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Nota previa: Para entender mejor este texto es menester tener un calendario de este año bien a mano. Sin él la historia no tiene maldita la gracia.

El pasado viernes (30 de junio) llamé a los Servicios Sociales del Ayuntamiento en una de mis cada vez más habituales llamadas en plan “qué hay de lo mío“.

Una vez dados mis datos, consultado mi expediente, me dicen que parece ser que han concedido las dos ayudas que solicité, osea para tener un techo y para comer. Además me van a ingresar la parte correspondiente de mayo (la pedí a mediados de mayo) y de junio, pero que esto se suele pagar a finales de mes, así que debo llamar a finales de mes.

– ¿De qué mes? – pregunto bastante sorprendido.

– De junio- responde mi interlocutora.

Me ofrecí para llamar diez minutos antes de que se fueran a comer para que fuera aún más “final de mes”, pero que no, que a finales de mes. Seguimos un par de angustiosos minutos en ese bucle “son galgos/son podencos” hasta que la amable operaria encontró una salida (para ella). Resulta que mi entidad bancaria no es con la que trabaja la diputación floral, que es quien paga, así que la ayuda tardará unos días más.

Total, que si no he cobrado para finales de semana que me pase por allí.

– No te quepa la menor duda de que lo haré- anuncié.

Son semanas de que los amigos me vayan pagando todo o casi todo. Y no me atrevo a dar una estimación de semanas, pero he cogido fondo y pagarme ahora las cervezas no es como cuando empezaron a orearme, que me tomaba una Voll-Damm y me ponía a decir (más) tonterías.

Paciencia.

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Seguimos_sin_cobrar

Está a punto de acabarse el plazo de dos meses dos (como los toros bravos, negros, enormes y con muy mala hostia) que el indigente, en este caso yo, puede llegar a esperar a que las autoridades implicadas decidan si dan algo y cuánto.

Eso sí, que te tenga que esperar a tí cualquiera de esas autoridades tan implicadas para que les pagues algo, verás qué risa.

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Euskotarrak_estralurtarrak

Bidixu hontan esaten dauen arabera, holantxik da. Edo behintzet estralurtarren eskutik heldu zinen euskal jendi lurrerantza. Por cierto, pentsetot Ardona delako herri hori Otxandixo dala, edo neu e’na inoz Otxandidxon egon.

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Nunca_mezcles_metales_alcalinos_con_agua

Este video muestra qué ocurre cuando los metales alcalinos (repitan conmigo: litio, sodio, potasio, rubidio, cesio, francio) se mezclan con el agua. Para químicos inquietos. Los detalles están muy bien explicados en Curioso pero inútil.

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percusion

Sencillamente no tengo palabras. Será porque tocaba la batería, de lo que se desprende que tengo el arco supraorbital prominente, me comunico con monosílabos (aunque generalmente los sustituyo por golpes) y soy en resumidas cuentas “el amigo del músico“.

Actualización: El enlace a esta virguería (por cierto, titulada “music for an apartment and six drummers") ha estado mucho tiempo roto (supongo que más o menos como yo, pero esa es otra historia). He perdido hora y media en You Tube, Google y GoogleVideo y aquí está:

Por si vuelve a pasar aquí está también la copia en GoogleVideo. Disfruten ustedes de la copia que más rabia les de.

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Hasta_ahora_todo_va_bien

En la película La Haine un tipo regresa a casa con sus amigos tras una dura jornada de quemar cosas y esquivar las atenciones de la policía francesa. Mientras viajan en el metro le cuenta a sus amigos:

Esta es la historia de un hombre que se cae desde un edificio de 50 pisos. Para tranquilizarse, mientras cae al vacío va diciendo, hasta ahora todo va bien, hasta ahora todo va bien, hasta ahora todo va bien

Keep right

Pero bueno, aunque parezca de perogrullo no es la caída, sino el golpe contra el suelo, lo que te mata.

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la_hora_y_media_elástica

En los meses del feroz estío, como todos los años, la vida social del pueblo se traladaba a la piscina, envidia de los pueblos circundantes, más pequeños.

La piscina abría sus puertas a las diez de la mañana para que los pequeños del lugar, hijos de gente de estepa, se iniciaran en los misterios del desplazamiento más o menos armonioso pero seguro a través del agua.

Hacia las once o doce se producía la invasión. Llegaban por decenas las madres, con sus hijos e hijas, todos pertrechados para pasar lo más a su modo posible la mañana y aún el dia entero en el césped que, tenaz él, lucía espeso y brillante a pesar del castigo en torno al vaso.

Se podía dividir a las familias en dos grandes grupos en cuanto a impedimenta y comportamiento; las clases sociales, en bañador, parecían difuminarse un poco, pues era llegada la hora en que hasta los ricos eran flacos. Familias con grandes nadadores, poco celosos con las esperas para hacer la digestión, de tueste torrefacto a la semana de ir a la piscina; toallas en círculo sobre la hierba, bolsa de lona en el centro con frutas surtidas, bronceadores a discreción y poco más. Quizá una silla para la matriarca del clan.

El otro grupo, claro está, lo componían familias con poco que ver con Esther Williams, con sombrillas, sillas a tutiplén, despensa de campaña y más que cremas bronceadoras, botiquín digno de una expedición noruega al centro del Sahara en patinete.

Doña Rosa Casado, señora de Miguel Mendoza, pertenecía a ésta segunda categoría, no tanto por el despliegue del mobiliario como por su tenacidad en no despegarse del amparo de la sombrilla, carpa más bien, porque era de las que se ponen morenas a cubierto y se les cae la piel a tiras si se aventuran en los dominios de los lagartos.

No menos tenacidad demostraba doña Rosa en hacer que su benjamín, Pedrito, cumpliera a rajatabla la hora y media elástica (osea, hora y media, dos horas o más) de estricta permanencia en tierra que ella creía que necesitaba. Por más que Pedrito le explicara que la sopa en la que se había convertido para media mañana el agua no podía hacerle más daño que la gélida que se encontraba al empezar sus clases de natación, doña Rosa se aseguraba de que Pedrito no se mojara más allá de las plantas de los pies. Con siete años cuesta bastante armarse de argumentos sólidos.

Doña Rosa había venido acompañada como era de rigor salvo complicaciones mensuales por su hija Charo, adolescente que a pesar de su cuna nadaba como que se las pelaba.

Aquél día habían arrimado sus toallas al campamento base de los Mendoza dos amigas de Charo, Amparo y Consuelo, hijas de sus vecinos Faustino Enciso y Soledad Puertas.

Amparín y Consuelito lucían despampanantes bikinis a pesar de sus piadosos nombres y repartían el tiempo en hacer hervir la sangre a los mancebos que oteaban en la distancia, nadar como delfines y dar conversación a doña Rosa e hija.

Estaban las tres chicas en uno de sus bulliciosos parloteos cuando doña Rosa se percató de que el gorro de una conocida suya, “la Clemen“, surcaba las aguas cual periscopio navideño. Bajo el discreto gorro de flores irisadas en relieve a todo detalle “la Clemen“, pintada como para una boda y con pendientes, sonreía como si lo de nadar no fuera con ella.

– ¿Os habéis fijado cómo nada “la Clemen“?

Las chicas se miraron entre sí. Amparín hizo un amago de reírse pero su mirada se cruzó con la de Charo y todo acabó con una amplia sonrisa a tres bandas. Doña Rosa pensó en el pavor que le tenía al agua, pavor que en momentos como ese le gustaría no tener, y que había transmitido tanto a Pedrito (castigo de náuticos instructores) como a Oscar, el mayor de sus hijos que por estudiar en Madrid tenía la bula veraniega de acostarse tarde y levantarse a comer, con lo que se libraba de la natación matinal.

Doña Rosa seguía las evoluciones de “la Clemen” sin perder detalle.

– Pues vosotras diréis lo que queráis, pero a mí sí que me gustaría saber nadar. ¿Véis “la Clemen” ahí nadando tan ricamente?

Esta vez sí, las tres chicas se morían de la risa. Doña Rosa, que conocía a las amigas de su hija casi desde que vinieron al mundo no mostró incomodo por semejante choteo ante sus sinceras palabras y no tardó en recibir cumplida cuenta de a santo de qué tanta chacota.

Charo, con filial resignación, abrió el fuego.

– Pero mamá, parece mentira que no lo sepas. ¿No ves que va con un pie dando saltitos por el fondo?

Doña Rosa miró incrédula. Consuelito todavía abundó más.

– Mira, mira, Rosa, cómo sube y baja el gorro- y acompañaba sus palabras trazando ondas sinusoidales con el índice y riéndose, todo a la vez.

Doña Rosa no salía de su asombro. Eso sí, con asombro y todo, lo que más le impresionaba era la chulería de aquella mujer, ese sobreponerse a las propias limitaciones.

– Con pie en fondo o con rulos verdes- pensó para sí -ya me gustaría a mí.

Doña Rosa consultó el reloj y como le pareció que Pedrito estaba empezando a prometérselas muy felices le peló una mandarina.

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Nombre_grado_y_unidad

Un día alguien aparcó indefinidamente un “dos caballos” delante del colegio. Justo al lado de la puerta por la que accedíamos a la calle al acabar las clases. El coche se pudo tirar allí su buen par de meses sin que aparentemente nadie le prestara más atención que la de apoyar una de sus “Adidas Cebra” o sus Karhu (éramos la primera generación de víctimas de la obsesión por el estatus social mediante las marcas deportivas) sobre el parachoques para anudarse un cordón muy oportunamente desanudado.

Hay que decir que justo enfrente del colegio, religioso y masculino en todo menos en la patrona, había y hay otro colegio religioso también pero este sí, femenino en su totalidad. El caso es que el coche pasó a formar parte del paisaje de la callejuela que separaba ambos colegios y ahí hubiese pasado seguramente la “cabra” el tiempo que hubiese sido menester hasta que los servicios municipales consumaran una mutación en el estado o más bien en el destino de la materia, declarando aquél automóvil no como tal sino como basura abandonada en la vía pública y actuando en consecuencia, ahí hubiese pasado todo ese tiempo si no hubiese sido porque un chaval dijeron que “de los mayores” (en aquél colegio y en aquellos años eso podía significar entre trece y dieciséis años) arrancó al Dyane 6 un retrovisor lateral, seguramente sin querer y sin tener el menor atisbo de la que iba a prepararse.

Mentiría si dijera que no me enteré porque lo hice, vaya si lo hice y ya por entonces me preocupaba por amenazas que no parecía que fueran a afectarme. En el patio se hablaba de esto y de lo otro, en mi clase se estaba ya en el territorio de “Yo sigo jugando a algo“, “Yo no juego que eso es cosa de críos” y un cada vez más extendido “Yo jugaría de buena gana pero dicen que eso es cosa de críos“. Que nos estábamos haciendo una especie de adultillos, vaya. Se hablaba de esto y de lo otro y se hablaba del espejo del “Dos caballos“. Al parecer todo el mundo se había dado cuenta de lo del retrovisor y había un sentimiento latente entre nosotros, una negra certeza de que alguien se iba a quejar al colegio, alguien iba a hablar con el director, alguien iba a ir interrogando a “los malos hasta dar con algún inocente con poco estómago y que hubiera visto algo, algunos iban a ir al despacho del director (el potro de torturas de nuestras peores pesadillas), alguien iba a llamar a los padres de alguien (el Juicio Final asociado al Apocalípsis de nuestros escasos pero rotundos años) y como culminación del proceso alguien iba a ser señalado en el patio como el que sufrió tal o cual castigo ejemplar. Pero no, pasó la tarde, llegó el día siguiente y pasamos la mañana entre cálculo oral a velocidades silíceas y fórmulas químicas y el recreo y más gasto de fósforo y nos fuimos a comer y todos pasamos junto a la “cabra y el espejo retrovisor, el muñón, seguía tirado en el suelo, a dos metros escasos de su sitio habitual y llegó y pasó nuestra jornada de tarde y pasó la mañana siguiente y en nuestros cerebros de niño, en todos a la vez o quién lo hubiera dicho, entró como obra de una maldad superior una idea: no pasa nada. Alguien ha roto algo que no le pertenece y no pasa nada. Cayó el otro retrovisor y no pasó nada, hubo uno que, ante los ojos de todos le dio una patada a una puerta del coche y le dejó una hermosa abolladura; y todo el mundo quiso probar si era capaz de igualar o mejorar aquél bollo.

Lo recuerdo como una multitud hirviente de chavalería pateando la chapa azul cielo quemada por años de dormir al raso, arrancando las aletas una detrás de otra, de cristales estallando a saber con qué, de uno que se volvió más loco que todos los demás y daba saltos sobre la capota como seguramente había hecho mil veces sobre su cama. Como esas procesiones de Semana Santa en las que los hay que se pegan por tocar la imagen de su devoción. Aquí se pegaban por poder darle una patada, una patada siquiera a algo que todos habíamos concentrado en aquél coche. Después se diría que “hasta nosecuantitos le dio patadas”, y ese “nosecuantitos” era de los que tenían aburrido al confesor de puras ganas de arrepentirse. Al fin y al cabo ¿Cuántos hechos te obligarían al arrepentimiento si tuvieses catorce años? Esto era lo que estaba pensando el hermano Tomás (“El Chernienko” por mal nombre gracias a su asombroso parecido con el premier soviético) mientras se acercaba a su despacho, cuando oyó el fragor que aquél linchamiento a la automoción estaba ocasionando. Bajó a la calle preparándose por el camino para encontrarse con un atropello, una pelea con patio (de butacas), platea y palcos de honor, una madre sacándole los ojos a uno con pinta de ser de esos que reparten droga y dinero a los niños a la salida del colegio (de todo eso había visto ya este veterano) pero se encontró con sus angelitos todos convertidos en sádicas bestezuelas. Tan noqueado quedó con la escena que saltó entre los chicos hasta llegar a tocar la castigada chapa del Dyane 6, momento en el que aquella masa plena de testosterona en ebullición huyó como un solo cuerpo. El hermano Tomás se quedó apoyado contra el capó o lo que quedaba de él. Ni en coger a alguno, ni en quedarse con alguna cara acertó a pensar, no digamos ya de hacer.

El día siguiente fue muy extraño. Todos los profesores invirtieron el tiempo de sus clases respectivas en hablarnos del suceso, todos, incluso los que tenían ganada a pulso una justa fama de sádicos más o menos ilustrados, adoptaron un extraño todo conciliador. “Pero chicos, chicos...“. Aparentaban un dominio absoluto de la situación y un aplomo digno de elogio pero lo cierto es que estaban asustados, asustados de verdad; habían pasado sin transición de estar rodeados de niños a los que formar a estarlo de asesinos en potencia que les miraban con los ojos curiosos, indolentes, vivos o asustados de cualquier otro día, lo que a su juicio debía ser la confirmación de serios transtornos psíquicos.

En la clase de Don Javier (“El Cepillo, gracias a su complexión delgadísima y su poblado bigotón) hubo sesión especial porque Don Javier solía someternos a clases de “vamos a hablar, chicos” sin razón aparente. Don Javier era el único al que notamos que estaba preocupado, leíamos en él como en un libro abierto igual que él encontraba cada día algo sorprendente en alguno de nosotros; justo alrevés que el resto de los profesores. Don Javier entró en clase, murmuró un buenos días mohíno como nunca le habíamos visto y sin avisar siquiera nos preguntó:

– ¿Me podría explicar alguien qué es lo que sentís al hacer algo así? ¿Os gusta, os sentís mejor? Y aún añadió ¿Más hombres?

Silencio sepulcral para pensar si era así. Éramos niños. Hubo uno que se sintió en la obligación de explicar de algún modo el comportamiento de aquellos, por supuesto de un modo tal que nadie pudiera relacionarle ni de lejos con aquello.

– Don Javier… Don Javier, yo no sé lo que se sentirá pero un amigo mío, bueno, uno que conozco dice que…

Y se calló de golpe. Los que estaban sentados por delante estaban vueltos hacia él y en sus miradas se leía:

– Si eres hecho prisionero y te interrogan solo dí tu nombre, grado y unidad.

Nunca antes Don Javier se había sentido tan solo en una habitación con cuarenta y siete personas más.

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un_cuento_mio_en_la_gran_pantalla

Estábamos viendo una peli en casa cuando me llaman para contarme que en Guadalajara hay un grupo de gente que ha hecho varios cortos y que (aquí viene el flipe):

  1. que han leído el cuento “Nombre, grado y unidad” con el que gané el único concurso que he ganado en mi vida, el de relatos del pub Henry Chinaski (de obligada visita si va usted a Guadalajara-Spain y no es un marmolillo) y
  2. que si se reúnen todos los factores que suelen pender de hilos en estos casos (osea, muchos) y si se cumplen todos sus buenos deseos (que también parecen ser muchos) quieren poner ese cuentecillo mío en la pantalla.

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No me voy a poner estupendo, como si nunca hubiera escrito nada que le hubiera gustado a alguien, pero esto me ha hecho mucha ilusión. De hecho una vez casi se rueda un guioncillo que escribí y en el que trabajé como no sabía que se podía trabajar juntando palabras. Pero eso, casi.

La llamada no era tanto para pedir permiso para rodar (que no sé hasta qué punto necesitan salvo si son practicantes de algo tan escaso hoy día como la verguenza torera) como para que sepa que cuentan conmigo para todo lo que quiera implicarme. Es curioso porque al autor de la historia hay gente (de cine, digo) que ni le deja estar en el rodaje, ni leer nada, ni tocar ni opinar nada en absoluto, acaso para ahorrarse disgustos como ver un adulto lloroso clamando al cielo por lo que le han hecho a su chiquirritín.

Parece ser que ya han tenido alguna reunión para ir haciendo una escaleta (o protoescaleta, lo que sea), es decir, una especie de boceto del esqueleto de lo que luego será el guión del que saldrá lo que tenga que salir si es que tiene que salir. Espero (ansioso) el prometido envío de esa escaleta y de paso ya les he dicho que a ver si son tan amables de enviarme una copia del cuento, porque entre mudanzas, mi idea de lo que es el orden y una falta de ego que me ha sorprendido vivamente no tengo copia del cuento. Supongo que en casa de mis padres estarán los bocetos, porque siempre guardé todas las cuartillas de todas las versiones previas de todo lo que escribí, y durante años fué bastante. En fín, en cuanto pueda colgaré aquí el cuentecillo.

Actualización: El cuento (y no solo él, otros dos más) ha aparecido, impreso en papel. Está en la recién inaugurada categoría Kontuka, en la que espero ir metiendo más cosas.

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Software_libre-librea

Askotan “Software librea” esaten danin, Linux edo (hobeto esanda GNU/Linux) hitzaren sinonimo modun erabiltzen da. Igual beste egunen baten luzatuko naz lizentzien kontukin (edo ez, igual ez). Kasualitatez gaur posta zerrenda baten OpenBSD-ren sortzaileak esandakoa topauot. Hauxe berau dino Theo De Raadt-ek Software librea delako hori buruz:

Itzulpen librea, noski. Orijinala hamen.

Baina OpenBSDek erabiltzen eta banatzen dauen softwarea libre-librea izen bida (pertsonentzako edo enpresentzako) edozein behar betetzeko, bai aldatzeko, bai erabiltzeko, bai kasu putorik ez eitteko, eta zergatik ez umeak txikitzeko makinetan edo Australiara botatzeko bonba atomikoetan integratzeko.

GNU munduan Richard Stallman deukie. Guk, BSDtarrok, Theo de Raadt. Pentsetot alde bakotxak hoietaku bategaz nahiko, ezta?

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