¿Qué clase de historia sería esta?

Publicado en Mugalari.info el 24/05/2018: https://mugalari.info/opinion/clase-historia-seria-esta/

Si leyendo las versiones oficiales de los sucesos de Altsasu, según los cuales una pelea de bar se convirtió en un ataque coordinado perpetrado por una horda de abertzales versados en artes marciales que no pudieron sino arañar un poco a dos hombres hechos y derechos (y sus respectivas allí presentes) me pusiera a fantasear, quizás se me pudiera ocurrir algo como esto.

Unos cuantos hombres están de celebración en un bar de un pequeño pueblo del sur de Bizkaia. Estamos en los estertores del siglo XX. Una noche entre semana como ese nadie podría esperar que hubiera más de tres en ese bar, pero solo con esa cuadrilla el bar está lleno, porque no son muchos pero beben mucho y hacen mucho ruido. Ocupan el centro del bar, que como tantos bares vascos es un pasillo con una barra a un lado y si te quedas a mitad del bar todo el que entra o sale lo hace cómo y cuando tú quieres. Son de fuera y son policías. Que son de fuera se puede ver a kilómetros y que son policías lo dicen ellos a cada rato de palabra y obra.

Si estuviera fantaseando todavía, diría que celebran que un juicio contra ellos se ha quedado en nada. Ese juicio sería, por decir algo, para dirimir si un militante de ETA que se cayó por una ventana de la comisaría mientras estaba sin esposar y acompañado de un solo agente realmente se cayó por esa ventana, realmente estaba acompañado solo por un policía y si ahí todo fue como dice la versión oficial. Otra de esas versiones oficiales. El juicio no sería por otra cosa que por imprudencia temeraria con resultado de muerte, que uno puede elucubrar pero tampoco se chupa el dedo.

Que son policías tampoco haría falta que lo dijeran porque se les notaría a la legua, prosigo con mis cavilaciones. Pero lo dirían gustosamente como explicación de que todo eso que se estarían bebiendo no lo pensaban pagar. A la camarera, que está casi sola en el bar y muerta de miedo, le darían recuerdos para el dueño del bar, que está en prisión preventiva, lo detuvieron ellos, le dirían. Los tres viejillos presentes apurarían sus vinos y se largarían a toda mecha. Uno de aquellos hombretones de la celebración, porque estoy lanzadísimo, le diría a la camarera que mucho se tendrían que torcer las cosas si esa noche no iban a acabar follando ella y él. Y otro pediría más copas dando palmadas en la barra. Que esa camarera se le distraía con una mosca que pasara, coño.

Todo son imaginaciones mías, pero cuando detuvieran al dueño del bar se llevarían a media docena más. Cuando se lo llevaran de su casa su padre allí presente no podría consentir que los señores agentes se fueran de vacío y les prepararía café. Acaso porque con toda su buena intención creería que podría suavizar las cosas un poco y le pegarían menos a su hijo. O porque hay gente para todo. Mejor dejarlo así. A otro de los que se llevaron le abriría la puerta a los hombres de Harrelson su hermano, que estaba despierto hasta las tantas. Cuando se lo llevaran, su hermana pequeña, por animarle, le diría “Eutsi gogor! Tinko!” y a él se le pasaría por la cabeza que quizás su hermana podría callarse un rato y no dar a aquellos sujetos la impresión de que no habían encontrado nada pero quizás lo habría porque aquella chavalita en pijama no parecería aterrorizada ni mucho menos. Cartas, fotos, libros, apuntes de la universidad… todo en cajas y nunca más se supo. Para dar un toque de humor disparatado dentro de la inmensa seriedad que destila todo esto, pondría a un hombre de Harrelson intentando llevarse una ikurriña que estaba puesta en la pared como prueba y a la secretaria del juzgado diciendo que no, que una ikurriña no es prueba de nada y que basta ya. Y el robocop que sí.

Puestos a imaginar diría que habían ido a “quitar el agua al pez”, es decir, detener a los sospechosos y también a su entorno más o menos inmediato, todo el mundo al furgón, pero en mi imaginación lo harían tan tarde y tan mal que sólo fueron a por los que pensaban que quizás tenían algo que ver con algo, pero sobre los que no tenían nada que no fueran conjeturas y suposiciones sujetas con pinzas. Ni escuchas, ni nadie les había señalado, ni les habían visto ni oído hacer nada. Porque la imaginación es libre y la mía ahora lo es mucho y quienes sí pensaran que podrían ir a por ellos esa noche (estamos en un contexto donde esos pensamientos son mucho más reales que la pura paranoia, un contexto de pura fantasía como es mi cabeza ahora mismo), se avisarían discretamente unos a otros y esa noche se irían a dormir a otro pueblo. Nadie se creería que se pudieran ir a dormir todos juntos al mismo pueblo, porque serían una cuadrilla demasiado grande, que inevitablemente se perdería de bar en bar hasta que llegara la hora de irse a dormir, algo que sucedería bastante tarde primero por la adrenalina y luego porque una vez dentro del laberinto tanto da blanco que tinto. ¿Quién se podría creer una majarada como esa?

Pero no puedo parar. A ese militante de ETA lo estuvieron buscando en muchos sitios antes de detenerlo. Y uno de esos sitios era este pueblo con muchos bares, a veces vacíos y a veces no. En la plaza del pueblo aparecería una furgoneta que nadie conocería de nada, lo normal en un pueblo pequeño. Nadie la vería llegar y nadie vería a nadie entrar ni salir de ella. Una furgoneta que de puro discreta llamaría la atención.

Totalmente anodina. Tan anodina que prácticamente todo el pueblo hubiera estado al tanto de que hay una furgoneta muy rara en una esquina de la plaza. Al cabo de unos días la furgoneta, que poco a poco se hubiera quedado totalmente rodeada de espacios vacíos donde nadie querría aparcar, desaparecería como había llegado. Sin ruido. Sin poner nervioso a nadie.

Ese militante de ETA sería detenido en esta película que me estoy montando, pero para añadirle más salsa al asunto diría que envió una carta a sus compañeros unos días antes de que le echaran el guante y en ella contaría una historia todavía más loca que la que estoy contando, que la policía autónoma vasca le había detenido, drogado, interrogado durante días y luego soltado para ver qué hacía. Como hay que implicar a todo el mundo menos a los miñones de la diputación foral alavesa, añadiría que en estado de gran confusión sería la policía municipal de algún sitio la que lo hubiera detenido, la policía autónoma vasca la que le interrogó en primer lugar y por alguna razón acabaría en manos de la policía nacional, que es cuando se acabaría cayendo por una ventana.

Unos días antes otra detenida por las mismas razones, pero sin relación alguna con él, moriría de un ataque cardíaco en un cuartel de la Guardia Civil cerca de Madrid. Su foto estaría en todas las esquinas, con ikurriñas con crespón negro, antorchas, pebeteros frente a la foto y la bandera. Tan real me parece esta imagen que me estoy montando en la cabeza que, cuando en invierno los comerciantes suecos hacen lo que pueden para iluminar la oscuridad total de las calles y la entrada a sus comercios y bares ponen pebeteros y yo me acuerdo de aquellos pebeteros, aquellas fotos y aquellos crespones negros que me imaginé en recuerdo de esta detenida que hubiera muerto en una mazmorra y no cayéndose de la ventana de una comisaría, que qué ocurrencias tengo.

Estoy en canción y no puedo evitar imaginarme que el ardor guerrero y el pijama de su hermana pequeña no hubiera preparado a nadie para nada, pero mucho menos para un interrogador dialogante que se presentaría como fascista y (casi) sin violencia de ningún tipo. Para caracterizarlo yo pondría una bandera con el pollo en el archivador, un retrato del rey y un recuerdo de la policía de El Salvador para que se vea que ha visto cosas. No todo va a ser la caricatura propagandística del interrogatorio sanguinario con bañera, bolsa, simulacro de ejecución, gritos de un familiar desde la celda de al lado, drogas en el agua, privación de sueño o inserción de objetos en el ano con los ojos tapados. Pura propaganda. En este caso pura ficción, pero sería la de otros.

La mía presentaría un tour de force entre un interrogador que sabe que no tiene nada y un detenido que sabe positivamente que no tienen nada porque se lo ha llevado a él, lo cual por un lado da tranquilidad pero por el otro puede ser malísimo porque si no tienes nada que contar no puedes evitar que te martiricen durante días y días. Eso si hubiera martirio, que seguro que no lo hay. ¿Cómo va a haber tormento en una mazmorra?

Bueno, un poco de chicha sí que tengo que meter. Digamos un policía ya veterano, con una nube de olor a alcohol que le precede y que se queda flotando allá donde para; un asturiano que le está dando de hostias hasta aburrirse a otro de los detenidos, pero que a este en concreto solamente le da unos sopapos. A ver por dónde respira, digamos. Todo esto ante la atenta mirada de un policía jovencísimo que no hace ni dice nada, que mira y calla. Y aprende.

El tour de force llega al clímax cuando el detenido escucha las voces de otros detenidos y se da cuenta de que en efecto se han llevado a los cuatro que han podido, a los que corrían menos, por así decirlo, lo cual no dejaría de ser bastante preciso en este caso. El sagaz interrogador asumiría su derrota de cuchufleta (¿qué abnegado agente antiterrorista hubiera aceptado detener a alguien que sabía que no tenía nada que contar? ¿Qué investigación sería esa? ¿Sin pruebas? ¿Solo testimonios obtenidos durante los interrogatorios? ¿Qué juez de un estado de derecho se traga eso? Por favor… ) pero intentaría una jugada más. Le ofrecería llevarle en coche de vuelta a su casa. Ante la evidente resistencia del detenido a tal cosa, le ofrecería dejarle en algún callejón del pueblo donde no le viera nadie, el típico gag que a los de ciudad se les escapa pero con el que los de pueblo se estarían descojonando un rato largo pensando en la red de puestos de vigilancia de viejas del visillo. Era más fácil saltar de una Alemania a la otra tocando la tuba que entrar o salir de un pueblo sin que nadie te vea.

Mejor vamos a ponerlo en otro momento surrealista. Lo que hace es llegarse hasta la herriko taberna de la Somera, en el Casco Viejo de Bilbo. 8 horas sin dormir y casi sin comer, mear ni cagar por miedo puro y duro. En ese estado de cosas lo más lógico es que la gente que estaba en la herriko piense que eres policía. Llama por teléfono a casa para que alguien le vaya a recoger y le explica al de la barra que no, que policía no es, pero que viene de allí.

En mi ensoñación todos los detenidos salen al cabo de un par de días salvo el dueño del bar, al que tendrían casi un año en prisión bien lejos de su casa para ver si con la vida de privilegios carcelarios (piscina, frontenis, excelente gimnasio y fabulosa nutrición) se ablandaba un poco y cantaba algo más que “por favor que yo no he hecho nada, qué hago yo aquí”, que es soso y no tiene ritmo en pantalla.

Lo que no sé es cómo integrar en todo esto una horda de ninjas abertzales interrumpiendo la celebración de los probos funcionarios del principio de este dislate. ¿Acudiendo a la llamada de quién, en un mundo todavía sin un teléfono en cada bolsillo? ¿Cómo le van a decir esas cosas, por muy borrachos que estuvieran, a una chavala que está trabajando en un bar un martes por la noche en un pueblecillo que entre semana está muerto?

La historia es el reino de las versiones oficiales, decía la canción.

¿Qué clase de historia sería esta?

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El desierto de Sonora, el país de los Tohono O’odham

Publicado como “El país de los Tohono O’odham, los cactus y los estadounidenses de Arizona” el 16/04/2018: https://mugalari.info/2018/04/16/viajar-bixen-carrasco-·-pais-los-tohono-oodham-los-cactus-los-estadounidenses-arizona/

Para qué va uno a ir a Arizona sin disfrutar un poco del deporte-sufrimiento. Ya en abril las temperaturas llegan fácilmente a los 30 grados durante el día en el sur de Arizona (es el desierto y por la noche pueden caer por debajo de 10), así que a todo lo que el paisaje te tira encima hay que añadir el peso del agua que hay que llevar. Mucha agua. Cuatro litros por persona.

Los pantalones largos no son tampoco una mala idea en un paraje donde hay todo tipo de cactus y uno en especial al que llaman “Teddybear Cactus”, el cactus osito, cuyas espinas son atraídas por la carga eléctrica de los cuerpos en movimiento creando el efecto de que el puñetero cactus parece que te ataca con misiles tierra-pierna. Hay que verlos a distancia porque son preciosos pero lo dicho, pantalones largos. Sin llegar al nivel del astronauta que vimos vestido como si fuera a trabajar en las colmenas, con guantes técnicos, polainas negras (a 30ºC) y unas botas con las que podría ir al Ártico sin problemas. Hay gente que está viva de milagro.

La ruta hasta Finger Rock tiene un desnivel importante. Se arranca a unos 700 metros sobre el nivel del mar y se acaba por encima de los 2.200. El camino sube y sube y se va haciendo más escarpado constantemente. No siempre es fácil encontrarlo porque en Arizona la gente no marca los senderos amontonando piedrecitas, seguramente porque está prohibido.

También está prohibido en este lugar, el Pina Canyon, ir con perros para evitar molestias a los muflones y cabras monteses. Que haya ese tipo de animales salvajes da una idea de cómo es el terreno. Es fundamental llevar bastón (o bastones, según sea uno de técnico), una cosa muy poco sueca que me empeño en seguir haciendo allá a donde voy y que en esos andurriales norteamericanos resultó ser un inmenso acierto porque esas cuestas hay que subirlas pero luego hay que bajarlas.

Gran acierto también no llevar lentes grandes y pesadas para fotografiar pájaros. No las llevé por pura cobardía esperando (con todo fundamento) que bastante tendría con la cuesta y el sol cayendo a plomo sobre el cogote. La subida por la ladera opuesta del Pina Canyon a la que uno debería seguir para subir directamente a Finger Rock está a la sombra (bien), pero ambas rutas están catalogadas como nivel experto; en muchos puntos se puede progresar a cuatro patas sin problemas. Pero no es esta la razón. El camino da para muchas cosas y una es charlar con la gente. La gente se para a hablar. En Suecia, salvo que estés en sitios realmente aislados (y no siempre) la gente generalmente no saluda y pararse a charlar es algo excepcionalmente raro. En Arizona todo el mundo saluda y en mitad del monte casi todo el mundo se para hablar un ratito, acaso por recuperar el resuello, acaso porque nos oían hablar en inglés uno con otro y no nos terminaban de ubicar.

Así conocimos a un señor que nos pareció bastante mayor con una mochila de por lo menos 90 litros, dos bastones, muy buenas botas y un paso muy lento. Cuando nos lo encontramos al bajar (porque en un cierto punto próximo a los 2.000 metros no vimos claro el camino y vimos clarísima la chicharra que nos iba a pillar de lleno en el camino de vuelta) nos dijo que se dedica a inventariar las especies en floración y las aves que se va encontrando.

Cuando nos vio subiendo había visto veinte y cuando nos lo encontramos al bajar la cuenta llegaba ya a sesenta y cinco especies en floración. Aves, por el contrario, muy pocas. Muy, muy pocas. Un par de pájaros por kilómetro de ascensión y en primavera, cuando más activos están porque es momento de buscar pareja, es desoladoramente pobre. Le pregunté si era por los pesticidas, como en Europa. Y estaba al tanto, pero por desgracia no es eso. Esos pesticidas están prohibidos en muchos estados de EEUU, pero en Arizona es la sequía que les castiga desde 2008 la responsable de la caída del número de aves en un 90%. Casi no hay.

Tuvimos la suerte de ver un colibrí, enorme (para ser un colibrí) y solitario, pero no le pudimos decir la especie. Una vez más nuestros acentos (totalmente distintos, pero claramente no locales) nos delataron y comprobamos una vez más que Suecia tiene buena reputación. Nos contó que lleva más de 30 años haciendo esta misma ruta, inventariando especies, viendo los cambios a largo plazo, pasito a paso. Me recordó la testarudez de mis amigos subiendo a Gorbea casi siempre desde Murua, una y otra vez, primavera, verano u otoño. Siempre la misma ruta, siempre diferente. La fraternidad entre testarudos, la obstinación de visitar siempre lo mismo porque siempre es diferente.

Una chica joven, equipada para la carrera de montaña, nos preguntó en francés mientras nos adelantaba con el paso de una mula ligera si éramos de Québec. Y otro señor que encontramos subiendo mientras ya bajábamos, si éramos de México. Se nos hizo rara la pregunta teniendo los codos más blancos que se hayan visto al oeste del río Pecos, pero así son las cosas.

Este buen hombre subía bien equipado pero venía sufriendo, acaso porque había empezado tarde. Le dijimos que aquí sufrimos todos pero habíamos visto a uno muy mayor con una mochila gigante que parecía llevarlo mejor que todos nosotros juntos. Se alegró mucho y nos dijo “ah, ese tiene que ser Dave. Vengo los lunes porque sé que es el día que sube Dave hasta Finger Rock”.

La regularidad de Dave parece ser una institución entre los amantes de aquellos parajes, su conocimiento de la fauna y la flora y de ese terreno tras miles de ascensiones. Ahora sólo sube los lunes, pero no siempre ha sido así. “Una vez tuvimos que rescatarlo en helicóptero” nos dijo este hombre “se reventó una rodilla, el pie estaba vuelto para el otro lado”. Pero ahí estaba otra vez. 75 años de edad. Una vez, en los 90, al llegar a la cumbre se encontró a un grupo de austríacos bebiendo champagne para celebrar los 85 años de edad de uno de los presentes. Ese es su objetivo, llegar a los 85 y seguir pateando esos caminos que tanto quiere. Ahora soy yo quien quiere llegar a los 85 o a los 75 tal y como está él y poder hacer esas cosas. Empezar a andar a las seis de la mañana, hacer cumbre y volver a casa hacia la medianoche. Ni por hacer deporte, ni por competir con nadie, solamente para ver cómo a una cierta altura los cactus desaparecen y empiezan los árboles. Ver esos líquenes creciendo en el desierto, a la sombra de una roca donde crecen también unos helechos casi peludos, como de terciopelo. A 2.000 metros de altitud, en pleno desierto de Sonora. Todas esas florecillas, todos esos pájaros que quizás volverán.

Como nota al margen sobre estos “austríacos”, en Arizona hubo campos de prisioneros de guerra durante la Segunda Guerra Mundial. A finales de 1944 hubo una fuga en la que 25 alemanes, casi todos de la Marina de Guerra, se escaparon del campo de prisioneros Papago. Todos fueron recapturados, pero varios de ellos casi llegaron a la frontera con México. Ahí lo dejo.

Donde sí vimos pájaros hasta hartarnos fue en la reserva de San Xavier, que es uno de los sitios del sur de Arizona donde uno se puede encontrar viviendo a los Tohono O’odham, que en su lengua, O’odham, significa “el pueblo del desierto”. Los Tohono O’odham fueron llamados “Papago” durante siglos porque los Pina, un pueblo rival, los llamaban así. Papago en la lengua Pina significa Comealubias.

La reserva es una entre tantas donde la población autóctona fue arrinconada, en algunos casos tras sufrir genocidio y deportación a secarrales casi inhabitables. Los Tohono O’odham lograron permanecer más o menos en el mismo sitio.

En la reserva está la Misión de San Xavier del Bar, una iglesia católica/fortín que cualquiera que haya visto por dentro una iglesia algo antigua (siglo XVII-XVIII) del centro o sur de España reconocerá como muy familiar. Hay multitud de historias y películas basadas en las aventuras de los pioneros, los conquistadores y los pobladores de esta zona. Baste decir que el fundador de esta misión, el padre Kino, era un italiano jesuita ferozmente contrario a la esclavitud y los trabajos forzados impuestos a la población local y en las estatuas (muy bonitas y muy pequeñas) que le representan está montado a caballo, con un sombrero de cowboy y toda la pinta de ser de los que tumbaban una mula (por no hablar de un tonto o dos) de un bofetón.

Los Tohono O’odham tienen un bar muy chiquitito y acogedor donde no nos pudimos terminar los descomunales panqueques y desde cuya ventana nos quedamos asombrados con la cantidad de pájaros que tienen allí. Las casas que vimos la verdad es que tenían alrededor un montón de chatarra por ahí de cualquier manera, sillones viejos, lavadoras y hasta coches desguazados, pero en la placita que se ve desde el ventanal del bar los árboles y los cactus están llenos de pájaros.

Los baños del bar, fuera del bar mismo, están rotulados en su lengua, luego la lengua del imperio anterior y luego la del imperio actual.

La tienda de recuerdos de recuerdos, artesanía y objetos religiosos (porque esta gente, con todas sus tradiciones relacionadas con su religión anterior, son mas católicos que el papa) tiene desde atrapasueños (hechos en la enorme reserva Navajo al norte del estado) a pebeteros, tiene plata, hueso, madera, pelo, un montón de camisetas con unas serigrafías fantásticas, los animales del desierto representados en todo tipo de materiales y para todo tipo de usos, algo de religión, algo de historia y sí, una gramática de la lengua O’odham.

Le pregunto al más mayor de los trabajadores de la tienda si la lengua sigue viva. Se ríe como si le hubiera preguntado si el sol sale por las mañanas también allí. Me dice que los niños de la reserva estudian en O’odham durante la enseñanza primaria y se estudia en la universidad. Supongo que en algún momento de su vida vio como cierta la desaparición de su lengua y ahora, con libros, escuelas de Primaria y unas pocas decenas de miles de hablantes nativos a ambos lados de la frontera con México, el panorama no es tan negro.

Le dije que eso eran excelentes noticias pero no le dije por qué, que bastantes blanquitos bien pensantes irán ahí a contar su película. En lugar de artesanías compramos alubias. El pueblo Tohono O’odham lleva cultivando y teniendo alubias blancas como base de la dieta desde muchos siglos antes de la llegada de los europeos, antes de ser Nueva España, luego México, luego el territorio de Arizona y desde hace poco más de 100 años el estado de Arizona. El más joven de los trabajadores de la tienda nos dijo que esas alubias casi no necesitan nada más, son algo maravilloso. “Loco”, dijo, en castellano. Aquello sigue siendo territorio de frontera.

Cerca la puerta de la tienda, junto a un puntal bien sólido, hay una piscinita rebosante de agua corriente donde el sol de la mañana tarda en llegar; ahí los pájaros pueden bañarse de forma más o menos segura al no estar en el suelo mismo. Uno de los trabajadores de la tienda me dijo que la semana anterior tuvieron un visitante ilustre por lo inusual, un cardenal, y su alegría al contarlo es la del que sabe valorar el regalo efímero y maravilloso de la visita que tal y como viene se va.

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Mentalmente sano, con certificado

Publicado en Mugalari.info el 16/11/2020: https://mugalari.info/opinion/mentalmente-sano-certificado/

Un psiquiatra me ha dicho que estoy sano. Que desde un punto de vista psiquiátrico estoy perfectamente sano. Me lo dijo hace tres semanas y me lo ha repetido hoy. Vamos, que he llegado a casa y con la cena me he echado un pote y todo. Rioja Alavesa. No es para menos, ¿no?

Eso me dijo hace tres semanas y eso me ha dicho hoy, que hemos tenido una segunda consulta. Yo creo que para asegurarse de que la vez anterior no le conté la pena de Murcia. He llegado bastante tarde (y no ha sido culpa mía) pero él tampoco tenía hoy un setter irlandés en la consulta, así que lo uno por lo otro. Los emigrantes (no sé si esto afecta solo a los “expats”, a los inmigrantes o a las dos categorías combinadas) parece que ser que tenemos un 30% más de probabilidades de desarrollar enfermedades mentales que la población autóctona, así que no es mi primera visita a un profesional de la salud mental en Suecia. Ni antes de Suecia.

La primera vez fue cuando tenía 17 años y una cresta. Era tan joven que me afeitaba los lados de la cabeza y paraba un poco más abajo de las orejas porque no me salía la barba todavía. Me mandó mi madre a que me miraran la cabeza porque para ella lo de la cresta era síntoma inequívoco de que estaba loco. “Guillao” empezó diciendo que estaba. Luego ya loco directamente. La psiquiatra que me vio resulta que en sus años mozos había sido hippy y había vivido en una comuna en Ibiza, así que me trató muy bien. Me dijo que me iba a ver una temporada para que mi madre me dejara en paz (cosa que no sucedió, claro) pero que no estaba loco ni mucho menos; y que no le iba a decir nada a mi madre, porque si a ella le saliera una hija que quisiera entrar en el Opus y trabajar en un banco también pensaría que se había vuelto loca y cualquiera que le dijera que no lo estaba pasaría a formar parte del pérfido enemigo que la tenía en sus garras. Total, que no y que no. Que no le dijo nada a mi madre.

El caso es que le he pedido al psiquiatra que me ponga por escrito que desde un punto de vista psiquiátrico estoy bien.

– ¿Y para qué lo quieres? Me ha preguntado.

– Para ponerlo en la pared.

Casi le intento explicar que según arranca Galeano “El libro de los abrazos” recordar viene del latín re-cordis y significa volver a pasar por el corazón, pero no transcurriendo la conversación en una lengua romance también era meterse en jardines para el poco tiempo que teníamos, así que he ido al grano. Le he tenido que reconocer que lo decía en broma pero no, las dos cosas a la vez. Me parece que hoy le ha costado no reírse en el trabajo, algo que muchos suecos consideran anatema por equivaler a poco profesional. A Rolex o a setas. En el trabajo suele ser a Rolex. Y más un psiquiatra, claro. Un tío que te atiende con una caja de pañuelos de papel entre él y tú, pero más cerca de ti que de él por si te arrancas con la llantina, en el trabajo se reirá poco.

Me ha reconocido que es muy raro que un psiquiatra de su brazo a torcer y le diga a un paciente que no puede encontrarle nada de nada. Parecen tener todos esa actitud de “malo será que no….” que he visto por ejemplo en seteros metiéndose en rincones imposibles, hasta peligrosos, por seguir con el ambiente otoñal. Claro que conozco el caso de una mujer a la que su terapeuta le dijo que no podía seguir atendiéndola y no le quiso dar más explicación. También tienen derecho a que les caiga mal alguien y digan “mira, es que ni te voy a recomendar a nadie, echa a andar y no pares”. Pero no nos desviemos, que esa es otra historia.

Me ha dicho que hay que tener en cuenta el año que he tenido, mucho peor que el que ha tenido la mayoría de la gente con la pandemia y todo lo demás (eso es de su cosecha, que aunque tenga parte de razón también es posible que que se haya pasado dos glaciares). Me ha dicho que estoy un momento vital muy bueno y las cosas que puedo controlar las tengo en su sitio. Para las que no, he mantenido la disciplina personal, incluso la he reforzado y tengo un plan sólido y flexible. No se puede pedir más.

A lo que iban con Galeano es que quien más y quien menos tiene en la pared de casa, del trabajo o en las del recuerdo, que cabe más, una foto de un sitio donde han sido pobres y felices, un sitio donde tuvo hambre, frío, cansancio o ampollas pero qué bien, qué día fue aquél, qué festival, qué viaje, cuánto nos queríamos, cómo pudimos salir de comer a las siete de la tarde y cenar después, me agarraba de la mano y se me escurrían las gafas, desde ese día me gusta el frío glacial, no he vuelto a comer ese plato desde que nos faltas. Yo quiero poner en esa pared un papel que diga que en un cierto momento, en las circunstancias que concurrieron sobre todo antes pero incluso durante ese periodo, a pesar de los pesares, hubiera zambomba o cazú, un psiquiatra en un barrio muy fino no pudo ponerme peros a nada desde un punto de vista psiquiátrico y me lo dejó escrito.

Igual que alguna vez, más de una, no me he creído ni la mitad de lo que me decían, también esta vez tengo que tomarme con un poco de distancia el no-diagnóstico. Pero a nadie le amarga un dulce.

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El conductor del autobús entre Jukkasjärvi y Kiruna (y vuelta)

Publicado en Mugalari.info el 11/06/2019: https://mugalari.info/opinion/conductor-del-autobus-jukkasjarvi-kiruna-vuelta/

El conductor del autobús entre Kiruna y Jukkasjärvi recorre varias veces al día la distancia entre la única ciudad del país de los Sami y el Hotel de Hielo, que cuesta millones construir entero con bloques de hielo, de ahí el nombre, para que turistas ricos de medio mundo vayan allí a que los sangren.

Los que se visten de astronauta y caminan 300 metros aprenden también que los Sami tienen ocho estaciones y no cuatro.

Y que la mejor es el invierno-primavera.

Muchos vienen de donde el inglés es un accesorio útil. Un capricho.

Muchos vienen de donde el inglés es un exotismo.

Como la auroras boreales y los renos sueltos por todas partes.

Por eso vienen.

Por eso montan en el autobús que va de Kiruna a Jukkasjärvi.

Pero al conductor del autobús entre Kiruna y Jukkasjärvi todo esto le da igual.

El conductor del autobús entre Kiruna y Jukkasjärvi regaña a los viajeros de piel oscura porque no entienden nada.
Regaña a los viajeros de piel pálida porque no entienden nada.
Y busca miradas cómplices entre la gente que a él le parece que son como él.

Regaña a los jóvenes por ser jóvenes.
Porque no le dan importancia a lo que él quiere que le den.
Jóvenes que estudian en el Instituto Sueco de Física Espacial.
Jóvenes de medio mundo,
reclutados uno a uno para que trabajen en alguno de los problemas más complejos que tenemos.

Bien pueden caminar abstraídos,
rumiando números en quién sabe qué idiomas.
Acaso contando en tayiko, o en urdu, o en yoruba.
Pero al conductor del autobús entre Kiruna y Jukkasjärvi todo esto le da igual.

El conductor del autobús entre Kiruna y Jukkasjärvi cree que los jóvenes de ahora están atontados.
Que siempre van escuchando música y no se enteran de lo que pasa a su alrededor.
Y se lo cuenta a gente mucho mayor que él,
que le dicen que sí a todo sin creerse ni una palabra.

Entre Kiruna y Jukkasjärvi hay un pueblo muy pequeño, escondido en un bosque espeso,
donde casi siempre hay más de un metro de nieve a la puerta de casa.
“En este pueblo hay más perros que gente”.
Dice el conductor del autobús entre Kiruna y Jukkasjärvi.
Y lo dice como si eso fuera algo malo.

El conductor del autobús entre Kiruna y Jukkasjärvi
trata cada día con gente de medio mundo
sin que se le pegue nada de nadie,
ni bueno ni malo.
Y busca miradas cómplices.

Como si eso fuera fácil.
Siendo el conductor del bus entre Kiruna y Jukkasjärvi.

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Pielfinismo: Ikurriña y Eurovision

Publicado en Mugalari.info el 29/04/2016: https://mugalari.info/opinion/pielfinismo-ikurrina-eurovision/

Tenemos la escopeta cargada constantemente. Tenemos la piel finísima y siempre estamos preparados para ofendernos muchísimo por todo y por cualquier cosa. Y para ofendernos porque el vecino se siente ofendido por una chorrada, no como nosotros, que nos ofendemos por cosas con fundamento y abrazamos ese cabreo con una pasión que ya podríamos poner, aunque fuera un rato, en otras cosas.

Cuanto más se piensa menos sentido pero más explicaciones hay para esto de poner la ikurriña a la altura de la bandera de Daesh, la de Transnitria o la de Crimea como ejemplos de “lo que no”. Por otra parte avisan de que la lista no es exhaustiva, es decir, que decidirán en el momento y a callar todo el mundo. “Lo que sí” lo dejan bien claro en las normas, que están aquí:

http://cdn3.axs.com/axs/pdfs/FlagPolicyRG.pdf (broken link)

En resumen, países participantes, miembros de la ONU. Territorios en disputa NO.

¿Por qué está ahí la de Crimea? Pues para no ofender al gobierno (más nazi que otra cosa, pero eso es otro cantar) de Ucrania.

¿Y la de Palestina? Pues por Israel. Que Palestina abriera una embajada en Estocolmo hace bien poco parece que no tiene la menor importancia en este caso.

¿Y qué hace la ikurriña en esa lista? Pues ni idea. Pero la verdad es que me da totalmente lo mismo. Decía Ruper que qué cansado es ser vasco. Y vaya si lo es. Pero si además hay pielfinismo en la receta ya la hemos liado.

Vivo a unos pocos cientos de metros del lugar donde van a hacer ese festival que ya de partida por mí se podían haber metido por donde amargan los pepinos no ya este año, sino todas las ediciones anteriores.

En DVD.

Con Extras.

Las posibilidades de que esa u otra prohibición (a ver, que estamos hablando de normas para el público del festival de Eurovision, no de Derechos Humanos y en este país JAMÁS se ha prohibido un partido político) afecten mi vida son tan remotas como que Scarlett Johansson me invite a su txoko. Al que por supuesto no iría solamente por llevar la contraria.

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70 AÑOS NO ES NADA | Desde Mauthausen, el valor de las personas normales y la cobardía de los de siempre

Publicado en Mugalari.info el 14/05/2015: https://mugalari.info/2015/05/14/70-anos-no-es-nada-mauthausen-el-valor-de-las-personas-normales-y-la-cobardia-de-los-de-siempre/

Se cumplen 70 años del final de la Segunda Guerra Mundial y la liberación de los campos de concentración. Vicente Carrasco ‘Bixen’, colaborador de palabra armada de MUGALARI, estuvo en los actos conmemorativos celebrados en Mauthausen y sus campos satélites desde el pasado viernes al domingo. Acudió entre las 150 personas del Estado que viajaron con la asociación Amical de Mauthausen, colectivo republicano que merece un reconocimiento a su trabajo, el mismo que los gobiernos ningunean.

En el 70 aniversario del fin de la Segunda Guerra Mundial muchas heridas siguen abiertas y muchas injusticias aún no han sido reparadas. La mayoría nunca lo será, pero hay pasos en la buena dirección.

En el camino de ida (no estaba previsto, pero hice parte del viaje en solitario y en tren), un ferroviario reconoció mi camiseta del Batallón Británico de las Brigadas Internacionales y me recomendó bajarme dos estaciones más adelante para subir al Intercity y con el mismo billete llegar antes a Linz.

En esta ciudad, el taxista que me llevó al pueblo donde nos alojábamos me hizo las preguntas habituales (si era mi primera visita a Linz, si estaba de vacaciones) y yo le dije que era la cuarta vez que venía a celebrar la Liberación de los campos. Me dijo que era una buena cosa que los memoriales se mantengan porque no podemos olvidar todo aquello. Le dije que rápidamente me di cuenta de que Austria es un país precioso y además ahora vengo a ver los memoriales y a visitar amigos austríacos, así que me encanta ir a pesar de que voy a visitar antiguos campos de concentración. Al llegar, apagó el taxímetro y me cobró la mitad de lo que marcaba, seguramente para cubrir gastos porque muchos taxistas no son dueños del taxi. Sacó la maleta del maletero, me dio la mano y las gracias por visitar Austria.

No sucede todos los días que un taxista me conmueva.

La asociación Perspektive Mauthausen, formada por gente de un pueblo cuyo nombre es tristemente célebre en todo el mundo, trabaja para extraer algo positivo de lo sucedido. La gente en Austria empieza a conocer la historia y hay memoriales, monumentos y placas por todas partes, pero es importante trabajar para que eso sirva de algo también para la ciudadanía de la zona. Y ellos fueron quienes organizaron la creación del monumento a Anna Pointner, la mujer más valiente de Austria.

La señora Pointner guardó en un hueco de un muro tras su casa los negativos que los republicanos españoles robaron durante años del laboratorio fotográfico de las SS en el campo de Mauthausen. Todo esto sucedió gracias al valor de unos cuantos adolescentes (republicanos españoles también) que llegaron al campo (muchos con sus padres) cuando tenían entre 12 y 16 años y trabajaban (como esclavos) en negocios del pueblo de Mauthausen.

La señora Pointner era la viuda de un hombre de izquierdas, lo cual hace aun más meritorio que se decidiera a ayudar, siendo evidente para el régimen y sus acólitos que no era de fiar para los nazis. Esos negativos sirvieron para situar en visitas a los campos a varios acusados en los procesos de Nuremberg que tuvieron la desfachatez de negar su conocimiento de la existencia de Mauthausen, además de que gracias a esto disponemos de miles de fotografías del día a día en los campos de Mauthausen-Gusen que los SS creyeron destruir antes de su precipitada huída al final de la guerra.

20, 30, 40 años después del final de la guerra prácticamente nadie en su pueblo conocía su gesta. La calle donde vivió no tiene su nombre y su casa no tiene una placa que la recuerde. Pero ahora personas, empresas y entidades de Mauthausen y de toda la región han colaborado para fabricar un monumento que la recuerde a ella y a sus acciones.

He aprendido mucho sobre la actitud oficial de la Austria de posguerra sobre la etapa nacional-socialista y de lo que hicieron algunos de sus habitantes ignorando el enorme peligro y la corriente dominante de no mirar, no darse por enterados, no preguntar. Hubo quien además de pensar diferente hizo algo al respecto.

En febrero de 1945 tuvo lugar en el campo III de Mauthausen una fuga desesperada de oficiales soviéticos condenados a una atroz muerte lenta por el hecho de haberse fugado de campos de prisioneros de guerra, cosa que era por otra parte su deber. De casi 500, menos de una docena logró sobrevivir gracias a que vecinos de los pueblos de alrededor los acogieron y ocultaron hasta acabar la guerra dos meses después.

Muchos civiles austríacos (incluyendo tanto talluditos miembros de la milicia Volksturm como jovenzuelos de las Juventudes Hitlerianas) creyeron a pies juntillas que los fugados eran peligrosos criminales y no soldados, y se enzarzaron en una orgía de sangre alentada por los SS.

No hay pruebas documentadas de que ningún fugado atacara a ningún paisano ni robara nada que no fuera un poco de comida, un sombrero, o un poco de ropa. En un país y momento con leyes que prohibían sacrificar animales para consumo humano a la vista de otros animales hubo a quien no le importó que niños y mujeres embarazadas asistieran a la matanza de prisioneros aterrorizados que imploraban por sus vidas de rodillas, no les importó que sus hijos pequeños les oyeran presumir de haber matado a uno o a más de una manera o de otra.

Pero otros vecinos arriesgaron su vida y la de sus familias para acoger a aquellos espectros famélicos y andrajosos que habían llamado a su puerta. En uno de los casos el cabeza de familia era un maestro cantero que trabajaba en Mauthausen que se negó en redondo a ayudarle porque sabía a dónde iría a parar la familia entera si los descubrían. Y fue su mujer quien dijo que había que ayudar a quien lo necesitara y nadie lo necesitaba más que aquellos pobres hombres. Y así se hizo. Los policías locales de uno de los pueblos próximos borraron rastros de los prisioneros (pies descalzos cubiertos con trapos y cuerdas) y dirigieron a grupos de SS en la dirección errónea porque -dijeron- todo aquello chocaba con sus convicciones éticas e incluso su propia normativa.

También aprendí que los republicanos españoles siguieron siendo apátridas incluso después de la liberación. La hija de uno de los que se quedaron a vivir en Austria, nacida a mediados de los 50, dijo en la ceremonia de Ebensee que su padre dejó de ser apátrida tiempo después de nacer ella.

Hoy, 70 años después de la Liberación de los campos, los que murieron en los campos, los que sobrevivieron, sus viudas y sus hijos carecen del reconocimiento jurídico en España como víctimas del nazismo. Y el estado español sigue sin asumir la responsabilidad (no culpa, pero sí responsabilidad) de la colaboración activa del franquismo con lo que les sucedió, como si han hecho todos los países que colaboraron con la deportación, como por ejemplo Francia. Hoy en día muchas viudas de deportados cobran una pensión francesa exenta de impuestos porque sus maridos fueron deportados desde territorio francés. Quienes residen en España están recibiendo requerimientos de Hacienda porque como pensiones que son, son contributivas y por lo tanto tienen una deuda que saldar.

Hablando de deudas. La Amical de Mauthausen lleva organizando todo tipo de actividades relacionadas con los deportados y su memoria desde 1962, es decir, se creó y funcionó en la clandestinidad hasta su legalización en 1978. Lleva muchos años organizando homenajes en los campos y viajes en los que cientos de estudiantes de institutos de todo el estado han visitado los campos y han conocido testimonios de la deportación de manos de antiguos deportados y sus familiares directos.

Entre estos homenajes está el que tributamos a los deportados en el campo de Mauthausen el pasado domingo, homenaje en el que apareció el ministro Margallo. Habló y casi no se le oyó porque no supo o no quiso usar el megáfono (los señores de derechas nunca han tenido que usar uno porque nunca han sido manifestantes ni sindicalistas). En los medios de comunicación solo se habla de Mauthausen y el aniversario en cuanto a Margallo.

Han llegado a publicar que un asistente se quejó al ministro de que ahí hubiera banderas republicanas y esteladas. Quizás era el coronel del ejército que le acompañaba, un señor con la boca muy prieta al que no le gustó nada que los franceses cantaran una canción alegórica a la época y el lugar de la deportación como cada año y en esta ocasión fuera A las barricadas. La boca prieta bajo la gorra está documentada, pero confieso que me da miedo publicar una foto de un coronel de paracaidistas con el distintivo de operaciones especiales.

La Amical de Mauthausen no aparece por ningún lado en las noticias del 70 aniversario de la Liberación. No tiene apenas ayudas. Los voluntarios que la mantienen viva ahora que los deportados van faltando (es el primer viaje al que asisto en el que no había ningún deportado viajando con nosotros y ya ha habido una junta general sin deportados presentes) hacen lo que pueden y un poco más por mantener alzado el testigo con toda la dignidad que ello merece, pero además lo hacen ninguneados por los medios que viajaron hasta Austria y se arremolinaban para sacar al ministro y solo al ministro.

Una última cosa. Pude colaborar con la caja de resistencia de los huelguistas de Telefonica. Un viaje bastante completo.

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La dictadura feminista sueca

Publicado en Mugalari.info el 17/03/2015: https://mugalari.info/opinion/la-dictadura-feminista-sueca/

El pasado 8 de marzo un amigo me preguntó qué tal me iba la vida en lo que él describió como esta “dictadura feminista que es Suecia”. Yo digo que Suecia es una dictadura feminista/animalista con iPhones. Una definición del infierno como otra cualquiera. Lo voy a explicar un poco. La parte feminista, al menos.

En vez de montar en cólera o siquiera entrar al trapo me quedé con las sabias palabras del padre de una amiga que resumió su experiencia en prisión por colgar ikurriñas de sitios muy altos (cuando por hacerlo te podías llevar dos tiros, una estancia en prisión o las dos cosas): “hay que tener amigos hasta en el infierno. Sobre todo en el infierno”.

Además hay discusiones que sabes de antemano que no van a llevar a ningún lado.

Conozco de primera mano una historia muy ilustrativa. Una mujer sueca me contó hace poco que estuvo a punto de entrar en política ayudando al Partido Feminista. Y no lo hizo porque siendo Suecia la sociedad más abierta del mundo, no se tardan ni cinco minutos en encontrar dónde vive cualquier persona, su fecha de nacimiento, su teléfono y por muy poco dinero se puede sacar desde el historial de impuestos, si tiene hipoteca y hasta si tiene antecedentes. Y no es que tenga nada que esconder. Es que el acoso, el “ciber-acoso” a portavoces y miembros señalados del Partido Feminista es tan alto que muchas (y muchos, que también hay hombres en ese partido) han dado marcha atrás. Si hay posibilidad de elegir, una no se mete en ciertos berenjenales si tiene una criatura de tres años en casa y vive sola.

El perfil sería un hombre de mediana edad encerrado en casa a cal y canto, viviendo de la ayuda social por una cosa o por otra, con un ordenador conectado a Internet, amargado hasta la médula porque el mundo le debe algo y murmurando entre dientes “sontodasunasputasylasfeministaslasquemas”. En sueco esto suena casi igual, naturalmente.

Cualquier sistema tiene muchos fallos y una sociedad con baja criminalidad, una cantidad de policía tan escasa que llama la atención (hay días que no veo un solo coche patrulla) y los datos de todo el mundo flotando alegremente por internet sencillamente no puede garantizar la protección de todos sus ciudadanos ni ante el ciberacoso ni ante muchas otras cosas. Las cosas primero pasan y luego se reacciona.

Aun así, esta mujer no se quedó callada y en su casa (cosa bastante normal porque las mujeres suecas hace cuatro generaciones que no son de quedarse encerradas en casa esperando a que un hombre las saque).

Escribe en una revista que se describe como “…una alternativa a otras webs de estilo de vida que hablan sobre una salud basada en pérdida de peso y esculpir el cuerpo. Nos interesa la salud basada en una perspectiva equilibrada.” Dicen también “Trabajamos por la salud pública, pero no en cuanto a dieta, sobre-entrenamiento y culpa, sino a través de la aceptación, la autoestima y el escucharse a una misma. (…) Trabajamos para redefinir el concepto que han robado las industrias que hacen dinero (sobre todo) con la inseguridad de las mujeres para consigo mismas”.

Se ha escondido a simple vista, que es el mejor escondite. Y se ha escondido junto a un montón de mujeres más que escriben en ese sitio. Las muy ardillas se han escondido donde los gañanes no las van a encontrar: en un sitio lleno de letras.

Esta es una historia de la dictadura feminista. Otro día cuento alguna de la dictadura animalista. A ver si me pregunta alguien a ver si aquí hay corridas de toros y así me pongo en canción.

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Jämtlandstriangeln: todo el sol sueco que quieras en un segundo

Publicado en Mugalari.info el 06/11/2017: https://mugalari.info/2017/11/06/viajar-vicente-carrasco-·-jamtlandstriangeln-sol-sueco-quieras-segundo/

Suecia es una país de grandes (grandísimos) espacios, de grandes distancias totalmente vacías de vida humana o de rastros de su sola presencia. Algo tendrá que ver con el hecho de que en esta cultura el espacio personal es sagrado. Las grandes extensiones de bosque, monte y tundra permiten que quien necesite espacio lo tenga. Hay un tipo específico de montaña que en sueco se llama “fjäll”. Eran montañas escarpadas que fueron reducidas a colinas redondeadas (algunas, eso sí, de colosales proporciones) por el casquete polar y los glaciares en retirada desde hace milenios. A patear por esos montes se le llama en sueco “fjällvandring” y para ver si este que lo cuenta tenía un interés verdadero por convertirse en un “fjällvandrare” o era todo de boquilla me llevaron a Jämtland, una de las provincias más salvajes de Suecia.

Tiene a Noruega al Oeste, lo que garantiza montaña y espacios agrestes; limita al norte con la provincia de Lapland, pero al menos una parte de Jämtland está en Sápmi, la tierra ancestral de los Sami. Es por lo tanto país de renos, de osos, de lemmings y de (oh maravilla) orquídeas, de las que crecen 15 especies en la provincia. De cuando en cuando los lemmings se multiplican como nada en el mundo (10 días después de nacer puede ya aparearse y dar a luz entre dos y diez crías) y la mayor concentración mundial del zorro ártico, amenazado de extinción, recupera un poco la alegría que trae el hartazgo.

Ocho horas de tren te ponen en Duved, donde un bus con un remolque para poder meter mochilas, esquíes, etc. te lleva en 45 minutos hasta Storulvån. Que haya que reservar el bus con antelación (el chófer va llamando por nombre antes de subir) o confiar en la providencia y que se pague en efectivo porque ahí ya empieza a no haber señal de telefonía da una idea de que estamos muy lejos de la ciudad y el primerísimo mundo, ese extraño sitio donde no hay efectivo casi y la gente va en el Metro viendo Netflix o HBO en el móvil desde hace años.

El bus, decía, lleva a los viajeros y su impedimenta a Storulvån, uno de los tres vértices del Jämtlandstriangeln, el triángulo de Jämtland. Se trata de una ruta entre tres estaciones de montaña mantenidas por un ente sin ánimo de lucro llamado “Svenska Turistföreningen” (Asociación sueca de turismo) o STF. La STF tiene repartidas por toda Suecia estaciones y refugios. Algunos de estos lugares no tienen ni camino que lleve a ellos y son poco más que paredes y techo. Otros, como los vértices del Jämtlandstriangeln, tienen restaurante (desayuno, comida y cena), tienda de comida y material de aire libre donde comprar desde pasta de dientes a una chaqueta de Goretex, sauna (¡sauna!) y se pueden reservar habitaciones o incluso un paquete que incluye el alquiler de tienda de campaña, sacos de dormir con sábana interior y ya el colmo, café y pastelitos. Todo esto hay que reservarlo con mucha (mucha) antelación y hacerse miembro de STF, que sale a cuenta porque cualquier rebaja en precios suecos es una alegría. Cuando digo antelación lo digo en serio. La primera vez que me llegó una invitación para pillar una hamburguesa y un par de cervezas al salir del trabajo con seis semanas de antelación creí que me estaban vacilando. Y entonces pensaron que era yo quien les estaba vacilando a ellos. Mucha antelación.

Storulvån

Está muy bien llenar el termo de agua caliente para poder hacer café y sopa por el camino, salir bien desayunado y haber comprobado que la tienda era resistente a la lluvia tal y como el fabricante (y el precio que hubo que abonar) aseguraban que era, pero al final esto va de andar y hubo que ponerse a ello bajo la lluvia. A veces torrencial, a veces txirimiri (que curiosamente no tiene nombre específico en sueco), a veces con viento lateral, a veces de cola.

¿Pregunté si había un autobús para ir al destino y evitarme 16 km caminando bajo la lluvia? Sí.

¿Se me rieron en la cara para parar abruptamente y decir “no”? Pues también.

Algo que el Jämtlandstriangeln ofrece en verano (por llamarlo de alguna manera) es que puedes vivir la primavera, el verano y el otoño en un mismo día, aunque a decir verdad el primer día fue más bien otoño desapacible. Considerando que estábamos en un sitio donde en invierno hay varios metros de nieve, claramente parecía buena idea haber ido en verano, pero en medio de aquella estepa turbera, viendo algún árbol lejano, retorcido y torturado por los elementos y que lo que parecían ser perdices por el porte y el movimiento resultaron ser lagópodos (que no pierden el plumaje blanco durante el verano porque sigue habiendo nieve a la vista por todas partes) no podía uno dejar de acordarse del monólogo de Ernesto Sevilla en el que un hobbit le dice a otro “¿te vienes a Mordor… andando?”.

Para evitar el deterioro que causa la multitud que camina por esos andurriales (nos cruzamos con 20 o 30 personas cada día y eso allí es una multitud) STF instala y mantiene unos caminos de tablones (llamados “spång”). Estos “spänger” se colocan paralelos de modo que si uno termina partiendo o acusando la inmersión en el agua aún puede aguantar el otro, aunque últimamente lo que se instalan son tablones de unos 20cm de anchura que sirven para caminantes y ciclistas. No es como ir por una acera pero hay pasos en los que sin “spänger” habría que pasar nadando o con agua hasta la rodilla. O la cadera. ¿Cómo llevan esos tablones allí?

Con helicóptero. Y en medio de la nada se encuentra a uno a una cuadrilla de currelas con motosierras para tallar el bisel de los tablones, remachadoras y toda la moral del mundo. Y el termo de café.

Como siempre me pasa cuando camino y no hablo (mágico momento por ser tan escaso) la música me viene a la cabeza. En medio de aquella lluvia racheada me sonaban canciones de Toundra. Canciones orgánicas, musculosas, con idas y venidas, con la furia de los elementos que no amenazan porque no les hace falta, simplemente son. Como Bizancio, como Kitsune.

Sobre todo como Zanzibar.

A mitad de camino entre Storulvån y Sylarna hay un refugio desde el que se puede llamar por teléfono en caso de emergencia y si se paga se puede usar WiFi. Es en este refugio nos resguardamos del viento feroz y la lluvia helada para recuperar fuerzas con cecina de León, cuya fragancia nos hizo granjearnos la eterna amistad de todos los perros allí presentes.

En aquél espacio a reventar de mochilas (a cuál más grande, a cuál más técnica y eficaz) tuvimos contacto con los primeros superhéroes verdaderos del viaje: niños. Niños de cinco, de siete, de diez, de tres años. Algunos todavía viajando en la silla a espaldas de su madre o colgando del pecho de su padre, vista al frente y a veces con la cabeza colgando inerte, dormidos como un tronco en medio del viento y la lluvia.

Me acordé de todas las veces que he escuchado a gente poner a los niños como excusa para no ir a sitios. Lo más feliz que he visto estos días han sido los perros junto a sus amos en medio de aquella inmensidad, con todos esos olores. Lo segundo más feliz, sin duda alguna, esos niños pateando parajes que la mayoría de adultos mirarían con pavor si no fuera en un documental. Felicitamos a todas y cada una de esas criaturas y le dimos la enhorabuena a sus madres, padres y abuelos, que en bastantes casos estaban allí también.

Los 16 km entre Storulvån y Sylarna terminan con 4 km finales cuesta arriba, con canchales a ambos lados (y bajo los pies, cuando no vuelve la turba otra vez), afloramiento de agua, neveros por doquier y un furioso río que baja de los Sylarna (Los Punzones), los picachos que la niebla y los nubarrones a veces dejan ver. Frente a nosotros pudimos ver aparecer la estación de montaña de Sylarna y al fondo el imponente Storsylan (El Gran Punzón).

Sylarna

Una vez registrados no queda sino montar la tienda y esperar que también aguantara lo que traía el pronóstico del tiempo: fuertes vientos, temperatura bajo cero, posibilidad de precipitaciones (es decir, nieve o granizo). Mi experiencia en estas lides es muy limitada, pero claramente disponer de sauna, ducha, cocina y poder cenar en un comedor con vistas al paraíso con una cerveza en la mano prepara para cualquier cosa. Y la tranquilidad de que, si las cosas se ponen feas, es una estación de montaña y somos miembros de STF, así que mal que bien nos harían un hueco aunque fuera en el pasillo. Es decir, además de viajar con gente experimentada tenía por un lado las realidades de la montaña y por otra la tranquilidad de poder pulsar el botón rojo y pedir refugio.

El relato sigue, así que obviamente no hubo víctimas.

Tras desayunar como vikingos hambrientos (todo se pega menos la hermosura) emprendemos camino hacia Blåhammaren.

Blåhammaren

Blåhammaren, aunque tenga nombre de grupo de ocio y tiempo libre para jubiladas suecos (El Martillo Azul) es una estación de montaña y es la que está situada a más altura de toda Suecia, 1086m. Está en el fjäll Blåhammar, que tiene 1164m.

Los primeros 4 km son justamente los caninos 4 km cuesta arriba subidos el día anterior como final de fiesta, algo que da alegría al alma y dolor en las rodillas, pero el haber salido indemnes del viento glacial y el ocasional granizo (nieve granizada, creo yo) de la noche, además de un desayuno de verdad con café de verdad, prepara para lo que sea.

El tiempo iba levantando y era cada vez más fácil ver más de las montañas circundantes, aves lejanas y a lo lejos, muy a lo lejos, la línea de postes con una gran aspa roja en la punta que señalan el Camino de Invierno, que a veces coincide con el de Verano (el que estábamos haciendo nosotros) pero que no está tan limitado por arroyos, ríos y otros accidentes del terreno al discurrir sobre metros de nieve.

Para la parada a mitad de camino (es decir, una vez dejada atrás la cuesta a Sylarna y unos 5km de pantanos árticos en los que una de dos, o hace frío y llueve o bien tocas a 1.5 trillones de mosquitos por persona) el menú consistió en paletilla ibérica, frutos secos a cascoporro, gajos de mandarina pelados sacados de una lata y un capuchino de sobre que estaba bastante bueno, pero no tanto como las cervezas de los que estaban al lado, que en algún caso fue de botella.

Todo sabe mejor cuando uno está en un lugar verdaderamente aislado, qué duda cabe. Llegados a este punto ya va uno aprendiendo a ver cómo viene la gente que se va cruzando, los que llevan la botella de vino en la mano (acaso para animar a un desfallecido en sus filas), los que caminan como beodos, los que se han cabreado, los que llevan niños y van cantando (los niños, los adultos llevan mochilas como torres), los que van equipados porque acampan durante días o semanas y los que llevan vaqueros bajo la lluvia glacial y será un milagro si no se agarran una neumonía.

La llegada a Blåhammaren es traicionera porque nos han dicho que los últimos kilómetros son muy cuesta arriba y yo me iba imaginando el lado escarpado de Gorbea, el que tiene una fuente a mitad de la ladera. Por suerte no es así, porque esta vez el que iba andando como borracho era yo.

Pero nada que no pueda arreglar una sauna con una ventana de 1m de diámetro que da a las montañas que hay alrededor y que no sé cómo lo hacen pero no se empaña. A las 18h tenemos una cita ineludible en el comedor. “Prick 18” pone en el cartel, que significa que si no estás a la hora que dicen no cenas y punto. Nos van llamando por nombre (quien hizo la reserva, x personas) y vamos pasando a un comedor que parece el camarote de un barco de los que solo se ven en las películas hechas por gente que sólo ha visto barcos muy elegantes y bien barnizados. Nos van asignando la mesa donde nos sentamos. Es una situación de alta ansiedad social para los suecos que han ido solos o en grupos pequeños, pero siempre hay uno que se presenta a todo el mundo y otro que todo lo quiere preguntar. Media cerveza después nos echamos unas risas.

El maestro de ceremonias hace sonar un pequeño gong para pedir silencio. Nos explican que vamos a ir levantándonos mesa por mesa para llenar nuestros platos (maravillosas mantequillas de la zona con ingredientes extra que incluyen incluso whisky, ensaladas diversas, panes recién horneados) y nos dicen que conservemos ese plato para el plato principal porque somos demasiados para que el sitio pueda encargarse de 120 platos. Nos traen un entrante, una tajada de salmón ahumado maravilloso. Nos presentan al chef que ha cocinado todo. Hemos leído en unas páginas que tienen por allí rondando en la sala principal que hay ciertas tareas asignadas pero no hay personal de mantenimiento, así que hay tareas en las que ayudan todos, como la reparación de la estación. Trabajan en turnos de cuatro meses, cinco días por semana.

Cuando libran salen a disfrutar de la naturaleza circundante o van a visitar a sus colegas de otras estaciones. Cuando se incorporan al trabajo para la temporada de invierno o la de verano vienen igual que tú y que yo, con una mochila y andando. O esquiando. Para el plato principal ponen unas fuentes inmensas de patatas que llaman “nuevas”, cocidas y asadas (algo muy curioso) y maravillosas tajadas de reno, que es una carne que carece de grasa, muy parecida al potro. Sin duda una de las carnes más limpias que se puede comer, porque los renos viven por allí vagando por esos cerros durante todo el año. En verano suben a los picos buscando evitar el calor (con todo éxito) y en verano bajan a los valles o sus pastores los mueven a sitios donde pueden encontrar comida fácilmente incluso con la nieve.

Este restaurante tiene una reconocidísima fama. Hace unos días apareció en una revista como la mejor cena de toda Suecia, y cuesta el equivalente de 40 EUR, que en Estocolmo no da para nada ni remotamente parecido. Y la fama no es por el hambre y la pateada. Esa cocina tiene la reputación que tiene y sin duda es el mejor restaurante en muchísimos kilómetros a la redonda, pero además la selección de público es la que es: Hay dos formas de llegar y las dos son andando. 12 km cuesta arriba o 14 un día y 16 el siguiente para llegar allí a cenar. En invierno los suministros pueden llegar en vehículo de orugas, pero si no hay mucha nieve se tira de helicóptero, que a veces no es lo mejor con la niebla y el viento. Los pilotos vuelan desde Östersund (cenamos con uno que conoce a dos de ellos) y los vimos pasar con 750 kg colgando del aparato con unas ventiscas de impresión. Sin duda la élite de los pilotos de helicóptero, que ya son una categoría especial.

Empiezan a sacar botellas de licores carísimos (no quiero ni pensar lo que pueden cobrar en ese sitio por un chupito de Chivas). Nadie en la mesa se apunta. Una pareja que cena con nosotros pasa de licores porque después de cenar siguen camino. Piensan acampar a medio camino hacia Sylarna (de donde venimos nosotros). Planean cruzar el río que hemos cruzado de piedra en piedra (hay fotos de la proeza que quizás acaben en la pared de mi casa para dar la matraca a las visitas, pues tal es el orgullo que me embarga al recordarlo). Seguramente tienen razón en todo porque ella no tiene mucha experiencia, pero él la tiene toda. Un tío como un armario de tres cuerpos que ha acampado tres semanas seguidas en Islandia no puede tener mucho problema con un río de 5 m de ancho en el verano de Jämtland.

Otro de nuestros tertulianos abre la ventana para que entre aire, que a él le refresca y a toda la mesa contigua les hace ponerse las chaquetas de Polartec. Hay un cierto debate pero finalmente una ventana queda abierta, así que la temperatura de tertulia no pasa de los 10ºC. Vamos a dormir en tienda, así que no parece mal plan hacernos a la idea.

No hemos visto un sólo reno y eso es cosa rara en esa zona, pero es que durante la segunda quincena de julio hay una zona (que hemos cruzado el día anterior) en la que se prohíbe poner tiendas porque es cuando se reúne a los renos para marcar a los pequeños y hacer el chequeo general de toda la cabaña. Pero nos dicen que raro será que no veamos alguno. Hemos visto sus huellas y excrementos por todas partes, pero nada más. Cuando me están explicando qué mochila tengo que usar (la mía es estupenda para otras cosas, pero para estas es una tortura) me avisan de que están pasando renos.

Los renos raras veces van solos, siempre van en grupos y ahora van con los pequeños también. Un grupo de renos pasa cerca de las tiendas más lejanas, las que están junto a un lago a unos 300m de la estación. A la mañana siguiente los renos aparecen directamente entre las tiendas. Con mucha paciencia esperan a que me aburra de ver renos, que para ellos es como ver gorriones o palomas. Nuestros contertulios se acercan a echar una mano con la tienda. La primera noche resistió el diluvio universal a pesar de no estar muy bien instalada. La segunda noche resistió mal que bien el vendaval y el pedrisco fino, pero seguía sin estar fina. El que no sabe es como el que no ve, que se dice. En 10 segundos nuestra tienda está tan presentable como todas las que tenemos alrededor.

De dos de las tiendas viene antes de dormir jolgorio y alharaca en perfecto alemán y durante la noche unos ronquidos muy sincronizados entre dos personas, un sístole y un diástole, diríamos unos Pimpinela del roncar que hacen al viajero echar de menos la lluvia feroz, la ventisca, la nieve y el granizo fugaz de días anteriores. Pero ah, al salir de la tienda brilla el sol, el cielo está azul y hay renos muy cerca de nosotros. Cuando me harto de hacerles fotos (a ellos y a la rana o sapo más heroico de Europa, que vive allí mismo) toca desayunar con los contertulios de la noche anterior que no están por ahí ya haciendo el bruslí por esos cerros echamos a andar hacia Storulvån.

El camino se nos describe como cuesta abajo, llano y cuesta abajo. La temperatura llega a los 17º mientras caminamos. Perfecto para cruzar un río caminando sobre los bloques de cemento que han puesto (seguramente uno a uno con el helicóptero) en un vado. La semana pasada el agua llegaba a la altura de la ingle (de un tipo de casi 1,90) pero nosotros pasamos sin mojarnos las rodillas, con un sol esplendoroso y una legión de mosquitos que no pican a nadie nacido o criado en Suecia porque ya estoy yo para alimentarlos a todos.

El paisaje es una sucesión de fjäll grandes y pequeños, con neveros ocasionales, agua por doquier y un arroyo levantisco y saltarín que discurre a nuestro lado creando regatos donde de buen grado vamos parando a comer frutos secos, llenar la botella de agua en medio segundo y asombrarnos de lo bien que se está cuando se está bien.

La cecina de León subidos a un pequeño fjäll donde tenemos garantizado un suelo seco y sin mosquitos, bajo un sol que calienta pero no quema, con un viento que arrulla pero no empuja, nos da otro de esos momentos que uno se lleva para siempre. Esa noche, cenando con servilletas de hilo y con una cerveza en la mano, uno de los platos tendrá tres trocitos de algo muy parecido a la cecina y pondremos todo en perspectiva. Y me recordarán que tengo que pedir a mi hermano más de eso tan rico que me manda. Pues claro que sí.

Más superhéroes infantiles de todos los tamaños, con mención especial para el más joven que vamos a conocer, seis semanas, al que conocemos metido en una bolsa en brazos de su madre en lo alto de un picacho desde el que se puede ver nuestro destino, la Estación de Montaña de Storulvån. Su hermana tiene tres años y está allí porque quiere ver renos y no parece muy contenta de no estar en medio de un rebaño de 5.000 de ellos. Le explicamos a sus padres lo que nos han contado del marcado y que están casi todos en un sólo sitio, pero hemos visto rastros por todas partes así que quizás puedan verlos. La pequeña superhéroe no se cree nada de lo que le decimos, pero nos dice adiós sin tenérnoslo en cuenta.

Cuando llegamos a Storulvån nuestros amigos y asesores de Östersund están ya casi listos para irse para casa, pero tienen tiempo para darnos unas cervezas que hacen en su pueblo para que nos las tomemos en la sauna. Y eso hicimos. A su salud.

El regreso parece ser todavía más largo. Primero en ese bus donde subes cuando te nombran y que tiene un conductor que sonríe a todo el mundo y, como el que nos trajo hasta aquí, bromea con el personal por el micrófono. Definitivamente estamos muy lejos de la ciudad. Como en todas partes, a los de la ciudad les tienen manía. En todo el Norte a Estocolmo se la conoce como “Fjollträsk”, que vendría a ser como “el pantano de los inútiles”, entendido como un lugar donde cientos de miles de personas viven unos encima de otros (mal) con el añadido de que la inmensa mayoría de ellos son totalmente incapaces de cazar un gran mamífero, descuartizarlo y prepararlo por sí mismos, construir un igloo o encender un fuego cuando todo lo que tienes alrededor está mojado (terriblemente mal, rayano con no merecer la vida). Eso en el Norte es un inútil total.

Caminito de ese Pantano de los Inútiles donde me siento como en casa pasamos de la tundra a la taiga y de la taiga a un paisaje cada vez más amable, cada vez más veraniego, con sus casitas y sus campos labrados, con sus bosquetes y sus animales salvajes preocupados de sus cosas y no de los humanos, hasta que irremediablemente se va acabando el bosque y llegamos a mi cama rica casi sin transición.

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Una peluquera griega de Estocolmo

PUblicado en Mugalari.info el 26/01/2015: https://mugalari.info/opinion/5069/

Un amigo mío me cuenta que no suele ir mucho a la peluquería. Doy fe. Y que no suele ir siempre a la misma. Pero que cuando puede va a una que hay no lejos de su casa, donde entre el elenco (porque ahí no tienen personal, tienen elenco) está la chica más guapa de Grecia, que resulta que es peluquera en Estocolmo.

La chica más guapa de Grecia tiene, por lo visto, un inglés impecable porque estudió en Suecia. De hecho nació en Suecia, hija muy probablemente de una de las muchísimas parejas griegas que vinieron a Suecia huyendo del golpe de estado y la dictadura militar de los 70. Cuando tenía 17 años volvió a Grecia. No se hasta qué punto ese viaje fue volver o fue ir a Grecia, pero allá que se fue.

A finales de 2012 la chica más guapa de Grecia agarra el portante, a su marido y a sus dos hijos y se los lleva a Suecia. Ella vuelve, ellos vienen. Su marido no habla inglés ni sueco, aunque está en ello, parece ser. Tiempo tiene, porque no trabaja todavía.

La chica más guapa de Grecia pregunta y responde como preguntamos y respondemos en el sur de Europa cuando nos enzarzamos de palique con desconocidos y nos van gustando las respuestas: espontáneamente, sin parar y mezclando drama y humor. Porque en el sur de Europa, miren ustedes, mezclamos el drama y el humor con mucha maña y eso no se vayan ustedes a pensar que lo entienden en todas partes. Y sin parar de trabajar, embutiendo las preguntas sobre cómo va el corte de pelo en el muro de palabras que mi amigo y ella van tejiendo alegremente.

Mientras las tijeras batían la chica más guapa de Grecia y mi amigo se enzarzan en una pelea de gallos consistente en relatar de forma sucinta pero completa el escándalo político-económico más descacharrante. Está siempre la cosa reñida pero contra Grecia no hay rival. Lo de Grecia es un disloque. Esto del submarino que no flota a ellos les pasó con veinte o treinta unidades (¡20 o 30!) y al responsable no lo están juzgando por ese desatino y la pasta que se llevó en comisiones, sino porque no pagó impuestos (cero, nada) a pesar de que era evidente que estaba llevándose una millonada.

La chica más guapa de Grecia es de una zona montañosa, al norte del país, donde en invierno hace un frío del copón, tanto como en Suecia. La gente recibe recibos de la luz en invierno que son el doble o más de lo que ganan. Y eso los que tienen trabajo. Hay una fábrica allí que buscaba 80 trabajadores para contratarlos a media jornada, 280 euros al mes. En la puerta había agolpándose cientos de personas. La mayoría inmigrantes sin papeles, extremadamente vulnerables en Grecia ahora mismo y no solo porque no haya atención alguna para ellos (que también) sino porque los nazis les hacen la vida imposible de mil maneras, no siendo la menor de ellas que ahora mucha gente piense en Grecia que la existencia de esas ofertas de trabajo es precisamente por la puta culpa de los africanos desamparados y famélicos que se agarran a cualquier clavo ardiendo como un gato famélico corre pegándose a la pared, no sea que además de hambre caiga una hostia. Que cae. Vaya si cae.

La chica más guapa de Grecia nunca ha votado a los conservadores ni a la derecha vestida de socialdemocracia y guarda un relativo respeto por algunos comunistas, por ejemplo uno de sus tíos, que le lee la cartilla a los socialistas de cuchufleta de la familia en las reuniones familiares y se lía la de San Quintín. Tiene toda la pinta de que el jefe de la chica más guapa de Grecia acabará acostumbrándose a ella. Más le vale porque la chica más guapa de Grecia no parece de las que se acojonan fácilmente. Los suecos no rechazan instintivamente lo que no entienden, aunque sea muy evidente que no lo entienden. Esa franqueza en un entorno laboral con gente entrando y saliendo de la habitación no la entienden en absoluto.

Pero tampoco entienden que los del sur de Europa nos pongamos a hablar como si nos conociéramos de toda la vida, que hablemos de auténticos dramas abiertamente y que lo hagamos incluyendo el humor en la conversación, que nos riamos mientras hablamos de cómo un país y una generación tras otra se van por el retrete, se van a la puta mierda. Y no creo que sea por un simplista “mejor reír que llorar”. No es eso. Bueno, sí, mejor reír que llorar. Claro, y mejor comer que no comer. Lo exótico de todo esto es que en algunas culturas no todas las lágrimas son de pena, como no todas las risas son de felicidad. Y no todos los desconocidos lo son totalmente. Ni van a dejar de serlo por hablar con franqueza durante media hora.

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Hombres haciendo el tonto: el musical

Publicado en Mugalari.info el 25/05/2017: https://mugalari.info/opinion/hombres-tonto-musical/

Días atrás, mientras comía con unos compañeros de trabajo, no uno sino dos de ellos nos relataron las arduas negociaciones a las que se ven obligados cada vez que quieren hacer cualquier cosa. Ninguno de ellos es sueco, al menos en la crianza, lo digo porque había gente de muchos sitios a la mesa y eso puede tener su importancia.

Contaban cómo tienen que presentar y pelear por su caso como si de la defensa de un condenado a muerte se tratara, sea un viaje, un gasto inesperado de cualquier tamaño o cosas tan inmensamente importantes como colgar de la pared, de alguna pared de alguna habitación, un póster relacionado con sus aficiones, instalar un cachivache electrónico y que se vean los cables (¡los cables!) o alguna cosa de este porte.

Parte importante de todo esto que es la defensa debe ejercerse de forma firme porque el caso lo vale y el rival no es pequeño, pero sin pasarse con el énfasis porque siempre, y esto es lo que parece ser el elemento común en todos los casos, estos hombres hechos y derechos comparten sus vidas con lo que don Enrique Jardiel Poncela hubiera llamado “una fiera de la Manigua”. Monstruos con forma de mujer que siendo madres de sus hijos no por eso podrían dejar de desencadenar una furia que diese con sus huesos en varios vertederos en provincias diferentes no sin antes haber sido sometidos a tormentos que carecen de nombre a día de hoy, así que no están en internet. Horroroso todo.

Ambos casados. Uno con un niño, el otro con dos. Uno europeo occidental, el otro árabe, pero muy viajado y con muchos, muchos años en Primermundistán.

Pero es entre otros occidentales donde oigo de vez en cuando (aunque siempre sea demasiadas veces) a hombres referirse a sus parejas (novias, esposas, madres o no de sus criaturas) como “la parienta”, “la contraria”, “la jefa”, “el gobierno”, o incluso “mi dueña”.

– Oye, ¿nos vemos el jueves y cenamos o lo que sea? ¿Qué tal te viene?

– Tengo que llamar a mi dueña- dicen.

Y es un chiste pero no lo es. Alguna vez, estando recién separado, recuerdo haberme cabreado bastante con una de estas conversaciones.

Porque digo yo que para estar así de mal… En fin, cada uno es cada uno, pero yo nunca me he separado después de haberme visto en las circunstancias de llamar “la contraria” a mi compañera.

Otra opción que he visto es que hay quien, para evitar ciertas decisiones a contrapaso, ha construido un personaje tras el que escudarse bien para no tener que decir que no, que no quiero ir a tu fiesta, bien para ganar tiempo. En un terreno abonado por tanta víctima que habla de su compañera como del guardia de una prisión no hay que explayarse mucho para hacerse entender y convencer a la gente de que hay quien tiene que pedir permiso para todo, vivir de puntillas y ser un “mandao” porque si no…

Que los hay. Alguno que otro fijo que lo es. Y a alguno hasta le gusta que le tengan atado en corto. Por qué no. Si a mi eso me da igual.

Pero alguna vez he hablado con la otra parte de estas parejas-personaje y lo que me he encontrado son muchas ganas de tener de vez en cuando la casa para ella sola durante una semana, un día o una puñetera hora un viernes por la tarde, un sábado por la mañana o un domingo por la noche.

No sé si detrás de un gran hombre hay una gran mujer. Lo que sí estoy empezando a barruntar es lo que hay detrás de un hombre haciendo el tonto.

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