De traducciones y tuberías

Publicado en Mugalari.info el 30/01/2015: https://mugalari.info/opinion/4397/

Párrafo corto:

Tampoco hay que entenderlo todo. No sé a qué viene ese afán de quererlo entender todo.

Párrafo largo:

Las personas que realmente dominan más de un idioma (todos conocemos casos de personas que no llegan a dominar uno siquiera y pueden desenvolverse perfectamente en su vida y en la de los demás, algo que si se piensa un poco es de lo más preocupante) son puentes entre diferentes realidades.

Son las tuberías que comunican el conocimiento que vive en ese tesoro más o menos viviente que es una lengua.

Las lenguas son equivalentes entre sí solo en parte. “Uno”, “madre”, “fuego” o “flor” los puede traducir hasta un gato. El problema viene cuando uno se encuentra con que en inglés no tienen 20 dedos, sino que hay una palabra para los dedos de las manos y otra para los dedos de los pies. O cuando uno se entera de que hubo una palabra en euskara para la envidia sana y otra para la normal y corriente; o que “kerizpe” e “itzala” son sombra, pero no la misma sombra; y qué decir de que en ciertas zonas de Bizkaia “bentani” y “leixu” son conceptos similares pero distintos, que añaden mucha información sobre el edificio al que pertenecen. Cuando se encuentra uno con que todas las lenguas reflejan de algún modo en una sola palabra la añoranza de casa, de la patria chica o no pero “morriña”, “saudade” y “herrimina” reflejan lo mismo pero para culturas diferentes. Es decir, esas palabras no tienen un equivalente directo porque no lo tienen que tener.

En los refranes se encuentra uno (para bien y para mal) el ADN de una cultura y en algunas palabras hay píldoras donde este ADN se concentra.

De ahí que siempre me haya parecido mágica precisamente esa parte de otras culturas, la que describe su realidad, siempre compleja, de una forma práctica. En pocas palabras. A poder ser en una. A veces esa palabra tan precisa no existe, aunque aquello que se describe en otra lengua sí que existe, pero por lo que sea no se ha considerado digno de tal atención. En sueco no tienen palabra para decir “sirimiri” (y no será porque en Suecia no exista, que todo este verde no se mantiene

solo) pero las octavillas que reparten los adivinos que lo mismo te curan un mal de ojo, el paro, el mal de amores, la hipertensión o los problemas de drogas (sí, aquí también hay magufos y espabilaos) vienen con una línea al final donde se declara que el Dr. Morgan de turno es “spåman”. “Spå” era (y es, por lo que parece) la persona que leía el futuro. Las viejas palabras, precisas, se abren paso a través de los siglos.

Pero al mismo tiempo ese engendro llamado Google Translate (digo engendro porque la idea es buena, pero como para fiarse del resultado) ha hecho creer a mucha gente que traducir es siempre posible y lo peor de todo, que es inmediato. Hablo de memoria pero creo que Bernardo Atxaga traducía él mismo a castellano sus novelas hasta que llegó un momento en el que dijo que hasta aquí hemos llegado, que se veía reescribiendo las novelas primero en un idioma y luego en otro.

Muchísimo trabajo y además no es justo para los lectores. A menos que tu intención sea precisamente esa, contar la misma historia varias veces.

Creo que no era el caso.

El otro día quedé con un amigo con el que hablo en euskara. O lo intento. Entonces apareció una amiga suya, y entre ellos siempre hablan en sueco. Yo no hablo sueco. Desde luego no con adultos. Así que tiro de inglés. Pero mi amigo odia con pasión hablar en inglés. Así que estábamos tres personas y no teníamos lengua común y eso que ahí quien menos seguramente hablaba dos y seguramente tres idiomas; es muy posible que entre los tres juntáramos una docena y muchos más si contamos los que mal que bien podremos entender.

Me pasa a veces que le encuentro la ventaja a no entenderlo todo. Puede ser puro consuelo desarrollado como defensa porque no entiendo todo lo que quisiera entender, pero también me alegro de ir en el metro y no entender chorradas que de otro modo entendería.

O igual no son chorradas. Pero tampoco hay que entenderlo todo. No sé a qué viene ese afán de quererlo entender todo.

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