El Coca. Que se ha muerto.

Esto de las necrológicas se está empezando a convertir en una costumbre.

Resulta que al pobre hombre este que murió en Teruel, en la puta calle y en Teruel (mal sitio para estar en la puta calle en marzo porque hace un frío del copón), también lo conocía. De toda la puta vida, además. Fue mi vecino cuando eramos unos críos, coincidimos trabajando juntos durante mi (y su) infausta temporada de técnicos de montaje y luminotecnia con unos verbeneros que tenían más humos que ni se y por supuesto que nos encontramos muchas veces en conciertos y en bares. No era difícil encontrarse con este en un bar, no.

Una de esas personas que parece que siempre está forzando, siempre está tirando de la cuerda todo lo que puede para luego poder decir “¿Lo ves? La vida es una puta mierda” o “¿Lo ves como te ibas a enfadar conmigo?”.

El Perico era un tío peleón. Bastante amigo de brindis al sol, las cosas como son, pero a toro pasado se entiende que aunque peleón tenía bien poco de agresivo y el se cagaba en dios pero sin subirse a la chepa de nadie. En esta foto está muy bien captado cómo era. Con el puño en alto, abrumado por lo que supone que te dejen sin techo, seguramente abrumado en el mejor sentido por la gente que estaba allí apoyándole, mirando al suelo porque si llega a mirar a la cara a alguno de los maderos que estaban allí ayudando a echarle de su casa la cosa acaba mal seguro. Incluso se ve en los pantalones la marca de frotarse las manos en los muslos, un gesto que le recuerdo hacer constantemente, con esas manazas de honrao que tenía, que podía usarlas de pala.

Acordándome del Perico, del Coca como le conocía yo, la expresión One Man Army me venía a la cabeza. Este iba por libre. Era evidentísimo que no entendía el mundo, pero tampoco entendía las reglas más elementales. Cuando leí en un artículo en prensa que antes de ser deshauciado del piso en el que vivía había intentado negociar una renta por semanas no pude sino sonreír (aunque fuera amargamente) porque así era él de pies a cabeza. Un ejército de un solo hombre, un país de un solo hombre. Lo que pasa es que hay gente que no acierta. O no le echa cojones a lo que hay que echárselos cuando hay que echárselos. Porque este pobre hombre que ha muerto en la calle tuvo un taller propio y tuvo una moto que sin entender la veías y sabías que era una moto que te cagas, tuvo su coche para perderse por el campo y meterse por cualquier sitio (y vaya si lo hizo http://www.elperiodicodearagon.com/noticias/sociedad/fue-un-destacado-espeleologo-que-murio-en-indigencia-en-un-banco-de-teruel_841051.html ), tuvo una novia estupenda y tuvo amigos. Y tuvo reveses. Muchos. Y la cagó mucho. Como la cagamos todos, pero este la cagó con cojones (para eso si tuvo) y con muchísimo ruido. Su padre, por cierto, sí que hacía ruido y sí que la cagaba. Y no debió ser nada fácil ser el hijo de su padre.

Lo vi por última vez en diciembre de 2011 en el edificio donde todavía vive su madre y donde todavía vive mi padre. Yo salía a ver a otros emigrados vueltos a casa por navidad y él tenía un saco de dormir extendido junto a la puerta de la casa de su madre. Unas velas encendidas en el suelo yo creo que para encenderse los cigarros, para ver un poco y para que cuando los vecinos que iban a entrar a sus casas no encendieran luces en el pasillo y mitigar un poco todo el dolor del hecho de que había ido a ver a su madre (a la que había dado disgustos como para matarla 40 veces, las cosas como son) y estaba durmiendo junto a la puerta del piso como un perro.

Un tipo muy, muy difícil. Se perdió y no encontró el camino de vuelta. Una persona que te ponía facilísimo que le dieras por imposible. Pero aun así nadie se merece morir en la puta calle en el puto invierno de Teruel. Bueno, sí que hay quien lo merece, pero no les pilla nunca a ellos, maldita sea su puta calavera.

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