía nada que contar? ¿Qué investigación sería esa? ¿Sin pruebas? ¿Solo testimonios obtenidos durante los interrogatorios? ¿Qué juez de un estado de derecho se traga eso? Por favor… ) pero intentaría una jugada más. Le ofrecería llevarle en coche de vuelta a su casa. Ante la evidente resistencia del detenido a tal cosa, le ofrecería dejarle en algún callejón del pueblo donde no le viera nadie, el típico gag que a los de ciudad se les escapa pero con el que los de pueblo se estarían descojonando un rato largo pensando en la red de puestos de vigilancia de viejas del visillo. Era más fácil saltar de una Alemania a la otra tocando la tuba que entrar o salir de un pueblo sin que nadie te vea.

Mejor vamos a ponerlo en otro momento surrealista. Lo que hace es llegarse hasta la herriko taberna de la Somera, en el Casco Viejo de Bilbo. 8 horas sin dormir y casi sin comer, mear ni cagar por miedo puro y duro. En ese estado de cosas lo más lógico es que la gente que estaba en la herriko piense que eres policía. Llama por teléfono a casa para que alguien le vaya a recoger y le explica al de la barra que no, que policía no es, pero que viene de allí.

En mi ensoñación todos los detenidos salen al cabo de un par de días salvo el dueño del bar, al que tendrían casi un año en prisión bien lejos de su casa para ver si con la vida de privilegios carcelarios (piscina, frontenis, excelente gimnasio y fabulosa nutrición) se ablandaba un poco y cantaba algo más que “por favor que yo no he hecho nada, qué hago yo aquí”, que es soso y no tiene ritmo en pantalla.

Lo que no sé es cómo integrar en todo esto una horda de ninjas abertzales interrumpiendo la celebración de los probos funcionarios del principio de este dislate. ¿Acudiendo a la llamada de quién, en un mundo todavía sin un teléfono en cada bolsillo? ¿Cómo le van a decir esas cosas, por muy borrachos que estuvieran, a una chavala que está trabajando en un bar un martes por la noche en un pueblecillo que entre semana está muerto?

La historia es el reino de las versiones oficiales, decía la canción.

¿Qué clase de historia sería esta?

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El desierto de Sonora, el país de los Tohono O’odham

Publicado como “El país de los Tohono O’odham, los cactus y los estadounidenses de Arizona” el 16/04/2018: https://mugalari.info/2018/04/16/viajar-bixen-carrasco-·-pais-los-tohono-oodham-los-cactus-los-estadounidenses-arizona/

Para qué va uno a ir a Arizona sin disfrutar un poco del deporte-sufrimiento. Ya en abril las temperaturas llegan fácilmente a los 30 grados durante el día en el sur de Arizona (es el desierto y por la noche pueden caer por debajo de 10), así que a todo lo que el paisaje te tira encima hay que añadir el peso del agua que hay que llevar. Mucha agua. Cuatro litros por persona.

Los pantalones largos no son tampoco una mala idea en un paraje donde hay todo tipo de cactus y uno en especial al que llaman “Teddybear Cactus”, el cactus osito, cuyas espinas son atraídas por la carga eléctrica de los cuerpos en movimiento creando el efecto de que el puñetero cactus parece que te ataca con misiles tierra-pierna. Hay que verlos a distancia porque son preciosos pero lo dicho, pantalones largos. Sin llegar al nivel del astronauta que vimos vestido como si fuera a trabajar en las colmenas, con guantes técnicos, polainas negras (a 30ºC) y unas botas con las que podría ir al Ártico sin problemas. Hay gente que está viva de milagro.

La ruta hasta Finger Rock tiene un desnivel importante. Se arranca a unos 700 metros sobre el nivel del mar y se acaba por encima de los 2.200. El camino sube y sube y se va haciendo más escarpado constantemente. No siempre es fácil encontrarlo porque en Arizona la gente no marca los senderos amontonando piedrecitas, seguramente porque está prohibido.

También está prohibido en este lugar, el Pina Canyon, ir con perros para evitar molestias a los muflones y cabras monteses. Que haya ese tipo de animales salvajes da una idea de cómo es el terreno. Es fundamental llevar bastón (o bastones, según sea uno de técnico), una cosa muy poco sueca que me empeño en seguir haciendo allá a donde voy y que en esos andurriales norteamericanos resultó ser un inmenso acierto porque esas cuestas hay que subirlas pero luego hay que bajarlas.

Gran acierto también no llevar lentes grandes y pesadas para fotografiar pájaros. No las llevé por pura cobardía esperando (con todo fundamento) que bastante tendría con la cuesta y el sol cayendo a plomo sobre el cogote. La subida por la ladera opuesta del Pina Canyon a la que uno debería seguir para subir directamente a Finger Rock está a la sombra (bien), pero ambas rutas están catalogadas como nivel experto; en muchos puntos se puede progresar a cuatro patas sin problemas. Pero no es esta la razón. El camino da para muchas cosas y una es charlar con la gente. La gente se para a hablar. En Suecia, salvo que estés en sitios realmente aislados (y no siempre) la gente generalmente no saluda y pararse a charlar es algo excepcionalmente raro. En Arizona todo el mundo saluda y en mitad del monte casi todo el mundo se para hablar un ratito, acaso por recuperar el resuello, acaso porque nos oían hablar en inglés uno con otro y no nos terminaban de ubicar.

Así conocimos a un señor que nos pareció bastante mayor con una mochila de por lo menos 90 litros, dos bastones, muy buenas botas y un paso muy lento. Cuando nos lo encontramos al bajar (porque en un cierto punto próximo a los 2.000 metros no vimos claro el camino y vimos clarísima la chicharra que nos iba a pillar de lleno en el camino de vuelta) nos dijo que se dedica a inventariar las especies en floración y las aves que se va encontrando.

Cuando nos vio subiendo había visto veinte y cuando nos lo encontramos al bajar la cuenta llegaba ya a sesenta y cinco especies en floración. Aves, por el contrario, muy pocas. Muy, muy pocas. Un par de pájaros por kilómetro de ascensión y en primavera, cuando más activos están porque es momento de buscar pareja, es desoladoramente pobre. Le pregunté si era por los pesticidas, como en Europa. Y estaba al tanto, pero por desgracia no es eso. Esos pesticidas están prohibidos en muchos estados de EEUU, pero en Arizona es la sequía que les castiga desde 2008 la responsable de la caída del número de aves en un 90%. Casi no hay.

Tuvimos la suerte de ver un colibrí, enorme (para ser un colibrí) y solitario, pero no le pudimos decir la especie. Una vez más nuestros acentos (totalmente distintos, pero claramente no locales) nos delataron y comprobamos una vez más que Suecia tiene buena reputación. Nos contó que lleva más de 30 años haciendo esta misma ruta, inventariando especies, viendo los cambios a largo plazo, pasito a paso. Me recordó la testarudez de mis amigos subiendo a Gorbea casi siempre desde Murua, una y otra vez, primavera, verano u otoño. Siempre la misma ruta, siempre diferente. La fraternidad entre testarudos, la obstinación de visitar siempre lo mismo porque siempre es diferente.

Una chica joven, equipada para la carrera de montaña, nos preguntó en francés mientras nos adelantaba con el paso de una mula ligera si éramos de Québec. Y otro señor que encontramos subiendo mientras ya bajábamos, si éramos de México. Se nos hizo rara la pregunta teniendo los codos más blancos que se hayan visto al oeste del río Pecos, pero así son las cosas.

Este buen hombre subía bien equipado pero venía sufriendo, acaso porque había empezado tarde. Le dijimos que aquí sufrimos todos pero habíamos visto a uno muy mayor con una mochila gigante que parecía llevarlo mejor que todos nosotros juntos. Se alegró mucho y nos dijo “ah, ese tiene que ser Dave. Vengo los lunes porque sé que es el día que sube Dave hasta Finger Rock”.

La regularidad de Dave parece ser una institución entre los amantes de aquellos parajes, su conocimiento de la fauna y la flora y de ese terreno tras miles de ascensiones. Ahora sólo sube los lunes, pero no siempre ha sido así. “Una vez tuvimos que rescatarlo en helicóptero” nos dijo este hombre “se reventó una rodilla, el pie estaba vuelto para el otro lado”. Pero ahí estaba otra vez. 75 años de edad. Una vez, en los 90, al llegar a la cumbre se encontró a un grupo de austríacos bebiendo champagne para celebrar los 85 años de edad de uno de los presentes. Ese es su objetivo, llegar a los 85 y seguir pateando esos caminos que tanto quiere. Ahora soy yo quien quiere llegar a los 85 o a los 75 tal y como está él y poder hacer esas cosas. Empezar a andar a las seis de la mañana, hacer cumbre y volver a casa hacia la medianoche. Ni por hacer deporte, ni por competir con nadie, solamente para ver cómo a una cierta altura los cactus desaparecen y empiezan los árboles. Ver esos líquenes creciendo en el desierto, a la sombra de una roca donde crecen también unos helechos casi peludos, como de terciopelo. A 2.000 metros de altitud, en pleno desierto de Sonora. Todas esas florecillas, todos esos pájaros que quizás volverán.

Como nota al margen sobre estos “austríacos”, en Arizona hubo campos de prisioneros de guerra durante la Segunda Guerra Mundial. A finales de 1944 hubo una fuga en la que 25 alemanes, casi todos de la Marina de Guerra, se escaparon del campo de prisioneros Papago. Todos fueron recapturados, pero varios de ellos casi llegaron a la frontera con México. Ahí lo dejo.

Donde sí vimos pájaros hasta hartarnos fue en la reserva de San Xavier, que es uno de los sitios del sur de Arizona donde uno se puede encontrar viviendo a los Tohono O’odham, que en su lengua, O’odham, significa “el pueblo del desierto”. Los Tohono O’odham fueron llamados “Papago” durante siglos porque los Pina, un pueblo rival, los llamaban así. Papago en la lengua Pina significa Comealubias.

La reserva es una entre tantas donde la población autóctona fue arrinconada, en algunos casos tras sufrir genocidio y deportación a secarrales casi inhabitables. Los Tohono O’odham lograron permanecer más o menos en el mismo sitio.

En la reserva está la Misión de San Xavier del Bar, una iglesia católica/fortín que cualquiera que haya visto por dentro una iglesia algo antigua (siglo XVII-XVIII) del centro o sur de España reconocerá como muy familiar. Hay multitud de historias y películas basadas en las aventuras de los pioneros, los conquistadores y los pobladores de esta zona. Baste decir que el fundador de esta misión, el padre Kino, era un italiano jesuita ferozmente contrario a la esclavitud y los trabajos forzados impuestos a la población local y en las estatuas (muy bonitas y muy pequeñas) que le representan está montado a caballo, con un sombrero de cowboy y toda la pinta de ser de los que tumbaban una mula (por no hablar de un tonto o dos) de un bofetón.

Los Tohono O’odham tienen un bar muy chiquitito y acogedor donde no nos pudimos terminar los descomunales panqueques y desde cuya ventana nos quedamos asombrados con la cantidad de pájaros que tienen allí. Las casas que vimos la verdad es que tenían alrededor un montón de chatarra por ahí de cualquier manera, sillones viejos, lavadoras y hasta coches desguazados, pero en la placita que se ve desde el ventanal del bar los árboles y los cactus están llenos de pájaros.

Los baños del bar, fuera del bar mismo, están rotulados en su lengua, luego la lengua del imperio anterior y luego la del imperio actual.

La tienda de recuerdos de recuerdos, artesanía y objetos religiosos (porque esta gente, con todas sus tradiciones relacionadas con su religión anterior, son mas católicos que el papa) tiene desde atrapasueños (hechos en la enorme reserva Navajo al norte del estado) a pebeteros, tiene plata, hueso, madera, pelo, un montón de camisetas con unas serigrafías fantásticas, los animales del desierto representados en todo tipo de materiales y para todo tipo de usos, algo de religión, algo de historia y sí, una gramática de la lengua O’odham.

Le pregunto al más mayor de los trabajadores de la tienda si la lengua sigue viva. Se ríe como si le hubiera preguntado si el sol sale por las mañanas también allí. Me dice que los niños de la reserva estudian en O’odham durante la enseñanza primaria y se estudia en la universidad. Supongo que en algún momento de su vida vio como cierta la desaparición de su lengua y ahora, con libros, escuelas de Primaria y unas pocas decenas de miles de hablantes nativos a ambos lados de la frontera con México, el panorama no es tan negro.

Le dije que eso eran excelentes noticias pero no le dije por qué, que bastantes blanquitos bien pensantes irán ahí a contar su película. En lugar de artesanías compramos alubias. El pueblo Tohono O’odham lleva cultivando y teniendo alubias blancas como base de la dieta desde muchos siglos antes de la llegada de los europeos, antes de ser Nueva España, luego México, luego el territorio de Arizona y desde hace poco más de 100 años el estado de Arizona. El más joven de los trabajadores de la tienda nos dijo que esas alubias casi no necesitan nada más, son algo maravilloso. “Loco”, dijo, en castellano. Aquello sigue siendo territorio de frontera.

Cerca la puerta de la tienda, junto a un puntal bien sólido, hay una piscinita rebosante de agua corriente donde el sol de la mañana tarda en llegar; ahí los pájaros pueden bañarse de forma más o menos segura al no estar en el suelo mismo. Uno de los trabajadores de la tienda me dijo que la semana anterior tuvieron un visitante ilustre por lo inusual, un cardenal, y su alegría al contarlo es la del que sabe valorar el regalo efímero y maravilloso de la visita que tal y como viene se va.

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