Uno menos

No tenía yo plan de ir a ningún lado en semana santa y el jueves santo pasé la mitad del día viajando hacia Guadalajara.

Tenía que juntarme con los amigos de la primera juventud. Estoy hablando de los amigos que hice en el instituto, con 16 años y con los que compartí prácticamente todo durante cosa de diez años y con los que en diferentes grados de frecuencia sigo compartiendo cosas. Últimamente si nos juntamos todos es porque ha muerto alguien, así que la única parte buena de algo así es que nos juntamos. En este caso teníamos una novedad bastante desafortunada: era uno de los nuestros el que ha muerto, con el aderezo de que ha hecho falta autopsia. La autopsia ha sido muy amable y a medio y largo plazo nos vendrá muy bien a todos. La amabilidad de la ley es como el aloe vera, que siempre viene bien.

De todos los damnificados sin relación familiar uno estaba en Benasque y camino de Galicia. Una buena tirada, sí. Decía éste damnificado que los amigos que tienes en la primera juventud son muy importantes para definir cómo vas a ser. Desde Benasque hasta el punto de encuentro con su hermano, damnificado también que venía -éste sí- desde Galicia fué repasando qué hueco dejaba en su vida ese amigo al que ya apenas veía, en qué cajitas tenía que meter ahora todos los recuerdos, llorando todo el camino, y así prepararse para ese mismo proceso que íbamos a hacer todos juntos. Eso fuimos haciendo todos mientras nos íbamos juntando, uno desde Gasteiz, otra desde Sevilla, otro desde Madrid (que resulta que es el que más lejos vive, el jodío) y a eso nos dedicamos cuando nos juntamos en la casa del que se había ido, no en la suya-suya -donde su hermano pequeño se lo encontró con la perra pegada a él, velándolo- sino en la de sus padres. Allí nos dedicamos docena y media de personas a recopilar todas esas cajitas de recuerdos, a catalogar con otros colores un montón de recuerdos y a pasarlas putas. Y a reírnos un poco. Y nos fuimos a anestesiar al más perjudicado, osea, a la suma de todos nosotros. Y en un bar (y hablo de una taberna gallega) nos regalaron todas sus existencias de ribeiro y liamos una tal que la dueña no podía cerrar porque también era damnificada y estaba tan damnificada que no se podía levantar del portal adyacente a su bar y mandarnos a todos a tomar por culo. La verdad es que no podía hacer eso ni ninguna otra cosa. Pero eso me lo han contado, porque yo me volví para casa al tacto.

A la mañana siguiente (con una resaca como hacía años que no tenía) comenzó el segundo turno de revisión de cajitas cuando llegó la pata de Sevilla que le faltaba a la mesa. Al ir a pagar en un bar me encontré con que llevaba en la riñonera un vaso de chupito y recordé haberle regalado otro igual a la chica con la que estaba hablando, precisamente la persona con la que estuve cuando coincidí en un bar por última vez con el amigo que se nos ha ido. Así que fué una noche de esas… a él le gustaba embalsamarnos en Havana 7, así que eso hicimos.

Hasta estos momentos terribles pueden no ser miserables, pueden dejarte algún poso aprovechable. Quizás no sea muy frecuente que estemos, pero por lo menos somos. Un sobrino del difunto, con 18 años (creo que tenía 7 la última vez que lo ví), me dijo que es muy importante la gente con la que das, en resumidas cuentas la cuadrilla. Le conté de dónde había venido cada uno de los amigos de su tío (por lo menos de uno de los compartimentos estancos de amistad de su tío, pero esa es otra historia que no viene al caso) y como pasa tantas veces, al explicar algo es cuando te das cuenta tú mismo. Con ésta gente es con la que yo entendí el concepto de amistad y es con ese estándar con el que mido. Un estándar como para correr medias maratones 🙂

Ya sé por qué decía aquí que pensaba en trabajar y en envejecer y me acordaba de esta copla del vídeo que pongo a continuación. Yo lo que quiero es tener cuadrilla siempre. Llegar a viejo, pero con cuadrilla. Con gente de fiar a cualquier sitio.

Sigur Ros – Hoppipolla

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